Tribuna:

El partido

Es muy excitante ser diferentes. Pero es, de otra parte, tan penoso y exhaustivo como partir piedra, afanarse en enfatizar la diferencia. Menudo elixir saberse único, pero menudo aceite de ricino tratar de afinarse premeditadamente las quijadas. Los partidos entre el Barcelona y el Real Madrid participan de este encanto de la singularidad en pugna, pero también, desdichadamente, de esa exasperada pretensión de plasmar, a costa de lo ajeno, el maquillaje propio. De todos modos, esta determinante pretensión procede netamente del Barcelona. Acaso en Madrid, con esa indolente arrogancia que da hal...

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Es muy excitante ser diferentes. Pero es, de otra parte, tan penoso y exhaustivo como partir piedra, afanarse en enfatizar la diferencia. Menudo elixir saberse único, pero menudo aceite de ricino tratar de afinarse premeditadamente las quijadas. Los partidos entre el Barcelona y el Real Madrid participan de este encanto de la singularidad en pugna, pero también, desdichadamente, de esa exasperada pretensión de plasmar, a costa de lo ajeno, el maquillaje propio. De todos modos, esta determinante pretensión procede netamente del Barcelona. Acaso en Madrid, con esa indolente arrogancia que da hallarse en la línea de la referencia, no se es consciente de la enorme apuesta psicológica que estos encuentros conllevan para el equipo de Cataluña.Un encuentro de fútbol, en verdad, sólo admite esta denominación entre los incapaces de ver, más allá del espectáculo, seres limbáticos o asexuados. Para todo aficionado encarnado, por el contrario, el encuentro es sobre todo un partido. Ocasión inexorable en la que uno u otro de los contendientes será paralizado, apartado y acuartelado frente a su amago de igualarse. Exaltación de la parcialidad, de lo heroico frente a lo común, de la parte frente a la totalidad: eso es el partido. Y a eso invita, varias veces al año, el Barcelona al Madrid. Más aún: se diría que de no ser por estas clamorosas convocatorias que hace el Barça a Madrid, mediante el Real, la ciudad seguiría navegando ambiguamente. Pero no, Barcelona tironea de Madrid, le recuerda teatralmente la necesidad de afirmarse. Conmina a toda una ciudad absorta, cuando no ambulante, a la maldita metáfora del poder central, y es entonces, coercionada por esta citación, como Madrid se siente injuriada o confundida. Puede decirse, a continuación, que agrede, pero lo hace, de una parte, decidida a sacudirse ese inesperado hostigamiento, y de otra, que sólo condenándose a representar el papel que se le atribuye puede lograr, a su pesar, ser reconocida. Es muy patético todo esto. Tan patético que quienes no sigan las pasiones del fútbol quedarán por toda la eternidad privados de escuchar uno de los más elocuentes borborigmos de lo que es España.

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