Cartas al director

Discriminación de minusválidos

Cuando se habla de la marginación del minusválido, y más concretamente de sus dificultades para adaptarse a la vida de la gran ciudad, se suele citar el tema evidente de las barreras arquitectónicas. Sin embargo, y escribo desde la perspectiva que me proporciona mi silla de ruedas quiero resaltar un problema con el que he tropezado en más de una ocasión, que consiste en sufrir la mentalidad cerril, el leve pero perceptible menosprecio y el indisimulado fastidio con que se acoge nuestra presencia. Hace unos días, acompañado por mi hermana, fui al teatro Infanta Isabel, en la calle del Barquillo...

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Cuando se habla de la marginación del minusválido, y más concretamente de sus dificultades para adaptarse a la vida de la gran ciudad, se suele citar el tema evidente de las barreras arquitectónicas. Sin embargo, y escribo desde la perspectiva que me proporciona mi silla de ruedas quiero resaltar un problema con el que he tropezado en más de una ocasión, que consiste en sufrir la mentalidad cerril, el leve pero perceptible menosprecio y el indisimulado fastidio con que se acoge nuestra presencia. Hace unos días, acompañado por mi hermana, fui al teatro Infanta Isabel, en la calle del Barquillo. Pretendíamos asistir a la función de las siete y, previendo el lleno, compramos las entradas con dos horas de antelación, no sin antes comentar con la taquillera las pecularidades de mi caso, la cual nos aseguró que no habría ningún tipo de inconveniente.

A las 18.15 nos encontrábamos ya en el vestíbulo, consultamos con el acomodador y nos dijo tajantemente que no nos podía colocar en el patio de butacas.

Tratamos de hablar con el gerente, pero aún no había llegado. Localizamos al empresario, señor Pérez Puig, quien nos aseguró que veríamos la función, puesto que en el teatro Infanta Isabel existen unos palcos de cómodo acceso.

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Seguimos esperando en el vestíbulo y, finalmente, el teatro se llenó, incluidos los palcos. Llegó el gerente, observó con mirada experta, se reunió con otro funcionario en el clásico y fatal conciliábulo e inmediatamente nos dijeron que no había solución. "Desde luego, les devolveremos el dinero de las entradas", aseguró con gesto solemne uno de los funcionarios.

Apareció el señor Pérez Puig y demostró su sentido de la responsabilidad proponiendo una solución inviable, tanto para los graves y circunspectos funcionarios como para mí. Solución, por cierto, que tenía todo el aspecto de ser un mero gesto para la galería, cuando lo lógico hubiera sido dejar de vender un palco, perdiendo (he ahí el verdadero quid de la cuestión) unas 2.000 pesetas, para atender a un cliente zarandeado de escalera en escalera por culpa de la desidia, la desinformación y la falta de coordinación de algunos empleados. Pero como de toda vivencia se saca algo en limpio, esta vez he aprendido lo baratas que se venden las dignidades de ciertas empresas.-

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