Tribuna:

Sobre la poesía

Ahora que se empiezan a hacer balances históricos de la oposición al franquismo poco se ha dicho sobre el papel de las lecturas poéticas en el renacimiento crítico de la universidad. Lecturas de poemas muy sociales, de Nora, Cremer, Celaya, José Agustín Goytisolo, Hierro, Blas de Otero, Machado, Miguel Hernández, Jaime, Gil, Carlos Barral, Valente, Ángel González, Ángel Crespo... grandes poetas, algunos precipitadamente enterrados más tarde con el hábito de sociales, cuando eran simplemente poetas. Leíamos los poemas, jóvenes dirigentes criptoesto y criptoaquello y a todos se nos ponía el alma...

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Ahora que se empiezan a hacer balances históricos de la oposición al franquismo poco se ha dicho sobre el papel de las lecturas poéticas en el renacimiento crítico de la universidad. Lecturas de poemas muy sociales, de Nora, Cremer, Celaya, José Agustín Goytisolo, Hierro, Blas de Otero, Machado, Miguel Hernández, Jaime, Gil, Carlos Barral, Valente, Ángel González, Ángel Crespo... grandes poetas, algunos precipitadamente enterrados más tarde con el hábito de sociales, cuando eran simplemente poetas. Leíamos los poemas, jóvenes dirigentes criptoesto y criptoaquello y a todos se nos ponía el alma en la garganta cuando llegábamos a las Nanas de la cebolla de Miguel Hernández. Abundante el público cuando venía a recitar en directo Blas de Otero, escaso cuando éramos nosotros los rapsodas, lo cierto es que el poema de Miguel Hernández reflejaba como nada la injusticia de la condición vencida. Era una piedad utilizada desde la más absoluta pobreza cladestina.No se me ocurrió que el muchacho alimentado con leche de cebolla existiera y prácticamente tuviera nuestra edad y llevara toda su vida sobre el corazón el agridulce peso de ser el hijo de Miguel Hernández. Hubo quien le pidió que fuera tan poeta como su padre. Otros le conminaron a que no fuera tan rojo. Y entre todos me lo hicieron reservado, triste, ensimismado sería el adjetivo más justo de no saber ahora, ya tarde, que aquel niño creció con el cadáver de su padre a cuestas y que a solas le lloró toda su vida, sobre la frágil caligrafía de sus palabras definitivamente ausentes. No es que coleccione historias de hijos de vencidos en la guerra civil, pero sé de algunas y las hay tristísimas como las hay épicas y también forzadamente mezquinas. Pero confieso no estar preparado para que 40 años después me salpique los ojos la noticia de que la guerra civil se ha cobrado un último muerto en la persona de aquel niño que mamaba leche de cebolla, mientras su padre se moría de tuberculosis y desesperación a la sombra de la espada más limpia de Occidente, y que nunca supo que nosotros creíamos que sólo era una poesía.

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