Tribuna:TEMAS PARA DEBATE

Virtudes y vicios de las elecciones

¿Es verdaderamente libre el elector cuando elige una opción política mediante el voto? ¿No es de principio una limitación a la libertad que el elector sólo pueda escoger entre las opciones prefabricadas que se le ofrecen? ¿De qué modo influye la cosmetología, las artes del marketing, las motivaciones afectivas, la irracionalidad y el subconsciente en las decisiones del electorado? ¿Puede decirse, en definitiva, que a estas alturas del siglo XX y tras el desarrollo de las técnicas de comunicación de masas el procedimiento de elección de candidatos conduce a la configuración de una verdad...

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¿Es verdaderamente libre el elector cuando elige una opción política mediante el voto? ¿No es de principio una limitación a la libertad que el elector sólo pueda escoger entre las opciones prefabricadas que se le ofrecen? ¿De qué modo influye la cosmetología, las artes del marketing, las motivaciones afectivas, la irracionalidad y el subconsciente en las decisiones del electorado? ¿Puede decirse, en definitiva, que a estas alturas del siglo XX y tras el desarrollo de las técnicas de comunicación de masas el procedimiento de elección de candidatos conduce a la configuración de una verdadera sociedad democrática? Estas y otras cuestiones, que constituyen hoy un tópico polémico en la ciencia política occidental, se analizan y debaten aquí por dos cualificados representantes de la politología y la comunicación social, respectivamente.

José Vidal Beneyto es Presidente del Comité Internacional de Comunicación y Cultura de la UNESCO y Presidente del Grupo Internacional de Comunicación Política.

Ruptura contra ruptura

"Piège á cons". Eslogan, mayo 1968."Without Elections, no freedom", W. Churchill.

Las elecciones están de moda entre los científicos sociales de la política. Unos, los que aún creen, y sobre todo viven, del análisis empírico funcional de los procesos políticos las han constituido en su iriás socorrido sustento; otros, los profesos de la crítica, han convertido su debelación en ejercicio predilecto. Pero, las modas, fenómenos de agregación en superficie, son siempre punta de un iceberg que aspira a ser continente.

En 1982, y después de casi cuarenta años ininterrumpidos de elecciones democráticas enla mayoría de los países desarrollados, la efectiva transformación del proceso electoral y la progresiva "perversión" de su función y principios han alcanzado la condición de evidentes. Por lo menos así lo pretenden y exponen, desde una perspectiva de militancia democrática y con frencuencia de izquierdas, un numerosísimo grupo de politólogos actuales -G. Burdeau 1979, G. Di Palma 1970, J. Ellul 1967, D. Gaxie 1978, A. Halimi 1978, S. Kaufmann 1979, F.Ch. Kolm 1978, W.P. Kreml 1971, E.N. Müller 1975, I. Tallman 1976, D. Schwartz 1973, etc.- cuyas principales conclusiones resumo muy apretadamente.

Las elecciones democráticas son, de acuerdo con la doctrina, el instrumento mediante el cual el pueblo expresa su voluntad soberana eligiendo, por un tiempo determinado, una determinada opción política, cuya ejecución confía a determinados representantes suyos, que son, en virtud del principio de la racionalidad social, los más aptos, y, a cuyo través, participa efectivamente en todos los procesos de decisión colectiva.

Pues bien, el ejercicio electoral contemporáneo se traduce en que: a) los ciudadanos no tienen ninguna posibilidad de elaborar directamente las diversas opciones políticas susceptibles de ser elegidas; b) las opciones políticas, que ofrecen los diversos partidos políticos, tienen escasa capacidad diferenciadora, por la homogeneidad creciente de objetivos y programas; e) lo que finalmente es objeto de votación no son proyectos políticos, más o menos diferentes, sino figuras políticas fabricadas de cara a una posible mayoría estereofónica; d) la expresión parlamentaria de la voluntad popular no recae en los representantes del pueblo -que no hay- sino de los partidos; e) el grupo de los posibles representantes es muy reducido y su determinación escapa, tanto estructural como individualmente, a los ciudadanos; f) la generalizada mediocridad de dichos representantes es consecuencia de ello, ya que los mismos no son profesionales de la política al servicio de la ciudadanía, sino funcionarios retribuidos de los partidos; g) el mandato específico y vinculante que los miembros del Parlamento deberían recibir de los electores, se ha transformado en una delegación representativa de carácter general y sin límites, que otorgan y administran en exclusiva los partidos; h) la alternancia en la gestión política, lejos de suponer estímulo y aceleración en los procesos de transformación social, implica su clausura, por el cumplimiento desviado que ofrece a los impulsos y fuerzas sociales de base que empujan hacia el cambio.

Todas estas características hacen que nuestros autores hablen de "malversación de la democracia", de "secuestro de la voluntad popular", de "corrupción de la política", de "expoliación de la soberanía del pueblo en beneficio de un microgrupo de empleados, fieles a sus amos, pero incompetentes", de "abdicación, reiterada cada equis años, de la ciudadanía", de "plebiscitos recurrentes, falsa o parcialmente competitivos, de candidaturas censitarias de funcionarios"; y que, afirmen que la práctica presente del sufragio universal "lo convierte en una coartada", que "las elecciones son una fiesta votiva", y que "el voto es esencialmente una ceremonia legitimadora".

