Crítica:El cine en la pequeña pantalla

La postal navideña de Berlanga

En los años cincuenta no se podía decir Berlanga sin decir Bardem, o a la inversa. La opinión elitista de la época los había casado, profesionalmente hablando, pero dejando bien claro que el responsable de verdad, el que llegaba a un supuesto fondo de las cosas, era el autor de Muerte de un ciclista. Desde Bienvenido, míster Marshall, nuevamente en colaboración con Bardem, había quedado establecido el talento histriónico del director de cine valenciano, pero muchos pensaban que no pasaba de ser un cineasta menor de una cinematografía nada pródiga en la fabricación de artis...

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En los años cincuenta no se podía decir Berlanga sin decir Bardem, o a la inversa. La opinión elitista de la época los había casado, profesionalmente hablando, pero dejando bien claro que el responsable de verdad, el que llegaba a un supuesto fondo de las cosas, era el autor de Muerte de un ciclista. Desde Bienvenido, míster Marshall, nuevamente en colaboración con Bardem, había quedado establecido el talento histriónico del director de cine valenciano, pero muchos pensaban que no pasaba de ser un cineasta menor de una cinematografía nada pródiga en la fabricación de artistas de tamaño natural.

En los sesenta algunos espejismos se habían disipado ya y, con todos los respetos para el director de Calle Mayor, Berlanga vivía un fecundo divorcio artístico en el que nos dio algunas de sus mejores películas como El verdugo y la que hoy se proyecta, Plácido, inusitadamente apropiada para estas fechas, desde una perspectiva muy distinta a la que impulsaba tiempo atrás a programar El Judas o Fabiola en Semana Santa.

La Navidad de Berlanga y el modesto repartidor apenas motorizado, que interpreta Cassen, es la de un Fellini de mesa camilla nacido en provincias. Un tiovivo de personajes, contemplado desde la ternura satírica, pero no la compasión bobalicona, se mueve como marionetas en torno a una letra de cambio durante una jornada navideña. Apenas ninguno de los muñecos de la farsa se detiene tiempo suficiente ante la cámara para que tengamos mas que un apunte, una viñeta sabiamente dosificada de su personalidad. Ahí probablemente se despliega el mejor Berlanga, en la lluvia de confeti en que envuelve a un formidable reparto de actores de los mal llamados secundarios, entre quienes destacan López Vázquez, el recientemente fallecido José Orjas, Julia Caba Alba, Elvira Quintillá y Amelia de la Torre.

Plácido es así una Dolce vita para escépticos con sentido del humor, en la quelas gotas de moralina se administran con pudor de forma que apenas den para un jadeante final feliz, que, en realidad, es tan jocosamente triste como el resto de la película.

Berlanga ha venido haciendo desde aquellos años cincuenta siempre su película. Un cine de pobres gentes, además de gente pobre que no tiene biografía, sólo chiste, anécdota, jaculatoria o chispazo, como todos esos duendecillos que pululan por Calabuch o Vivan los novios. Lo más débil suele ser el plato fuerte, siempre bordeando el riesgo de convertirse en una única imagen estirada durante 90 minutos. Como en Plácido no hay nada central, todo es periférico, hasta el rodaje de la cinta, que se produjo en una pequeña localidad catalana, la película es una de las más afortunadas de Berlanga. La Navidad de los que creen en ella, pero no osan confesarlo.

Plácido se emite hoy en La clave.

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