Tribuna:

Plata sindical

Toda defunción entraña una tarea de revisión y limpieza burocrática: se ordena la herencia del finado, se clasifican sus haberes. El pobre diario Pueblo, de óbito reciente, está atravesando ahora por semejante trajín inventarial. Manos ajenas hurgan en sus entrañas de papel y escarban en los residuos del pasado. Pues bien, me han contado que estos anónimos poceros de la historia acaban de descubrir algo fantástico: entre las posesiones del periódico ha aparecido una insólita vajilla de plata. Ahí estaba, completa y exquisita, entre rotativas y bobinas.La vajilla fue adquirida en 1965, o...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Toda defunción entraña una tarea de revisión y limpieza burocrática: se ordena la herencia del finado, se clasifican sus haberes. El pobre diario Pueblo, de óbito reciente, está atravesando ahora por semejante trajín inventarial. Manos ajenas hurgan en sus entrañas de papel y escarban en los residuos del pasado. Pues bien, me han contado que estos anónimos poceros de la historia acaban de descubrir algo fantástico: entre las posesiones del periódico ha aparecido una insólita vajilla de plata. Ahí estaba, completa y exquisita, entre rotativas y bobinas.La vajilla fue adquirida en 1965, o sea, justo en la época triunfante del diario, con Emilio Romero a la cabeza del imperio. En aquel entonces había en España dos tipos de sindicatos, o sea, los clandestinos y aporreados por un lado y los oficiales y erectos, también llamados verticales, por el otro. Los primeros se batían el cobre. Los segunqos preferían, al parecer, metales más nobles. En Pueblo, periódico sindical, la cúspide almorzaba en plata fina. Suntuoso. Pero en realidad tal sofisticación no es paradójica: una de las ventajas del verticalismo sindical consistía precisamente en eso, en que las alturas estaban muy altas. Antes se podía ocupar un puesto de capitoste sindical sin dejar de ser todo un señor, un caballero de costumbres áureas o argentinas. Ahora los sindicatos son de un proletarismo repugnante. En nuestro pasado verticalista debe de haber más de una vajilla noble almacenada. Todo un símbolo.

Total, que la vajilla ha pasado al Ministerio de Trabajo, al patrimonio sindical. Ahora tendrán que repartirla, momento delicioso que no desearía perderme. Dos platos llanos para la CNT, media docena de soperos para Comisiones, las salseras para UGT. Camacho y Redondo disputándose ensaladeras y quilates. Los peceros subastando sus platillos de postre en una tómbola de su fiesta anual, porque no se me ocurre para qué les puede servir la extraña herencia. Todavía no se ha demostrado que exista el oro de Moscú, pero, por lo menos y a partir de ahora, hay plata obrera.

Archivado En