Reportaje:Ante el 30º congreso del partido en el gobiernoLa construcción del partido en el poder / 3

1977-1979, cinco Millones de votos y de técnicos

Miguel Boyer, uno de los máis cercanos asesores de Felipe González

Poco más de seis, meses transcurrieron desde el 27º Congreso, que lanzó a la cumbre al secretario general, hasta las elecciones del 15 de junio de 1977, que proporcionaron más de cinco millones de votos al PSOE. Felipe González se creció cuando vio que su carisma funcionaba con personas mucho mayores que él, tanto si eran dirigentes de la oposición moderada -como Joaquín Ruiz-Giménez- o personas como el magistrado Plácido Fernández Viagas, que se incorporó como militante al PSOE. Cuando los líderes de la Internacional Socialista llegaron a España a finales de 1976, Felipe González había...

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Poco más de seis, meses transcurrieron desde el 27º Congreso, que lanzó a la cumbre al secretario general, hasta las elecciones del 15 de junio de 1977, que proporcionaron más de cinco millones de votos al PSOE. Felipe González se creció cuando vio que su carisma funcionaba con personas mucho mayores que él, tanto si eran dirigentes de la oposición moderada -como Joaquín Ruiz-Giménez- o personas como el magistrado Plácido Fernández Viagas, que se incorporó como militante al PSOE. Cuando los líderes de la Internacional Socialista llegaron a España a finales de 1976, Felipe González había funcionado entre ellos como la imagen del Sur. El secretario general del PSOE se encontró de pronto inmerso en una ola de efusividad hacia él, todavía muy joven en medio de aquel marasmo -35 años en las elecciones del 15 de junio- y al frente de un partido lleno de contradicciones.En vísperas de las elecciones se había producido la integración del grupo denominado Convergencia Socialista, directamente negociada por Enrique Barón con la ejecutiva federal; con él se incorporé al PSOE madrileño un grupo de técnicos y de políticos experimentados en las técnicas de organización -Joaquín Leguina, Juan Barranco, José Barrionuevo-, que pronto fueron sustituyendo a parte de la militancia, más amateur e ideologizada. Para entrar en el PSOE, Convergencia afirmó que asumía "el socialismo científico como método para el conocimiento de la realidad social y guía para su transformación", declarando que aspiraba al "ejércicio del poder económico y político por los trabajadores" y "la autogestión en todos los ámbitos de la vida social, evitando que cristalicen concentraciones de poder y la aparición del burocratismo", según se lee en un comunicado conjunto con la Federación Socialista Madrileña.

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A su vez, el acuerdo entre el PSOE y el PSC en Cataluña reforzó la importancia del movimiento socialista en dicha comunidad, con lo cual Joan Reventós, Narcís Serra y otros miembros destacados del PSC iniciaron, su colaboración con Felipe González. Amén de todo ello, el interés del PSOE por favorecer la integración del PSP (Partido Socialista -Popular), unido a la contemplación de la deuda de 80 millones de pesetas acumulada por éste, comenzaron a disolver las dudas de su presidente, Enrique Tierno, sobre la conveniencia de esta fusión.

Oposición a UCD

Alfonso Guerra, a su vez, trabajó en la estructuración del Grupo Parlamentario Socialista, orientando su estrategia hacia el enfrentamiento con Unión de Centro Democrático. Los golpes propinados por unos policías al diputado cántabro Jaime Blanco -de los que Felipe González se enteró cuando se encontraba en Santiago de Chile actuando como abogado de varios presos- proporcionaron a Guerra la oportunidad de atacar la débil unidad interna de UCD, preguntando públicamente a Francisco Femández Ordóñez y a Joaquín Garrigues si se solidarizaban con el ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa, al que describió como "uno de los peores residuos del franquismo".

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Los dirigentes del PSOE se encontraban dedicados a éstos preparativos cuando les sorprendió la convocatoria de Adolfo Suárez para las negociaciones de la Moncloa. Felipe González se enteró de ello pocos días antes de la primera reunión. La ejecutiva socialista discutió mucho si aceptaba o no (eran los tiempos en que se hablaba de la pinza UCD-PCE). El secretario general reunió a varios técnicos; los más vinculados a él prefirieron no relacionarse directamente con aquel asunto y recommendaron como asesor a Joaquín Leguina, quien no estaba presente en esa reunión y llevaba sólo unos meses en el PSOE. El magistrado Plácido Fernández Viagas también participó activamente en las conversaciones.

