Tribuna:

Los minusválidos también son realidad

Indudabtemente, cada vez nos cuesta más fijarnos en los hechos cotidianos que pasan en las calles de nuestra ciudad. Estamos habituados a pasar por ellas sin prestar gran atención, ya que son tantos los sucesos que acontecen a nuestro paso que nos vemos obligados a cubrirnos con una gran concha para llegar a nuestro destino. Sin embargo, muchas veces hay algo que no puede pasar inadvertido y deja de ser un hecho cotidiano; de ahí su gran poder para llamar la atención.Fue una de esas personas a las que llamamos minusválidos la que consiguió romper la monotonía de mi paseo por el parque. Realmen...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Indudabtemente, cada vez nos cuesta más fijarnos en los hechos cotidianos que pasan en las calles de nuestra ciudad. Estamos habituados a pasar por ellas sin prestar gran atención, ya que son tantos los sucesos que acontecen a nuestro paso que nos vemos obligados a cubrirnos con una gran concha para llegar a nuestro destino. Sin embargo, muchas veces hay algo que no puede pasar inadvertido y deja de ser un hecho cotidiano; de ahí su gran poder para llamar la atención.Fue una de esas personas a las que llamamos minusválidos la que consiguió romper la monotonía de mi paseo por el parque. Realmente llamaba la atención por su manera de andar: lenta, dificultosa, con movimientos incontrolados de brazos y piernas; se asemejaba bastante a una marioneta. Iba cogido de la mano de una chica esbelta, que contrastaba con él por ser físicamente normal.

A medida que fui acercándome a ellos observé que la manera de hablar de él no era normal; era ligeramente más lenta, con cierto tono gangoso en su pronunciación, que, sin embargo, no le impedía mantener una conversación fluida con su acompañante. Decidí seguirlos discretamente, ya que disponía de tiempo y el hecho en sí me atraía.

Se sentaron en una terraza a la cual yo me acerqué situándome e n una mesa cercana a ellos, desde la que escuchaba perfectamente el diálogo que mantenían. Yo disimulaba leyendo un periódico. Ellos hablaban de viajes, de aventuras en las cuales habían participado los dos. Sonreían y gesticulaban con gran elocuencia al hablar de anécdotas un tanto sarcásticas, corno podían ser: un verano en el que se fueron los dos de camping, y, al entrar en éste, en lugar de hacerlo en un coche normal, lo hicieron en una moto de tres ruedas que él poseía, ante el asombro de los allí presentes; de los problemas que surgieron para montar la tienda, ya que él perdía el equilibrio con facilidad. Como también otro día que, paseando por la GTran Vía, él perdió dicho equilibrio y cayó al suelo de una manera apoteósica, viéndose rodeado a los pocos segundos de mil almas generosas que pretendían ayudarle, haciendo imposible el hecho de que pudiera levantarse él solo.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Poco a poco, el tono de la conversación fue haciéndose cada vez más pausado, y las voces se fueron apagando; sin embargo, yo tenía los datos siaficientes como para pensar que llevaban bastante tiempo juntos.

Proseguí mi escucha con gran atención, y observé que entre ellos iba aumentando la tensión, pues iban aderitrándose en un tema cada vez más íntimo y complicado.

Al parecer, se trataba de la relación que mantenían con los padres de ella, relación que, por lo visto, no era dernasiado buena. Ella había hablado en sucesivas ocasiones con sus padres de las relaciones, cada vez más próximas, que mantenía con un chico que tenía una minusvalía; por lo visto, los padres nunca quisieron escuchar, evadiendo el tema. Al fin, ella les comunicó que llevaban largo tiempo juntos, y que era hora de que le conocieran. Ante este hecho, los padres reaccionaron violentamente, contestándola que no querían saber nada de él; que tenía que abandonar esa relación, o que, de lo contrario, la retirarían todo tipo de ayuda familiar, puesto que ellos no habían estado criándola y educándola para que acabase con un minusválido.

Voy a dejar a vuestra imaginación la continuación de esta historia y voy a limitarme a desarrollar una serie de interrogantes que se me plantearon a raíz de aquel encuentro.

Por el momento, me inclino a pensar que fue un hecho que se puede generalizar, aunque haya algunas excepciones; creo que en el fondo todo padre desea lo mejor para sus hijos, aunque sea tan sólo porque representan para ellos su ideal de vida. Y ¿quién no quiere lo mejor pana uno mismo?

Pero ¿qué es lo que creemos lo mejor para nosotros? Fundamentalmente, abundante dinero y buena presencia, y, mediante estos dos atributos, podemos integrimnos perfectamente en la sociedad, adquiriendo una situación que nos permita alcanzar esos niveles de felicidad que la sociedad nos propone.

La situación social del minus-

Pasa a la página 12

Los minusválidos. también son realidad

Viene de la página 12válido o disminuido físico está encuadrado dentro de ese grupo social que denominamos marginados. Indudablemente, carecen de los atributos anteriormente citados. Por un lado, su presencia, desde un punto de vista estético, no posee valor de belleza, por sus deformaciones risicas y/o movimientos incontrolados; por otro, económicamente, por regla general, tampoco suelen ser solventes, pues en la mayoría de los casos no trabajan.. Esto es debido, principalmente, a que no han recibido una formación suficiente para acomodarse a un puesto de trabajo, y, en segundo lugar, por no ser un elemento competitivo en nuestro sistema de producción actual, ya que lo que se valora no es el trabajo en sí, sino el número de productos realizados en un mínimo tiempo.

No obstante, a pesar de las circunstancias anteriormente citadas, hay un hecho claro y concreto: la presencia del minusválido está en la calle. Esto está produciendo un cambio. Vemos en la opinión de mucha gente de la calle cómo reaccionan al ver a un minusválido: ¿qué harán ellos solos por ahí?, deberían estar con su familia. Ésta es la opinión más común.

Lo que está ocurriendo es que estos minusválidos están empezando a traspasar la piel que les protegía y les escondía en cada familia. Por eso, el problema ya no atafle únicamente a la familia en sí, sino que debe comprometer a todo aquel que vive en la comunidad como cíudadano, y en la que ya no podemos esconder la cabeza ante un hecho que nos pueda desagradar o producir miedo, como todo lo nuevo.

Está claro que todos queremos lo mejor para nosotros mismos y para nuestros hijos. Pero lo que no está tan claro es que lo mejor sea aquello que está únicamente prefijado por nuestras ideas, ya que éstas, si no se adecuan con la realidad, no pueden producir ningún tipo de cambio social, ni posibilidad alguna de asimilar nuevas realidades. Y yo, el otro día, al caminar por aquel parque y encontrarme con dicha pareja, vi un hecho real: estaban relacionándose, juntas, dos personas pertenecientes a diferentes grupos sociales.

Luis Antonio Pérez-Molimer García es orientador sociocultural, miembro del Colectivo de Minusválidos perteneciente a la Asociación Pro Derechos Humanos.

Archivado En