Tribuna:

Il marquesino

Digan lo que digan, era un marqués. Y tiene mucho más mérito que llegue a secretario general de un partido comunista un marqués sardo que un matricero de Turín, con todos mis respetos para los matriceros. Los marqueses sardos nacen para patearse la poca historia que les queda, y en cambio Berlinguer trató de corregir y aumentar la historia que nos quedaba Mediada la década de los sesenta, Togliatti, poco antes de morir, se atrevió a insinuar en voz alta lo que era evidente desde 1946. Que el asalto al Palacio de Invierno en Europa era imposible y que se precisaba una nueva vía para las transfo...

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Digan lo que digan, era un marqués. Y tiene mucho más mérito que llegue a secretario general de un partido comunista un marqués sardo que un matricero de Turín, con todos mis respetos para los matriceros. Los marqueses sardos nacen para patearse la poca historia que les queda, y en cambio Berlinguer trató de corregir y aumentar la historia que nos quedaba Mediada la década de los sesenta, Togliatti, poco antes de morir, se atrevió a insinuar en voz alta lo que era evidente desde 1946. Que el asalto al Palacio de Invierno en Europa era imposible y que se precisaba una nueva vía para las transformaciones sociales radicales. La caída de Allende puso en manos de Berlinguer un mal ejemplo histórico de cómo una mayoría insuficiente de la izquierda inutiliza la revolución y propicia la contrarrevolución. Estaba escrito en Gramsci y también en parte en el Lenin anterior a las Tesis de Abril.Elaboró una estrategia a la medida del poder de instalación del PCI y la ofreció como un puente de plata al sector no corrompido de la DCI, pero cuando Aldo Moro empezaba a atravesar el puente me lo mataron de mala manera misteriosos sicarios del Todo o del Nada. Mientras tanto, la fórmula había sido bautizada por la Prensa, eurocomunismo se llamaba, y al parecer se llama, y se exportó como un royalty más. En Italia fue una etiqueta y una línea, en España fue una herejía nominalista que provocó infartos y escisiones. Ahora, resituada la cosa y muerto Berlinguer, observo cómo los exegetas hispanos se sacan de encima la palabra en cuestión como si fuera una patata caliente.

Autocontenido como un oriental, se movía con la seguridad que emplean los bajitos que se saben altos y con esa majestad de marqués lampedusiano que no hay que confundir con la majestad de los marqueses de Conchita Piquer. Con el tiempo, los marqueses de las canciones de Conchita Piquer acaban en la extrema derecha; en cambio, los marqueses lampedusianos pasaron de Voltaire a Lenin para encontrar la síntesis en Gramsci. Es otro país. Otra casta. Otra gente. Leen más.

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