Tribuna:

PCE: luces y sombras de un congreso

Mientras el antiguo defensor del eurocomunismo, Santiago Carrillo, retrocedía en el reciente congreso del PCE a posiciones defensivas, el triunfador, Gerardo Iglesias, tendía la mano a la renovación, señala el autor de este trabajo, militante del partido hasta hace dos años. Este avance renovador se ve contrarrestado en política exterior por la ausencia de crítica hacia el socialismo real, lo que, en su opinión, le parece sumamente grave.

De diversas formas, Santiago Carrillo ha venido diciendo estos días que él se equivocó con Gerardo Iglesias, al catapultarle hace algo más de un año c...

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Mientras el antiguo defensor del eurocomunismo, Santiago Carrillo, retrocedía en el reciente congreso del PCE a posiciones defensivas, el triunfador, Gerardo Iglesias, tendía la mano a la renovación, señala el autor de este trabajo, militante del partido hasta hace dos años. Este avance renovador se ve contrarrestado en política exterior por la ausencia de crítica hacia el socialismo real, lo que, en su opinión, le parece sumamente grave.

De diversas formas, Santiago Carrillo ha venido diciendo estos días que él se equivocó con Gerardo Iglesias, al catapultarle hace algo más de un año como secretario general. La verdad es que fuimos muchos los que nos equivocamos, desatendiendo la enseñanza de la historia del comunismo en cuanto a virajes de dirigentes. El pasado de los partidos comunistas está lleno de expulsados por propugnar antes de tiempo una política que luego será asumida en idénticos términos, quizá por aquellos mismos que determinaron la expulsión. Y de colaboradores que una vez en el poder cambian sustancialmente la línea que sirvieran fielmente con anterioridad.El caso de Gerardo Iglesias en la secretaría del PCE se ajusta a lo segundo, y el hecho de tropezar con una personalidad batallona, dotada de un concepto patrimonial del partido, como la de su predecesor es lo que ha dado a la confrontación acusados tintes personales. A nuestro juicio, y sin negar el peso del personalismo, inseparable de la concepción del poder del ex secretario, el fondo de las cosas se sitúa en otro terreno: en el debate del congreso, ambos encarnaban las dos únicas opciones de respuesta a la crisis política del PCE.

Así, consumando la trayectoria de comunismo pendular que ha caracterizado la vida política de Santiago Carrillo, el antiguo definidor del eurocomunismo ha jugado a fondo la carta: del repliegue defensivo, continuista, enmascarado con un radicalismo ofensivo frente al Gobierno socialdemócrata. El partido se cerraría sobre sí mismo. Y para compensar tal entrada en, el gueto, nada mejor que una estrategia de clase contra clase en la lucha -y casi el desenmascaramiento- de la política del PSOE, definida como peor que la de UCD para la clase obrera.

La unidad de la izquierda era vista como claudicación, según un esquema que reproduce el modelo político patentado por el PC portugués de Cunhal, incluso en su renacido internacionalismo y en las expectativas de beneficiarse, a todo precio del descontento social por la crisis en el terreno del voto. Tal actitud coexistía con la advertencia, de que la transición democrática no ha terminado.

Puertas abiertas y autocrítica

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La apuesta política de Iglesias tiene, lógicamente, otras bases. Se trata de reconocer que la influencia comunista en la política española ha tocado fondo y que la parálisis definitiva del PCE solamente puede evitarse creando las condiciones para recuperar votantes y adheridos. A favor, eso sí, del desencanto provocado en los ex pecés por el primer año de Gobierno socialista en aspectos fundamentales, tales como la política exterior y la gestión económica.

Desde este ángulo, no cabe descartar la racionalidad de una posible convergencia en el campo comunista de sectores sindicales golpeados por la política de reconversión, grupos pacifistas y antiimperialistas y, en fin, profesionales e intelectuales que sigan manteniendo la expectativa de una transformación socialista dentro de la democracia. La captación de los primeros tiene sus cauces propios a través de Comisiones; lo segundo puede alcanzarse mediante la centralidad que el PCE piensa desempeñar en la activación de las demostraciones por la paz y contra la OTAN. Pero lo tercero, al dirigirse hacia los sectores segregados del partido entre 1978 y 1981 exigía algo más. Es la principal baza que jugó la dirección saliente en el XI Congreso y que marcó la divisoria entre los dos bloques de delegados.

No es casual a este respecto que Iglesias adoptara la palabra maldita, renovación, para designar la nueva política interna de su proyecto. Ni que en las intervenciones contrarias al informe de Carrillo y sus seguidores se insistiese una y otra vez en que su contenido representaba desautorizar la dirección precedente y dar la razón a los liquidadores del partido (novedosa expresión, libre de todo aroma estaliniano).