Tras los acuerdos de la Moncloa se organizó un grupo asesor más estable, que desde la primavera de 1978 se consolidé como gabinete del secretario general. El grupo se montó por áreas, con una estructura paralela a los ministerios, sobre todo a los del área económica, porque los temas de justicia, educación, cultura, etcétera permanecieron al margen del gabinete. Esta estructura no orgánica provocó protestas internas y ciertos comentarios sobre la existencia en el PSOE de un gabinete tecnocrático en la sombra. Todos sus miembros trabajaron para el partido, pero no a sus expensas, sino que siguieron en sus puestos normales de la banca, las empresas o la Administración, excepto los pocos que eran parlamentarios, lo cual facilitó la información del secretario general acerca de la Administración y del mundo económico, pero implicó un funcionamiento poco profesionalizado.

Al frente de todo este equipo se situaron tres personas: Miguel Boyer, Ernest Lluch y Baltasar Aymerich, estos dos últimos más en contacto directo con el seguimiento de las trabajos y aquél como asesor directo de Felipe González.

La amistad de Boyer y González había resistido todas las pruebas desde que se conocieron, en 1975. Cuando Felipe González se instaló en Madrid, los socialistas de esta ciudad habían practicado con él algo parecido al vacío. Ocho años antes de presidir el Gobierno español, Felipe González se alojaba en. pensiones y después en un apartamento de la plaza del Callao; carecía de oficinas, ya fueran clandestinas o semitoleradas -como la de Enrique Tierno en la calle del Marqués de Cubas-, y no disponía de más infraestructura que su propia persona, hasta que Carmeli Hermosín -la mujer de Luis Yáñez- se trasladó también como secretaria suya.

La frialdad de los dirigentes madrileños dio origen a algunas de las amistades básicas de Felipe González. En contraste con la poca simpatía que despertaba entre los militantes más significativos de Madrid, todo fue cordialidad e interés por parte de los empresarios Enrique Sarasola y José Félix de Rivera, a quienes González conoció por intermedio del militante vasco Fernando Múgica. Sarasola, por ejemplo, le prestó sus oficinas de la calle de Goya para celebrar reuniones, y después le cedió un local de la calle de Jacometrezo, donde se instaló la primera oficina socialista en Madrid bien entrado el año 1975. Muchas veces se ha citado el nombre de Sarasola como el hombre que "guió por los vericuetos de Madrid" a González; pero fue más decisivo el segundo -creen diversas, fuentes-, ya que le abrió muchas puertas.

Miguel Boyer, uno de los más veteranos miembros de esta nueva generación de socialistas (véase EL PAIS del 9 de diciembre), se apartó de la militancia activa desde mediados de la década de los sesenta hasta la época de Suresnes. González y Guerra le propusieron para sustituir a Pablo Castellano en la ejecutiva del partido cuando éste dimitió en 1975; pero Bustelo -que entonces era miembro de la dirección- se opuso, por considerar que "había cierta incompatibilidad entre desempeñar un alto cargo en Explosivos Río Tinto y ser dirigente del PSOE". El veto enojó profundamente a Boyer, que nuevamente se retiró a sus actividades profesionales.

Más tarde, Felipe González le incluyó en su primer grupo de asesores, y en el 272 Congreso presionó para introducirle en la ejecutiva. Pero el economista dimitió un mes después y abandonó el PSOE, considerando que sus resoluciones eran propias de un partido "paleoriarxista". Boyer pasó al Partido Socialdemócrata, que dirigía Francisco Fernández Ordóñez. No obstante, la integración de este último en la coalición de UCD, formada por Adolfo Suárez para presentarse a las elecciones de 1977, no fue aceptada por Boyer, que se presentó, sin éxito, como candidato independiente en los comicios del 154. Boyer regresó al PSOE cuando la ejecutiva de este partido diseñaba la alternativa de poder.

En la reincorporación, realizada por recomendación de la ejecutiva a la agrupación local que le correspondía -la del barrio madrileño de Chamartín-, Boyer pasó directamente al gabinete técnico de Felipe González, donde se situó al máximo nivel.

La bandera republicana

La principal tarea del gabinete técnico fue preparar el proyecto de programa electoral de 1979; hizo también un seguimiento de los pactos de la Moncloa, y algunos de los grupos de trabajo asesoraron a los parlamentarios socialistas.

