Reportaje:

Recelo y escepticismo entre los 'Ilanitos' ante los rumores de deshielo en el contencioso del Peñón

"Lo peor, lo más imperdonable de la política del franquismo respecto a Gibraltar", nos dice un habitante del Peñón que se confiesa seguidor del Partido Laborista de Gibraltar, "no es el aislamiento a que nos ha sometido ni siquiera el cerco económico. Lo más difícil de reparar es la brecha que ha abierto entre las poblaciones de los dos lados de la verja, que han estado y siguen estando unidas por todo tipo de lazos, hasta de parentesco. Todos tenemos familia en La Línea o en San Roque, pero desde 1969 (fecha de cierre definitivo de la valla) para esta parte ha crecido una generación de gibral...

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"Lo peor, lo más imperdonable de la política del franquismo respecto a Gibraltar", nos dice un habitante del Peñón que se confiesa seguidor del Partido Laborista de Gibraltar, "no es el aislamiento a que nos ha sometido ni siquiera el cerco económico. Lo más difícil de reparar es la brecha que ha abierto entre las poblaciones de los dos lados de la verja, que han estado y siguen estando unidas por todo tipo de lazos, hasta de parentesco. Todos tenemos familia en La Línea o en San Roque, pero desde 1969 (fecha de cierre definitivo de la valla) para esta parte ha crecido una generación de gibraltareños que se han ido desarraigando de sus orígenes andaluces".Cuando los ingleses conquistaron el Peñón, los habitantes del mismo obtuvieron, en el acto de la rendición, el derecho a llevar consigo el pendón español, y lo trasladaron hasta la cercana ermita de San Roque, donde fundaron un poblado que dio lugar con el tiempo a la población del mismo nombre. El alcalde socialista de San Roque continúa utilizando para su correspondencia oficial un papel timbrado que reza: "El alcalde de la ciudad de San Roque, en la que reside la de Gibraltar". El gesto hace poca gracia a los llanitos, que ven negado de esta forma el único patrimonio que les resta, su propia identidad, porque, como exclama nuestro interlocutor, "si la población de Gibraltar reside en San Roque, entonces ¿qué diablos somos nosotros?'.

Unas 22.000 personas integran el censo actual de Gibraltar, sin contar los militares ingleses (unos 3.000 fijos) y la abundante mano de obra marroquí, sobre la que las autoridades gibraltareñas han extendido un espeso manto de silencio.

De estos 22.000 llanitos, un 40% procede de las poblaciones españolas circundantes y el resto se reparte entre los italianos, portugueses e ingleses. Pero muy pocos de entre ellos tienen empacho en hablar en primera persona como andaluces. El semanario bilingüe Gibraltar, órgano oficial del minúsculo Partido Socialista para los Trabajadores y la Juventud, se compone de seis páginas. En la última de ellas aparece regularmente una sección con el título "En casa de los Rodríguez". Los comentarios coloquiales que se reproducen semana tras semana en esta página son un síntoma claro de la esquizofrenia lingüística que aqueja a los llanitos. "Maybe not. Let's wait and see qué pasa cuando las compañías privadas hagan públicas sus proposals", dice un personaje llamado Peter, mientras Pepa le replica: "Complicao se nos va a poner la cosa. Pero, bueno, no enfadarse entre ustedes que ya veremos lo que susede cuando los unions empiecen a tomar industrial actions".

El Peñón oficial y el Peñón real

Desde luego, no es este el tono de la única publicación diaria -cuatro páginas- que aparece en la Roca, el Gibraltar Chronicle, que dedica su portada a glosar la gesta de Tony Canessa, único y brillante participante gibraltareño en la guerra de las Malvinas. El servicio de Acción de Gracias celebrado en la catedral de la Roca paralelamente al que se oficiaba en la metrópoli en presencia de la familia real británica completa la primera página de esta publicación, para la que no parecen existir más realidades culturales ni más noticias que las que parten del Reino Unido.

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Muy otra es la realidad viva del Peñón. En Gibraltar se habla un andaluz cerrado, y en ese mismo andaluz cerrado se expresan la indignación y el desconcierto que los llanitos experimentan ante los tiras y aflojas de las negociaciones hispano-británicas sobre su destino. "Esto no hay quien lo aguante", comentaba con su rabioso acento gaditano uno de los giraltareños que aguardaban a sus familiares españoles desde el lado británico de la verja. "Hasta hace poco había venido creciendo la esperanza de que se normalizase la situación poquito a poquito, pero cada vez que nos dan con la verja en las narices los que salen ganando son los ultras, que no quieren saber nada de España".

