Tribuna:

Las amnesias

Con el tórax transido de esperanza y los ojos como puñales vengo leyendo, de un tiempo a esta parte, esas exquisiteces con que nuestras más añejas estrellas del cine y de la pantalla nos están obsequiando desde las páginas de la prensa del corazón, y que ellas y sus patrocinadores denominan, con más audacia que acierto, memorias.Debo decir que el morbo me corroe. Me muero por enterarme de que a Marujita Díaz le dio el primer beso Tony Leblanc, adoro saber que Sarita Montiel, que parece poseer el don de la ubicuidad y el de la adivinación -según cuenta, en 1945 ya conocía la existencia d...

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Con el tórax transido de esperanza y los ojos como puñales vengo leyendo, de un tiempo a esta parte, esas exquisiteces con que nuestras más añejas estrellas del cine y de la pantalla nos están obsequiando desde las páginas de la prensa del corazón, y que ellas y sus patrocinadores denominan, con más audacia que acierto, memorias.Debo decir que el morbo me corroe. Me muero por enterarme de que a Marujita Díaz le dio el primer beso Tony Leblanc, adoro saber que Sarita Montiel, que parece poseer el don de la ubicuidad y el de la adivinación -según cuenta, en 1945 ya conocía la existencia de campos de exterminio nazis-, perdió la virginidad con un Barrymore blacklisted por MacCarthy.

No obstante, no es sólo la perversidad lo que me mueve a devorar esos relatos que contribuyen a, sanear el más perfecto negocio periodístico de todos los tiempos, el único que sobrevive a cambios de régimen, dictaduras y democracias. Dirige también hacia los quioscos mis pecadores pasos la pequeña, trémula esperanza de encontrar, en medio de tanta letra vana, narcisista, pedrestre, a menudo cutre y casi siempre confusa, un testimonio real, una visión directa de lo que fueron aquellos años en aquella España, un retrato al natural, sin maquillaje, de tiempos que nos precedieron, que conocemos por la Historia grande, pero que nadie nos va a contar a través de la pequeña.

De los estrenos a lo Hollywood de Cifesa: armiños sobre los hombros de las estrellas y raídos abrigos, vueltos varias veces, malcubriendo a quienes las espiaban detrás del resplandor de los focos; de la facilidad con que un galán podía conseguir a una muchacha, por una noche, a cambio de una cena y unas medias de cristal. Del lujo y el derroche, de la segunda conquista de América a golpe de pandereta y faralae, de jipío e ignorancia. Del control, las censuras, las humillaciones.

Pero nuestras estrellas no escriben memorias. Escriben amnesias. Tampoco hay que culparlas, pues nunca fueron Lauren Bacall, Ingrid Bergman o Simone Signoret. Tal vez, mientras todo ocurría a su alrededor, ellas no se enteraban: no miraban, no entendían, no analizaban. Aunque temo, y eso todavía es más grave, que, pese a lo que vivían, no les pasaba nada.

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