Reportaje:

Eduardo Martínez Somalo

El arzobispo español es la tercera persona más influyente del Vaticano

El arzobispo español Eduardo Martínez Somalo, sustituto de la Secretaría de Estado, número tres del Vaticano después del Papa y del secretario de Estado, cardenal Agostino Casaroli, es un personaje de algún modo inédito en el mundo complejo y misterioso de la Santa Sede. En la noche del jueves el nuevo embajador de España cerca del Vaticano, Nuño Aguirre de Carcer, le impuso la Gran Cruz de Isabel la Católica en nombre de su majestad el Rey de España. La ceremonia fue íntima, pero en un escenario solemne: el salón del trono de la soberbia embajada española de la Plaza de España.

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El arzobispo español Eduardo Martínez Somalo, sustituto de la Secretaría de Estado, número tres del Vaticano después del Papa y del secretario de Estado, cardenal Agostino Casaroli, es un personaje de algún modo inédito en el mundo complejo y misterioso de la Santa Sede. En la noche del jueves el nuevo embajador de España cerca del Vaticano, Nuño Aguirre de Carcer, le impuso la Gran Cruz de Isabel la Católica en nombre de su majestad el Rey de España. La ceremonia fue íntima, pero en un escenario solemne: el salón del trono de la soberbia embajada española de la Plaza de España.

, Estuvieron presentes el cardenal polaco Wladyslaw Rubin, toda la colonia eclesiástica española, numerosos embajadores que saludaban rodilla en tierra al sustituto y dos nombres italianos famosos: la marquesa María Cristina Marconi y el abogado Giorgio Montini. Todos, embajadores, eclesiásticos y seglares ilustres vestidos de gala desde los pies a la cabeza. Parecían todos cardenales esta vez. El más sencillo y campechano era el homenajeado. Hasta se le veía en algunos momentos como a un pez fuera del agua; como si sonriera dentro de sí mismo. Muy sincero eso sí, cuando elogió al rey para agradecerle la condecoración. Muy a lo Juan XXIII cuando improvisó unas palabras para responder al saludo afectuoso de presentación del embajador Aguirre de Carcer y para recordar su Rioja y su seminario de Calahorra. Dijo que el honor iba a España y que no sabía si lo que tiene como eclesiástico se lo debe a España o si lo que tiene como español se lo debe a la iglesia. Ni un perifollo más. Y cuando todo acabó, después de los saludos indispensables a la gente importante, se fue corriendo a conversar con los cinco periodistas presentes en la ceremonia.Este sustituto de la Secretaría de Estado, un cargo que anterior mente habían tenido personajes como Pablo VI y Giovanni Benelli, que iba también para Papa cuando falleció el año pasado, ya arzobispo cardenal de Florencia, es un personaje particular. Es la primera vez que un español llega a estas alturas vaticanas. Es el único cargo de la curia que, en caso de defunción del Papa, queda en pie. Es una especie de ministro del Interior de la iglesia. Y hasta algo más. El sustituto es quien despacha cada día con el Papa y hasta varias veces. En este caso existe, como pasaba entre Benelli y Pablo VI una especie de simbiosis entre So malo y el papa Wojtyla. No es una afinidad tanto ideológica como temperamental. Los amigos polacos del Papa dicen que a Juan Pablo II le gusta el sustituto español no sólo porque es una persona de total fidelidad, sino también porque es genuino, alegre, capaz de humor, que no dramatiza ni en los momentos más trágicos; que no es ansioso y sí optimista. Y, sobre todo, que no es ambicioso. Y es este "defecto" lo que más intriga en Roma del nuevo sustituto.

No es tampoco un místico o un espiritualista como no es un intelectual. Dicen que es más listo que inteligente, porque reconoce que no puede saber de todo. Pero esto ¿no es sabiduría? Ama la vida pero sabe hablar sin empacho y con sencillez de la muerte. No es un agresivo ni un justiciero. Quien lo conoce dice que por dentro es un hombre de mucha paz. Quizás por eso no ama las peleas de gallos. Se afirma que es un tradicional y conservador, pero cuando conversa con los periodistas es un hombre libre. Reconoce que todo el mundo de la información vaticana necesita una profunda reforma. Ha llegado a admitir en materia de información que a veces la Iglesia "abre el paraguas cuando ya ha acabado de llover".

Y Somalo, que ama mucho hablar por imágenes, cuando se toca con él el tema del diálogo y del pluralismo recuerda el ejemplo del sastre. Lo importante, dice, es que cada uno tenga la libertad de decirle a su sastre cómo le gusta su chaqueta, y por qué no, también su sotana.

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