Tribuna:TRIBUNA LIBRE

El Rayo Vallecano

Las cosas nunca ocurren en Mallorca: simplemente repercuten, y algún día tenía que ser para bien. Un claxon cósmico perfora el silencio húmedo de la tarde isleña. Se colapsa el centro de Palma. Algún extranjero atónito interpreta la súbita avenida de banderas rojas como un epiléptico aceleramiento de la historia.De pronto, el gran apagón que sepulta la isla en una noche oscura, quizá como un castigo superior a una acción que no ha sabido mantener el gozo en sus justos límites. Poco dura la alegría en la casa del pobre.

Nadie -es un decir- ha tirado en cara a la clase política de estas, ...

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Las cosas nunca ocurren en Mallorca: simplemente repercuten, y algún día tenía que ser para bien. Un claxon cósmico perfora el silencio húmedo de la tarde isleña. Se colapsa el centro de Palma. Algún extranjero atónito interpreta la súbita avenida de banderas rojas como un epiléptico aceleramiento de la historia.De pronto, el gran apagón que sepulta la isla en una noche oscura, quizá como un castigo superior a una acción que no ha sabido mantener el gozo en sus justos límites. Poco dura la alegría en la casa del pobre.

Nadie -es un decir- ha tirado en cara a la clase política de estas, islas el hecho de que permitieran que fuésemos los teloneros más humildes del festival autonómico del Estado. A él hemos llegado cuando ya, se estaba cerrando la meta. Pero si el Mallorca no llega a ascender esta temporada hubiera podido ocurrir una catástrofe, quizá poco espectacular, pero de lentos efectos incalculables: una catástrofe por omisión. Los pueblos como el nuestro, acostumbrados a tragar mucho polvo comarcal, tienen una capacidad de aguante cuya explicación sólo podríamos hallar en el carácter subsidiario de su historia. Pero cuando un período de tiempo es especialmente denso en frustraciones colectivas y hace palidecer aquella sabia aceleración de que que los males nunca llegan solos, se encíende una alerta de rojo virulento y puede saltar por los aires la más arraigada denominación geoturística.

Ni la cultura ni la política de este pequeño país insular han sido capaces de levantar mitos domésticos para ir tirando: sólo el deporte, con un Timoner, un Amengual o un Escalas. Las comunidades conservadores se identifican con el poder; en consecuencia, tampoco puede crear mitos el fútbol de Segunda División. Desde Forteza y Mir no disponíamos de guías autóctonos para el triunfo.

El Mallorca había iniciado un calvario sin fe en la resurreccion. Había incluso llegado a renunciar a la alta misión que tiene encomendada cuando, en la tercera caída, puso a su plantilla en subasta, en un acto que rozaba las prácticas esclavistas. El Cirineo fue Damián Contestí, un espíritu fuerte, un hombre con fe en los destinos del club, cuyos altibajos afectan a lo más sensible de sus vísceras.

El Mallorca culmina ahora la tarea de su reconstrucción. No debe volver a ser un acogedor cementerio de elefantes ni el símbolo del autoodio de los indígenas. No debe perinitir que a costa del restaurado prestigio se le utilice en cualquier símil referido a todas las crisis que soportamos. Debe anular, de una vez por todas, la dramática desproporción entre su vocacion y sus aptitudes y, sobre todo, debe ser consciente de que tiene una funcion histórica, ya que por error u omisión de las instituciones es la única entidad que actúa como elemento integrador de mallorquins y forasters.

Cierto que muchos inmigrados se verán en la obligación moral de actuar intermitentemente a modo de caballo de troya para defender su identidad de origen. Pero también es verdad que frente al Real Madrid se alcanzará la concordia más plena y exenta de suspicacias. Y todo gracias al Rayo Vallecano.

Guillem Frontera es escritor mallorquín.

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