Entablar conversación con los llanitos dentro de su territorio resulta fácil. Mucho más sencillo que hacerlo con los que atravesaban en días pasados las vallas fronterizas acogiéndose a los permisos especiales de las autoridades españolas. Pero más fácil resulta todavía acercarse a Gibraltar desde la playa, como lo venían haciendo a diario decenas de linenses en sus balandros, lanchas y hasta en los patines acuáticos que se alquilan en la playa del Club Marítimo de La Línea. "El paso a la Roca no es, por supuesto, plenamente legal", comenta un linense dedicado a estos menesteres. Pero la cosa, aun siendo irregular, tampoco es ilegal porque el Gobierno español nunca ha renunciado a su soberanía sobre la Roca y, por consiguiente, no se abandona formalmente tierra española. Por otra parte, el decreto de 1969 por el que se ordenaba el cierre de la verja circunscribía la prohibición del tránsito a Gibraltar al paso por tierra

Desde entonces a esta parte los gibraltareños han sabido acoplar' se a la situación y han procurado, por ejemplo, preservar las construcciones antiguas debido a la carestía de los materiales de construcción, que son todos de importación. Rugen impotentes sus motos japonesas descomunales en medio de unos circuitos en los que rara vez pueden sobrepasar los treinta o cuarenta kilómetros por hora. El complejo isla lo combaten con embarcaciones que les permiten costear por todo el litoral mediterráneo y con la ficción de vivir en un diminuto Londres cuajado de pubs y comercios calcados del estilo de la City.

Se circula por la derecha

Los guardias que están al cargo del muelle gibraltareño visten una indumentaria de un blanco impoluto en la que no faltan siquiera los pantalones cortos y las medias altas y se dirigen a nosotros en andaluz cerrado antes de atracar junto a una boya. Los trámites ocupan poco tiempo, y bastan unas palabras con el encargado de inmigración para enfilar la calle contigua en busca de un taxi. Su conductor se despacha a gusto contra los policías de tráfico del lugar que le han empapelao dos veces y están a ver si le trincan por tercera vez para retirarle el carné, su único medio de vida, por un año. Antes de poder darnos cuenta hemos atravesado una pista de aterrizaje y despegue militar y es tamos en las puertas de la frontera cuando se disponen a pasarla el grupo de personas autorizadas, unas veinte, del día. Los casos tienen todo en común con los que hemos visto en la otra parte de las cancelas, los rostros también, y hasta el bobby que maneja las rejas intercambia unas frases con su colega guardia civil para acordar los detalles técnicos del cruce de una ambulancia que traslada un problemático enfermo de lumbago que saluda a sus familiares incorporándose desde el interior del vehículo.

La calle de Gibraltar no rebosa gente cuando el sol cae perpendicularmente y sopla el tórrido poniente africano. Unos cuantos jóvenes toman un vermú en una terraza y unos cuantos británicos hojean el Cronicle y el Times. Hay linenses que dicen que todo es diferente en Gibraltar, hasta el olor. La Roca transpira un aire provinciano y en sus tiendas y establecimientos se palpa la voluntad de emulación de la metrópoli mantenida contra viento y marca por los promotores del Gibraltar oficial. El quiosco exhibe en sus solapas una hilera de revistas del corazón escritas en castellano y exportadas desde España por Dios sabe qué vías indirectas. Al desfilar entre los edificios volcados sobre las calles angostas es posible cruzarse con un coche británico con el volante a la derecha; nuestro conductor, gibraltareño convencido, con familia en San Roque y La Línea y una hija entusiasmada con la posibilidad de trabajar como intérprete en España, nos comenta: "Ese lo tiene difícil porque aquí también se conduce por la derecha". Nadie intercepta al viajero en el camino de vuelta hasta la playa de La Línea. Cuando el balandro abandona la Roca, los relojes mar can las dos (hora británica); al llegar a La Línea son las tres y cuarto (hora española) pero sólo ha empleado quince minutos en el trayecto.

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