Crítica:El cine en la pequeña pantalla

De Renoir a Rossellini

Los jueves en la segunda cadena una serie de 14 filmes del cineasta italiano Roberto Rossellini sustituye al recién terminado ciclo dedicado al francés Jean Renoir. Salvo rellenos indefendibles, hay sensibilidad y racionalidad detrás de las programaciones de cine en TVE, lo que quiere decir que quienes las orientan saben qué hacen.La prolongación del ciclo Renoir con otro dedicado a Rossellini es prueba de ello. Solo quien conozca los entresijos de la historia del cine sabe que no es posible orientarse bien en el cine de Rossellini sin conocer el de Renoir y, a la inversa, que algunas conquist...

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Los jueves en la segunda cadena una serie de 14 filmes del cineasta italiano Roberto Rossellini sustituye al recién terminado ciclo dedicado al francés Jean Renoir. Salvo rellenos indefendibles, hay sensibilidad y racionalidad detrás de las programaciones de cine en TVE, lo que quiere decir que quienes las orientan saben qué hacen.La prolongación del ciclo Renoir con otro dedicado a Rossellini es prueba de ello. Solo quien conozca los entresijos de la historia del cine sabe que no es posible orientarse bien en el cine de Rossellini sin conocer el de Renoir y, a la inversa, que algunas conquistas del italiano arrojaron una intensa luz hacia atrás sobre aspectos mal comprendidos en su tiempo de la obra del francés.

Roma, ciudad abierta se emite hoy a las 22

05 por la segunda cadena.

No es, la existente entre Renoir y Rossellini, una relación de maestro a discípulo, sino una compleja afinidad entre dos carácteres muy dispares, pero que conformaron dos estilos, abiertos el uno al otro, de observar el mundo a través de una cámara. Ambos llevaron a sus últimas consecuencias en el cine europeo -más variado en escuelas e individuálidades que el de Hollywood-, la máxima ambición realista del arte y, a través de ella, entre tropezones de ciego y afinamientos sin precedentes de la mirada, intentaron y consiguieron penetrar en la vida de su tiempo, que es todavía una prehistoria activa del nuestro.

Indagaron Renoir y Rossellini sin artilugios de miopes en su época y la reflejaron tal como se les apareció, lo que por caminos diferentes les condujo a convertirse -pues les tocó vivir capítulos turbulentos de la historia de Europa- en cineastas, por sinceros, muy radicales, pero de un radicalismo no de enganche, no efímero, no el que se apoya en ideologías justificativas y prefabricadas, sino de un radicalismo no aprendido, irradiado y envuelto por un rasgo común: la pasión por el conocimiento. Esta pasión les convirtió en luchadores al borde de ese paso sin vuelta a que llegan solo algunos espíritus insobornables cuando sobrepasan el izquierdismo de mandato y convierten su radicalismo en un instinto de solitarios.

Muchas telarañas se han rasgado gracias al ciclo de Renoir en -TVE, pues tras de él podemos distinguir la parte que sigue intacta de su obra de la parte erosionada por los años. Esta labor de criba se echa en falta también respecto del cine de Rossellini, frente al que abundan balances demasiado generaliz adores, por lo que se hace necesario revisar sus filmes para fijar los momentos indiscutibles y abstraerlos de los discutibles o fallidos.

Inicia el cielo dedicado a Rossellini un filme -el sexto de su filmografia- que es el arranque y el momento de mayor brillantez de la pasión de Rossellini por la búsqueda de la verdad de su tiempo. Roma, ciudad abierta fue en 1945 una convulsión en el cine europeo y, de refilón, con efecto retardado, en el estadounidense. El filme rompió en pedazos las convenciones hollywoodenses importadas a Europa y, a su manera, reinventó el cine desde casi la nada: los escombros de la Italía arrasada. Es una de las obras maestras indiscutibles de Rossellini y una de las películas más duras, hermosas, conmovedoras e inteligentes de toda la historia, aun sin delimitar, del cine de combate por la libertad. Su influencia en el cine europeo inmediatamente posterior, y años después en el norteamericano, fue inmensa. Fue imaginada Roma, ciudad abierta como un documento histórico, pero la propia historía -como le ocurrió a Octubre de Eisenstein- la devoró hasta elevarla a parte de sí misma. Y hoy es dificil separar en el filme lo que tuvo de ficción de lo que le hizo pura realidad. Anna Magnani y Aldo Fabrizi son más que actores que fingen ser otros: son la propia Italia de 1944 reflejada a través de ellos. Rossellini quiso contar una ficción y la verdad hizo de esta fición un capítulo privilegiado de ella misma.

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