Iglesias asumía que en la crisis había jugado un papel determinante el aplastamiento de las divergencias por vía administrativa, léase expulsiones, y que un partido que predica la democracia exige la democracia interna en su funcionamiento. Sin hablar de las anatematizadas corrientes, el paso está franqueado, y curiosamente los primeros beneficiarios han sido los censores de entonces, que ya en el proceso congresual han mostrado as ventajas operativas de la tendencia articulada. La primera experiencia parece salir bien: la más dura confrontación no autoriza a pensar en la ruptura, como ocurriera en 1981.

Las sirenas del pasado

El paso atrás corresponde, sin lugar a dudas, a la definición en materia de política exterior. Con el XI Congreso se han evaporado casi todos los avances conseguidos en los últimos 10 años en cuanto a afirmación independiente y crítica del partido, culminando con la tesis primera del X Congreso que presentara Manuel Azcárate. Ahora regresan las formas de la ,vieja mentalidad internacionalista los países del socialismo real devienen países socialistas, la referencia a sus contradicciones se esfuma e incluso el partido vuelve a considerarse parte del movimiento comunista internacional.

Hay que reconocer que la presión táctica fue aquí excesiva, ya que Gerardo Iglesias hubiera perdido el congreso de no haber aceptado el centenar de enmiendas enrojecedoras de la tesis internacional. Pero no es menos cierto, y eso es lo preocupante, que había un consenso generalizado en este sentido de replegarse desde el fracaso político interior a unos orígenes marcados por la acepción clásica del término comunista.

Aquí, todas las intervenciones coincidieron. El ponente mayoritario, Andreu Claret, se felicitó del giro a la izquierda que ponía fin a años de aislamiento internacional. Por supuesto, el seguidor de Carrillo, Jaime Ballesteros, fue aún más allá, dividiendo al mundo en dos mitades, la capitalista, condenada a las crisis y con una única superación posible en el socialismo, y los países socialistas, susceptibles de perfeccionamiento. Pero no estaba lejos de su horizonte mental el secretario comunista andaluz, mayoritario, al felicitarse en su intervención de que por fin se hubiera acabado la fobia contra los países socialistas, a éstos se les llamara por su nombre y que a nadie se le ocurriese declarar caduco el sistema de la URSS.

Con estos antecedentes, no es de extrañar que su voz coincidiera con la de Carrillo en cuanto al sentido de la recuperación, invitando al regreso de Ignacio Gallego, mientras el ex secretario general lo hacía, no por supuesto a los eurorrenovadores y liquidadores, sino a los verdaderos comunistas del PCC. Tampoco es raro que la mayoría pusiese en tela de juicio la calificación eurocomunista. Signo de la confusión alcanzada.

Porque, a medio plazo, ese abandono total de la crítica y el análisis del socialismo real no encaja con la positiva preocupación por superar el pragmatismo de la era Carrillo y abrir una reflexión sobre la estrategia del partido hacia el socialismo en España y sus objetivos finales.

Con los textos del XI Congreso en la mano puede parecer que existe un denominador común sustancial entre lo que pretende el PCE y los hoy recuperados países socialistas, sin comillas. Ponemos, además, en duda la rentabilidad política del viraje, salvo para un sector de nostálgicos que cuentan poco en la España de hoy. Sería de una miopía absoluta confundir el deseo de paz de la gran mayoría de los españoles, su oposición a la OTAN y a las bases americanas, o la solidaridad activa hacia los movimientos antiimperialistas, con un alineamiento filosoviético.

No puede olvidarse que detrás de la resistible ascensión de Reagan hubo actos tan poco pacíficos de la como la invasión de Afganistán y que como premisa de los eurocohetes fueron instalados los SS-20. Y siguen estando ahí Praga-68 y Polonia-81. Que el imperialismo norteamericano es hoy el principal enemigo de la paz parece claro, pero también lo es que quien recoge ahora tempestades sembró antes los vientos. Aunque hable de policentrismo y de independencia en el marco de, la nueva postura internacional del PCE sirve sólo para comprometer sus posibilidades de capitalizar políticamente el movimiento pacifista.

Sólo cabe esperar que se trata de un aspecto formal, forzado por las circunstancias y los números Pero resulta grave esta inflexión tradicionalista, que hace pensar de nuevo en la escasa penetración que en el interior del PCE tuvo la estrategia del comunismo democrático a la italiana. Las puerta sinceramente abiertas dejan entre ver por esta rendija una realidad política poco halagüeña. Y el espectro del cunhalismo resulta poco compatible con la idea de un transición democrática al socialismo. Claro que entre tanto el PSOE promueve la sovietología y nos fija en el mundo occidental. La política de bloques va así logrando un reflejo estricto en la conciencia política de la izquierda española.

es historiador. Fue militante del PCE hasta noviembre de 1981.

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