Tribuna:

Verde que te quiero verde

Resulta que las diputadas del partido verde de la RFA andan a la caza de algunos compañeros que tienen la mano demasiado larga. Me encanta. Quiero decir que me encanta que los colegas de Petra Kelly sean, además de diputados verdes, viejos verdes. Me parece magnífico que el hombre, fiel a su condición de cazador siempre al acecho, no renuncie a deslizar sus dedos bajo una blusa, sobre todo en estos tiempos de misoginia salvaje que nos ha tocado vivir. Ah, sí. Nada como un buen sobo entre dos aburridos discursos parlamentarios. Nada como un ameno intercambio de calenturas entre do...

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Resulta que las diputadas del partido verde de la RFA andan a la caza de algunos compañeros que tienen la mano demasiado larga. Me encanta. Quiero decir que me encanta que los colegas de Petra Kelly sean, además de diputados verdes, viejos verdes. Me parece magnífico que el hombre, fiel a su condición de cazador siempre al acecho, no renuncie a deslizar sus dedos bajo una blusa, sobre todo en estos tiempos de misoginia salvaje que nos ha tocado vivir. Ah, sí. Nada como un buen sobo entre dos aburridos discursos parlamentarios. Nada como un ameno intercambio de calenturas entre dos farragosas redacciones de ponencia sobre el futuro de las ballenas en el mar del Norte.Adoro que los parlamentarios verdes sean tan pacifistas como Gandhi pero no practiquen su nauseabunda castidad. Eso no sólo nos garantiza la reproducción de la especie: también nos reafirma en que todo lo que gastamos en cremas no va a parar en saco roto.

Sin embargo... ¡Horror! Siempre hay un sin embargo. ¿Por qué esos deliciosos diputados verdes siguen practicando la vieja costumbre de deslizar su mano entre las morbideces de sus subordinadas? ¿Por qué insisten en echarles vientos a quienes cobran sueldos muy inferiores y apenas levantan cabeza en el escalafón? Sexísmo, se apresurarán a denunciar las diputadas. Clasismo, diría yo. Porque me temo que esos ecologistas retozones, que a su edad sienten que el metacarpio se les pone loco, no desdeñarían en absoluto meter mano a los ujieres, si por ese camino de preferencias eróticas les hubiese llamado el Señor.

De lo que se trata, en definitiva, es de prolongar la explotación. De que secretarias, botones, ascensoristas, y demás signos componentes del sector terciario continúen a disposición de sus superiores cuando a éstos les da la hora tonta y se olvidan de pedir permiso antes de arrojarse al ruedo. Lo que a mí me gustaría es que empezara a funcionar la igualdad. Los alemanes pueden conseguirlo. Después de eso, todos seguiríamos su ejemplo. Amémonos los unos en las mismas condiciones que los otros.

Abajo la inmunidad de bragueta parlamentaria.

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