Tribuna:

Consumo a la española

Ese Clarín que anda ahora en los billetes de 200 pesetas fue el primer español que defendió la teoría de que el mundo del consumo también formaba parte del acto económico, con los mismos derechos que el mundo de la producción. Eso ocurra hace un siglo, en la cátedra de Economía que el autor de La Regenta ocupaba en la Universidad de Zaragoza; pero lo normal en este país fue mirar para otro lado y silbar un pasodoble, incluso cuando empezaron a detectarse los primeros síntomas de que estábamos atrapados en las redes de la sociedad de consumo, hace ya de eso una dictadura y una transición...

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Ese Clarín que anda ahora en los billetes de 200 pesetas fue el primer español que defendió la teoría de que el mundo del consumo también formaba parte del acto económico, con los mismos derechos que el mundo de la producción. Eso ocurra hace un siglo, en la cátedra de Economía que el autor de La Regenta ocupaba en la Universidad de Zaragoza; pero lo normal en este país fue mirar para otro lado y silbar un pasodoble, incluso cuando empezaron a detectarse los primeros síntomas de que estábamos atrapados en las redes de la sociedad de consumo, hace ya de eso una dictadura y una transición.Medio siglo después de la solemne inauguración de la era consumista, cuando los supervivientes del crac de 1929 descubrieron que lo importante no era fabricar cosas, sino venderlas masivamente, el Congreso aprueba la primera ley de los consumidores españoles. O sea, que reconocen que somos una sociedad de consumo, justamente cuando por el resto de los países industrializados los economistas e intelectuales hablan de la sociedad del posconsumo.

Este texto en defensa de los consumidores, para ser verdaderamente útil, debería tener severos efectos retroactivos. Llega nuestra protección contra los excesos de la economía del consumo cuando ya andamos por los frigoríficos de la quinta generación; por nuestra sangre navegan con total desparpajo aditivos, colorantes, pesticidas y químicas francamente exóticas; los índices de colesterol nacional alcanzan cifras que poco tienen que envidiar a las de los desayunadores de huevos fritos con bacón, y nuestras inmoderadas maneras de consumir no sólo están inscritas en el código genético, sino que este frenético costumbrismo consumidor constituye otro serio obstáculo para la integración en la CEE; tan importante, dicen, como los tradicionales obstáculos de las lechugas y el acero.

Si no entiendo mal, nos reprochan una agricultura exuberante, una producción industrial obsoleta y ahora un consumismo salvaje; pata redondear los tres grandes acontecimientos de la historia económica contemporánea. Era mucho más fácil, con todo, ser europeos en el siglo XVIII.

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