Crítica:El cine en la pequeña pantalla

'Dólares': ladrón que roba a ladrón

¿Por qué ayudar a que los ladrones conserven su dinero? Es la pregunta que se plantea un técnico en medidas de seguridad harto de trabajar al servicio de quienes guardan ilegalmente sus dólares en las cuentas secretas de los bancos. Desde que la pregunta obtiene una respuesta fácil, la película de Richard Brooks Dólares se adentra por un enloquecido camino de aventuras cuya primera parte es tan barroca que puede incluso desorientar al espectador, mientras la segunda aclara todos los entuertos con una brillante técnica de suspense que culmina en una de las persecuciones más espect...

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¿Por qué ayudar a que los ladrones conserven su dinero? Es la pregunta que se plantea un técnico en medidas de seguridad harto de trabajar al servicio de quienes guardan ilegalmente sus dólares en las cuentas secretas de los bancos. Desde que la pregunta obtiene una respuesta fácil, la película de Richard Brooks Dólares se adentra por un enloquecido camino de aventuras cuya primera parte es tan barroca que puede incluso desorientar al espectador, mientras la segunda aclara todos los entuertos con una brillante técnica de suspense que culmina en una de las persecuciones más espectaculares del cine moderno.Se dijo a propósito de Dólares que Richard Brooks había abandonado su antiguo rigor para servir los intereses de un simple cine de entretenimiento. Probablemente nada tenga que ver esta película, filmada en 1971, con otros títulos del director: A sangre fría, por ejemplo, donde la novela de Truman Capote logró una traducción cinematográfica impecable, o La gata sobre el tejado de zinc y Dulce pájaro de juventud, en las que los textos de Tennesse Williams fueron trasladados a la pantalla sin exagerar su carácter literario. Brooks ha sido siempre un buen adaptador: es quizá el único director que entendió a Scott Fiztgerald (La última vez que vi París) y, desde luego, quien más interés extrajo de Sinclair Lewis (El fuego y la palabra). Aunque no siempre fuera afortunado en sus adaptaciones (Los hermanos Karamazov o Lord Jim son películas más esquemáticas), Richard Brooks es uno de los pocos directores norteamericanos interesado en realizar un cine de prestigio intelectual que posibilite su claro inconformismo político. En este sentido cabe recordar que el rigor con que describió los barrios marginales de Nueva York en Semilla de maldad le ocasionó graves problemas cuando la película se presentó en el Festival de Venecia.

Aparente frivolidad

Esta exigente trayectoria contrasta con la aparente frivolidad de Dólares. Aunque ningún crítico regateó elogios a su eficaz narrativa, a su hábil guión o a sus intérpretes, se le reprochó su es casa ambición. Sin embargo, y al margen de las apariencias, Dólares no es una película menor. Con ironía, con brillantez, Brooks retrata un mundo donde la violencia impera. Sólo el dinero y algo de sexo mueve a sus personajes. El cinismo reina. El retrato que hace de Hamburgo, de sus hampones, de sus cabarés y, sobre todo, de las fuerzas norteamericanas de ocupación, permanecen vivos en esta película. Puede también pensarse que las dificultades que Brooks ha tenido siempre para realizar con continuidad su trabajo le ayudaran a aceptar este encargo. Podría entenderse entonces su fábula en términos autobiográficos: como el protagonista, él mismo decide robar al ladrón, es decir, hacer una película de éxito comercial sin renunciar a sus planteamientos básicos. Utiliza los medios ajenos para quedarse con la mejor parte.Dolares se emite hoy a las 20.30 horas por la segunda cadena dentro del espacio La Clave.

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