Tribuna:

Drama

El fácil ascenso de las mujeres a la política coincide con el fin de la política. No hace falta explicar demasiado esta obviedad. El empeño de hacer intercambiable un hombre por una mujer ha sido una pretensión correspondiente al tiempo en que la esfera política era un mito.Sin embargo, gran parte de las contadas mujeres que accedieron de hecho al poder lo hicieron en momentos de crisis política. Justo cuando esa instancia convencional se veía desvalida o amenazada.

Si ahora, por fin, las mujeres llegan a transitar más cómodamente por los altos departamentos del Estado es porque se cump...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El fácil ascenso de las mujeres a la política coincide con el fin de la política. No hace falta explicar demasiado esta obviedad. El empeño de hacer intercambiable un hombre por una mujer ha sido una pretensión correspondiente al tiempo en que la esfera política era un mito.Sin embargo, gran parte de las contadas mujeres que accedieron de hecho al poder lo hicieron en momentos de crisis política. Justo cuando esa instancia convencional se veía desvalida o amenazada.

Si ahora, por fin, las mujeres llegan a transitar más cómodamente por los altos departamentos del Estado es porque se cumple el fin de la política.

He aquí el ejemplo de las elecciones norteamericanas. Bush y Mondale son cabalmente dos políticos, pero la verdadera batalla ya no se dilucida entre ellos. Importa poco que en la exhibición de sus posturas el electorado descubra alguna diferencia: la diferencia corresponde sólo a la sintaxis, dentro de un mismo discurso político.

Obsérvese, en cambio, el caso de Geraldine Ferraro. Geraldine Ferraro aspira sólo a la vicepresidencia, pero ella es sin duda el paradigma distinto. La opción neta. Y éste es el caso también de Ronald Reagan. La opción rotunda. Uno y otro, con los ingredientes de biografía, sexo, edad, son los personajes de una narración y una escena que sustituye a lo político.

Reagan apela a la gran patria, al orgullo testicular de vencer y ser norteamericanos. ¿Qué otro candidato puede censurar este alarde de virilidad sin exponerse a que se cuestione su propia energía? Sólo uno puede hacerlo e incluso ridiculizarlo. Sólo uno puede ser más patriota sin poner en riesgo su hombría. Un líder que sea mujer.

Un líder, una líder. Sin ninguna duda, las cadenas de televisión estarían dispuestas a pagar cualquier precio para ofrecer el auténtico nudo de esta campaña. Reagan-Ferraro, un padre antiguo y atronador ante una madre modernizada e intuitiva, un setentón que resucita tempestuosamente el pretér¡to y una mujer templando el ánimo en el fulgor del climaterio. Sexo, violencia, drama, ¿un serial? Qué más da: el fin de la política.

Archivado En