Editorial:

Gades, Crisitina, 'Carmen'

LOS REYES subrayaron el viernes con su asistencia un hecho cultural artístico de primer orden: el ballet Carmen, de Carlos Saura y Antonio Gades. Más allá de las fechas programadas, el espectáculo continúa, reclamadó por el público, que demuestra así que cuando algo tiene verdadero atractivo lo asume. La crisis de espectadores en el teatro está planteada muchas veces en problemas falsos (o meramente relativos), desde el de los precios de las localidades a la climatología, pasando por la competencia de la Televisión o la supuesta peligrosidad nocturna de las grandes ciudades. Hay varias ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

LOS REYES subrayaron el viernes con su asistencia un hecho cultural artístico de primer orden: el ballet Carmen, de Carlos Saura y Antonio Gades. Más allá de las fechas programadas, el espectáculo continúa, reclamadó por el público, que demuestra así que cuando algo tiene verdadero atractivo lo asume. La crisis de espectadores en el teatro está planteada muchas veces en problemas falsos (o meramente relativos), desde el de los precios de las localidades a la climatología, pasando por la competencia de la Televisión o la supuesta peligrosidad nocturna de las grandes ciudades. Hay varias muestras de espectáculos concurridos en esta temporada como para poder afirmar que la crisis de espectadores está referida en primerísimo lugar a aquello que no interesa, aun suponiendo en todo buenos empeños artísticos abstractos.Carmen es una invención extranjera (Merimée-Bizet) sobre unos supuestos españoles; el ballet de Saura y Gades tiene el valor de recogerlos con una profundidad auténticamente española. Acepta el mito, el reto de la bravura tópica de una mujer, y lo relata añadiendo a la tragedia el necesario toque de ironía y hasta de alegría. El sentido de tragedia alegre está muchas veces intrincado en la realidad y en la ficción del laberinto español, y Andalucía ha hecho una importante aportación a ese peculiar sentido de la vida. Merimée y Bizet hicieron una creación tan importante que no tiene ni siquiera discusión posible, y que está en un desarrollo y una representación continua en el mundo; sin disminuirla, hay que señalar que la de Antonio Gades y Carlos Saura la enriquecen. Su devolución a Francia y al mundo, primero en forma de película -que ha llegado viva y latente hasta la última noche de los oscars- y luego con este ballet vivo, muestra el acrecentamiento que desde España misma se puede hacer sobre una visión de España.

El optimismo que se desprende de este ballet tiene el fondo de una lección: existe una cultura española que se sobrepone a las formas actuales de pesimismo y decadencia. La compañía de ballet de Antonio Gades enseña cómo el talento tiene aquí fuentes propias, y cómo no es precisamente un chorro de dinero despilfarrado lo que se necesita. Podría muy bien ser un Ballet Nacional: tiene una amplísima capacidad de representación y una primera bailarina, Cristina Hoyos, que devuelve a los espectadorés el placer y la emoción de ser público. La Administración despilfarró también, con el dinero, a Antonio Gades, que en un tiempo efímero fue director del Ballet Nacional Español, como despilfarró el talento creador de Víctor Ullate que, ya recogiendo sus cosas de la sala de ensayos donde era director del Ballet Nacional Clásico, hizo el obsequio de un Madrid de Chueca que fue otra de las grandes creaciones españolas recientes. Los dos fueron devueltos al mundo de lo privado porque el funcionarismo estatal no acertó a comprender la naturaleza del artista y el fomento de sus capacidades de creación. Quizá se pueda ver aquí que la creación de arte casa difícilmente con el burocratismo aplastante de este Estado frente al que el cambio sucumbe cada mañana. La cultura se elabora directamente dentro de la sociedad, sobre todo en el mundo del espectáculo donde se produce un doble eco, un dobre juego de espejos donde espectáculo y sociedad se reflejan continuamente y se corrigen a sí mismos. Tratar de sustituir al público o al pueblo es un empeño inútil y caro, aunque siempre hay quien se lucra de ello.

Saura, Gades y Cristina Hoyos han puesto sobre el escenario la verdad de la argumentación: la crisis del teatro es la crisis del mal teatro. Pero en este país hay talento, imaginación y ganas para hacerlo funcionar, si sabemos incorporar a los creadores y defendemos de la invasión de los burócratas. Carmen es un ejemplo. Puede ser un símbolo.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En