En profundo contraste con los preparativos de la dirección, la base más activa vivía en otra órbita. Así lo demostró el 132 Congreso de las Juventudes Socialistas, que dio ocasión a una batalla campal entre las tendencias que coexistían en su seno: la trotskista -subdividida en dos corrientes-, la oficialista y una tercera vía, mantenedora de la línea adoptada en el 272 Congreso del PSOE.

Los jóvenes socialistas constituían entonces una parte muy considerable del propio PSOE, ya que la doble militancia era obligatoria, por lo cual acabaron participando en la batalla los sectores senior de la organización. La dirección de las juventudes, cuyo secretario general era Miguel Angel Pino -actual presidente de la Diputación de Sevilla-, se había enfrentado a los trotskistas con duras medidas disciplinarias.

A su vez, personas que no estaban conectadas con la postura oficialista, pero también opuestas a los trotskistas, trataban de combatir a estos últimos en el terreno de la discusión ideológica y política. Uno de ellos, el alavés Pedro Viana, recorrió las agrupaciones para defender la tesis moderada de formalizar "alianzas circunstanciales con la burguesía", contra el "frente único de clase" que sostenían los trotskistas.

Con estos antecedentes se inauguró el congreso, y, tras el recuento de delegados, resultó que los vinculados a la línea oficial llevaban un enorme número de votos representados. En la elección de la presidencia del congreso, el candidato oficial tuvo pocos votantes directos -es decir, de personas físicamente presentes-, pero fue elegido gracias a que aportaba muchos mandatos representados.

Las protestas consiguientes ocasionaron una primera suspensión para aclarar lo que, según los derrotados, era un evidente pucherazo y, según los triunfadores, un hecho indiscutible: "Compañeros, es que para votar en nuestros congresos hay que estar al corriente en el pago de las cuotas, y vosotros no habéis pagado". Revelado el quid del problema -¿quién iba a acordarse de cobrar cuotas a estudiantes de 20 años o trabajadores en paro, más interesados por discutir las infiltraciones trotskistas o el frente único de clases que en problemas administrativos?-, los sectores en lucha acordaron darse un plazo para regularizar sus situaciones.

Los oficialistas pagaron más cuotas atrasadas pidiendo dinero a la ejecutiva federal, y los moderados consiguieron un préstamo de 200.000 pesetas de Alonso Puerta, secretario general de la Federación Socialista Madrileña, con idéntico fin. (No quiere esto decir que Puerta les apadrinara posteriormente.) Los trotskistas carecían de apoyos senior, como es fácil imaginar.

A todo esto, apareció una enorme bandera republicana que fue colocada en la mesa presidencial. Txiki Benegas, que representaba a la ejecutiva del PSOE, se llevó las manos a la cabeza: "La que se va a armar". Y en efecto: el ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa, ordenó la suspensión del congreso.

Ante la decisión de la autoridad, los delegados iniciaron una peregrinación por las calles de Madrid, con la bandera republicana al frente, en busca de nueva sede. Finalmente recalaron en la Casa del Pueblo de Ciudad Lineal, donde se reanudó el congreso.

Intento de negociación

Visto el cariz de los acontecimientos, los más veteranos de las juventudes trataron de negociar una solución. Mientras los invitados extranjeros eran exhortados a pronunciar largos parlamentos, hubo idas y venidas entre la sede provisional del congreso y el edificio de la ejecutiva del PSOE.

La negociación final entre Txiki Benegas, secretario de las juventudes en la ejecutiva del PSOE, y Emilio Garrido, quien había sido el candidato a presidente por los sectores no oficialistas, terminó en acuerdo: no entrarían trotskistas en la dirección; la secretaría general sería para Juan Antonio Barragán, un hombre claramente vinculado a Felipe González y Alfonso Guerra; pero se incorporarían varios miembros del sector no oficialista.

Trasladado dicho acuerdo a las bases, fue aceptado por la delegación de Madrid (la más importante), pero no por las demás de este sector, por lo cual se deshizo el pacto. En medio de la nueva discusión se acercó a la sede del congreso Enrique Múgica, quien expresó su inquietud por la posibilidad de que aquello terminara en una escisión, pero fue tranquilizado rápidamente por una cadena de profesiones de fe socialista. Finalmente, la candidatura monocolor de Juan Antonio Barragán se alzó con el triunfo. El congreso ratificó la expulsión de numerosos trotskistas.

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