Los supuestos desde los que cabe explicar esta perversión de uno de los mecanismos capitales del funcionamiento democrático, son los siguientes: 1. La espectacularización de la vida social; 2. La personalización de la vida política; 3. La ausencia de opciones reales de cambio dentro de cada uno de los dos grandes sistemas sociales en pugna: el occidental capitalista y el llamado comunista.

La sociedada actual como espectáculo

La sociedad actual es espectáculo, no porque su dimensión más visible se exprese en representaciones y en imágenes, sino porque éstas de la aceptación de los papeles asignados, la pauta unánimemente aceptada de todo comportamiento colectivo.

Nuestra mitología política y sus modos operativos son los del show-business, y el conflicto o contienda de proyectos políticos en la lucha electoral se asimila a la competencia entre marcas, tal vez iconos, en el mercado. No crea el lector que exagero. El marketing político y los expertos en mercadología electoral son, no solo una profesión de reconocida solvencia que hasta tienen desde casi quince años una asociación internacional de consejeros en campañas políticas, para defender los intereses de sus miembros, sino un ingrediente insustituible en cualquier proceso electoral de las democracias occidentales. El subtítulo de new polítics, la obra capital de James M. Perry -uno de los grandes teóricos del marketing políticono necesita comentario: "la expandiente tecnología de la manipulación política". Michel Noir, figura principal de la mercadología electoral francesa, nos aclara a este respecto, que el término manipulación ha de entenderse en sentido noble y que su objetivo es transformar al candidato para dar de él la imagen que espera el electorado (Rèussir une campagne électorale Paris 1977) no se trata de politica sino de orgaización de ventas y lo que hay que vender no son ideas ni programas, sino una imagen, cuanto más, una mujer o un hombre. Olvidémonos de la antigua propaganda y situémonos en el campo de la publicidad industrial y de sus comprobados métodos. Denis Lindon con su Marketing politique et social, París 1976, Kotler, Zaltman, Lazer, Kelley, Napolitano, Nimmo, etc, nos presentan supuestos, nos ofrecen fórmulas, nos aconsejan recetas para crear el candidato idóneo que si realiza la campaña idónea obtendrá el máximo de votos posibles dados los comportamientos de sus competidores.

Importancia de la cosmética

Esta maximización de la venta exige un cuidado exquisito. En primer lugar, en la selección del candidato. Schwartzenberg nos recuerda que fue el caza talentos electorales Roy Day, quien en 1946 descubrió a Richard Nixon; y que la agencia electoral Spencer-Robert solo aceptó hacerse cargo de la campaña de Reagan en 1966 después de someter a estudio durante varias sesiones su "vendibilidad" electoral. Luego, en su preparación. A cuyo fin la apariencia de los candidatos, es decir, su morfología física, su comportamiento verbal y gestual, su forma de vestirse, el estilo de su presencia se confían a la cosmetología política, a los especialistas en imagen, a los expertos en estilos personales que se distribuyen las tareas y los presupuestos. Desde eta perspectiva parece que el dato decisivo para explicar la victoria de Mitterrand no sería ni la pugna Chirac-Giscard, ni el equilibrio "con los comunistas para neutralizarlos", sino el tratamiento que recibieron sus caninos (dientes). Quien piense que estoy haciendo demagocia electoral debe leer The elections Gane and how to win it de Joseph Napolitano (New York 1962) gran pontífice de las elecciones en USA.

Evacuado todo cambio radical (que el statu quo de los dos campos impide y que las autolimitaciones de los partidos antagonistas se vedan) y centrada la alternancia del poder en un cambio de perfil personal en la gestión gubernativa, la función decisiva de la práctica electoral es la de legitimar y confirmar un Estado régimen político y una específica estructura de poder (expresión de un sistema social y de su específica relación de fuerzas) mediante el espectáculo de su aceptación por los ciudadanos (espectacularización del consenso).

Pero aunque esta parezca ser la interpretación más fiable de los actuales procesos electorales en las democracias pluralistas y representativas del mundo) capitalista y desarrollado, no corresponde, en absoluto, a la condición y apuesta de nuestras próximas elecciones. Precisamente porque nuestra democracia no ha entrado todavía en el decurso normalizado de aquéllas. La autodemocratización política del último franquismo (1975-1978), su reforma sin ruptura, confiere a la democracia española de 1982 una especial reversibilidad autocrática, que es función de la continuidad de la estructura del poder social franquista y de la ausencia de un patrimonio histórico y de un universo simbólico de base democrática. Sin la ruptura de aquélla -por tímida, modesta e indicativa que sea- y sin la instauración de éstos no lograremos evitar la ruptura golpista.

En nuestro caso, las elecciones no son una actividad más o menos ceremonial y gratuita sino un enfrentamiento efectivo entre dos rupturas que representan dos opciones irreconciliables: la ruptura politica (que se dice reformista) del actual régimen democrático, mediante la transformación de su marco constitucional que postula la derecha pura y dura; y la ruptura social (efectivamente reformista) de la estructura de poder heredada del franquismo, que reclama la mayoría progresista de España, para hacer posible el pleno desarrollo de las virtualidades democráticas inscritas en dicho marco. No salimos de ruptura. O nos la hacen los franquistas o nos decidimos a hacerla los demócratas.

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