Tribuna:

Una mayoría para cambiar

En la vida pública española se oye el clamor de unas voces de náufragos pidiendo un cambio. Es un buen síntoma. Decía Ortega que la conciencia de naufragio, al ser la verdad de la vida, es ya la salvación. Y el pueblo español, alertado por un cúmulo de errores, torpezas, miopías y necedades, va a buscar un rumbo nuevo para su singladura histórica inmediata. Inmersos en un vertiginoso y universal proceso de cambio, empeñado nuestro tiempo histórico en conseguir unas formas humanizadas del desarrollo científico y tecnológico, se precisa una mayoría creadora y progresista, abierta al futuro, que ...

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En la vida pública española se oye el clamor de unas voces de náufragos pidiendo un cambio. Es un buen síntoma. Decía Ortega que la conciencia de naufragio, al ser la verdad de la vida, es ya la salvación. Y el pueblo español, alertado por un cúmulo de errores, torpezas, miopías y necedades, va a buscar un rumbo nuevo para su singladura histórica inmediata. Inmersos en un vertiginoso y universal proceso de cambio, empeñado nuestro tiempo histórico en conseguir unas formas humanizadas del desarrollo científico y tecnológico, se precisa una mayoría creadora y progresista, abierta al futuro, que pueda conducir ese proceso de cambio.España no puede continuar paralizada, como hundida en un abismo de mediocridad, pillería e indecisión. La minoría gobernante parece aquejada del síndrome del perezoso, ese curioso animal que se toparon nuestros conquistadores de América, capaz de pasarse horas interminables antes de dar el paso de una rama a otra. Desde luego, con ese talante vital, los españoles no hubieran cruzado los Andes. Ahora, en cambio, abundan los perezosos, satisfechos de pasar inadvertidos con su endeble y escasa actividad; Incluso se pretende que tal comportamiento constituye una virtud política, una virtud de político-corcho que flota en los naufragios que él mismo ha provocado. Al parecer anda la derecha tan escasa de valores que necesita hacer exaltación del corcho. Pero éste va siempre a la deriva, y los españoles debemos y queremos avanzar hacia unas metas previamente fijadas. Por eso hemos de lograr una mayoría que pueda conducir el progreso con decisión y claridad en sus objetivos, alejando a los corchos del horizonte.

Las elecciones andaluzas han sido el último aviso de que en España la mayoría natural es la mayoría partidaria del cambio. Y nadie la va a frenar. No se pueden contener las corrientes innovadoras de la historia con apelaciones al miedo y a supuestas catástrofes derivadas de cualquier paso hacia adelante, y menos aún, queriendo presentar a los innovadores como inexpertos para guiar la maltrecha administración de los contribuyentes. Una de las mayores falacias de la propaganda del conservadurismo español es su supuesta capacidad de gestión, su magnífica preparación para dar vueltas en torno a lo obsoleto. Y es preciso acabar con tal autoestima complaciente.

En una ocasión, Schiller propuso tratar a Goethe "como a una casta orgullosa a quien hay que hacer un hijo para humillarla ante el mundo". En la derecha española no abundan precisamente los tipos como Goethe, pero eso no impide que el orgullo de muchos de sus personajes sea desmedido y altanero, como si fuesen Goethes. Hay algunos tan poseídos de su modelo de sociedad y tan ignorantes de lo que ocurre en el mundo, que no dudan en sentenciar la historia de modo inapelable, aventurando frases rotundas y lapidarias: "¡Cuanto menos intervenga el Estado, mejor!", "¡Déjenme sólo y verán lo que es crecer!", "¡Cuando uno es listo, las riquezas vienen solas!". Y acto seguido sacan a Milton Friedman en procesión, con intención dudosa: no está claro si es para pedirle el milagro de ocultar sus incongruencias de independientes en busca de subvención o para que anuncie el paraíso, pasado este valle de lágrimas, a quienes no alcancen a pasar del burro al coche de caballos e incluso a quienes lo intenten sin tener burro.

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Toda esa altanería vacía, ese orgullo de casta especializada en la pretensión de varar la historia, debe ser humillada haciéndole un hijo electoral: la mayoría para el cambio y el progreso. He ahí lo que parecen anunciar las tendencias manifiestas del pueblo español y he ahí el camino a seguir. En lugar de frases huecas, de promesas de paraísos diferidos y de apelaciones a modelos de sociedad, más propias para charlas en la parroquia, se necesita un programa de actuación política que lleve a cabo los cambios necesarios para afrontar de modo inmediato los problemas más urgentes. Es tradición conservadora diferir los derechos y gratificaciones de todo tipo debidos a los individuos para un tiempo futuro, incluso para el cielo, considerando que aquí, en la Tierra, debemos contentarnos con promesas o, en todo caso, con sonrisas, como ocurre con las conejitas del Club Playboy. Pero los tiempos que corren no están para esperas largas. A largo plazo, dicen, todos muertos. Y se oye un coro que repite el estribillo de los pájaros minah, aquellos pájaros de La isla, la novela utópica de Aldoux Huxley, que llamaban continuamente la, atención cantando: "¡Aquí y ahora, muchachos! ¡Aquí y ahora!".

Necesitamos, pues, prestar atención a los desafíos y a las cuestiones pendientes de nuestro entorno para resolverlas aquí y ahora. Pero ello exige un espíritu de avanzada de buscar lo nuevo, de ir hacia la frontera que se divisa en el horizonte y rebasarla. Para esta empresa deben embarcarse cuantos, quieran modernizar el país, asentar la democracia en un reparto equitativo de los costes de la crisis y de los beneficios de la libertad, y asumir el reto del futuro con una voluntad clara de servirse del conocimiento, de la tecnología y de la innovación para aumentar la justicia entre los hombres y humanizar sus relaciones. Esa es la empresa que requiere una mayoría electoral. No se trata de preparar un asalto al poder. La derecha española, que ha estado casi siempre en el mando, tiende a pensar que ése es el estado natural de las cosas y que cualquier cambio de la situación es catastrófico y subversivo.

Oyendo a muchos personajes en el poder, y las justificaciones que dan para seguir mandando, es inevitable recordar los argumentos que utilizaba la Peste en El estado de sitio de Albert Camus, para explicar su apocalíptico poder: "Yo reino, es un hecho; por tanto, es un derecho. Pero es un derecho que no se discute: debéis adaptaros".

Pues bien, el hecho de mandar y haber mandado casi siempre en España no le da derecho a la derecha ibera para seguir haciéndolo. Será el pueblo español quien decida con sus votos la mayoría gobernante. Y si, como es previsible, se apuesta por él cambio, la derecha debe hacer penitencia y esperar tiempos mejores, olvidándose de conspirar. Algunos tienen tan poca imaginación que, ante un eventual triunfo socialista, lo único que se les ocurre decir es que "el Ejército no lo va a consentir". Lo cual no es más que la explicitación de lo que ellos desearían que ocurriera. Pero la voluntad de un pueblo no se va a quebrantar con esos deseos espúreos y engañosos.

Para salir del hoyo necesitamos una mayoría que quiera cambiar las cosas. Esa es la victoria que deben darse a sí mismos los españoles en las próximas elecciones, y esa es nuestra mejor esperanza: una mayoría para cambiar. Aquí y ahora.

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