Tribuna:

Bestia negra

Ahí está, en primera página de los periódicos, cabalgando en los denuestos oficiales, convertido de la noche a la mañana en malo celebérrimo, bestia negra con cara de cuitado.Solchaga le ha hecho cruz y raya, como en los vetos-conjuros infántiles: no se quiere sentar a negociar con él y no le ajunta. Pobre Juan Ignacio Marín, que un buen día se acostó como sindicalista y a la mañana siguiente despertó transmutado en bestezuela. Marín era antes el secretario general del metal de CC OO. Ahora es simplemente el coco, cosa que se veía venir en lo premonitorio, de sus siglas.

M...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Ahí está, en primera página de los periódicos, cabalgando en los denuestos oficiales, convertido de la noche a la mañana en malo celebérrimo, bestia negra con cara de cuitado.Solchaga le ha hecho cruz y raya, como en los vetos-conjuros infántiles: no se quiere sentar a negociar con él y no le ajunta. Pobre Juan Ignacio Marín, que un buen día se acostó como sindicalista y a la mañana siguiente despertó transmutado en bestezuela. Marín era antes el secretario general del metal de CC OO. Ahora es simplemente el coco, cosa que se veía venir en lo premonitorio, de sus siglas.

Marín tiene 32 años y aire progre y aniñado. No posee la catadura del perverso: como mucho se le podría suponer algún secreto vicio adolescente. Su imagen se corresponde más con la del niño del Pilar o el boy scout, cosas ambas que Marín fue en su juventud. No ha tenido suerte: muchos otros empezaron como él entre los muros escolares pilaristas y las fogatas scoutianas y terminaron de ministros. A él, en cambio, le han convertido en una bestia. Seguramente no cultivó sus amistades.

Lo que ha indignado a Solchaga es que a Marín se le ocurriera la perfidia de encerrarse. La verdad es que yo no comprendo el porqué de tanto escándalo. Si a Marín le hubiera dado por presidir el consejo de administración de un banco u oficiar una misa en los Jerónimos, lo entendería. Pero, ¿qué cosa hay más natural para un sindicalista que encerrarse?

El asunto me recuerda las primeras reformas penitenciarias del posfranquismo, cuando se intentó mejorar las penosas condiciones de las cárceles. Poco después, el director general de Prisiones declaró que estaba dolidísimo de que los presos se siguieran fugando, con lo mucho que él había hecho por ellos. No entendió que la misión del preso era fugarse y la suya la de mantenerle prisionero, por muy humanitariamente que lo hiciese. No. comprendió que eran enemigos naturales.

Solchaga tampoco parece saber que la función del sindicalista es dar la bronca. Solchaga fue progre y es socialista, pero ahora es ministro y, en esta negociación, el adversario. Es conveniente asumir bien los papeles para no resultar estrafalario.

Archivado En