Cartas al director

Sentirse español

El pasado día 18 de este mes, y por motivos profesionales, tuve que trasladarme a París. En esta ciudad, y como habrán podido comprobar los muchos españoles que la han visitado, existe una magnífica red de metros. En este medio de comunicación, y a diferencia de España, hay vagones de primera clase y de segunda. Sin embargo, la diferencia sólo estriba en que unos vagones van pintados de un color distinto a los otros, y con el número uno o dos, según la citada categoría.El citado día 18, y según una fotocopia que le adjunto, coincidió la llegada del convoy a la estación con mi arribada a...

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El pasado día 18 de este mes, y por motivos profesionales, tuve que trasladarme a París. En esta ciudad, y como habrán podido comprobar los muchos españoles que la han visitado, existe una magnífica red de metros. En este medio de comunicación, y a diferencia de España, hay vagones de primera clase y de segunda. Sin embargo, la diferencia sólo estriba en que unos vagones van pintados de un color distinto a los otros, y con el número uno o dos, según la citada categoría.El citado día 18, y según una fotocopia que le adjunto, coincidió la llegada del convoy a la estación con mi arribada a la misma y por la falta de costumbre en España, me introduje en el vagón que me vino enfrente de donde me hallaba.

Transcurridas varias estaciones, se me presentaron dos señor¡tas magníficamente uniformadas solicitando mi billete. Una de ellas me indicó que no era conforme, ya que tenía que pagar veinticinco francos (cuatrocientas pesetas). Hablo un francés regular y le pregunté el porqué. Me dijo que iba en primera clase con billete de segunda. Le dije que era extranjero, de Barcelona, contestándome que tenía que pagar veinticinco francos. Sin mediar otra palabra le dije que me permitiera bajarme en la próxima estación y cambiaría de vagón y me contestó que tenía que pagar veinticinco francos. En ese momento le dije que en España, cuando un extranjero no sabe de senvolverse, procurarnos ayudarle. Su contestación, con mi palabra de honor de que no existió otra, fue: "Pour moi, l'Espagne c'est la merde". Creo que no necesita ninguna traducción.

Seguramente, usted se preguntará por mi reacción. Miré a mi alrededor y me vi pequeño, extraño y rodeado de miradas complacientes. En ese momento sólo se me ocurrió pensar en cuántos compatriotas de todas las nacionalidades y regiones que a veces dan la sensación de no querer sentirse españoles. Creo que en ese momento hubieran querido estar allí para sentirse españoles por el resto de sus días. /

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