Bélgica: del 'milagro' económico a la crisis 'modelo'

Bélgica ha sido durante décadas un ejemplo para Europa. El milagro belga merecía pasar, más aún que el alemán, a los libros de historia: un pequeño país (nueve millones de habitantes) sin materias primas y sin una gran agricultura exportadora había conseguido, sin embargo, uno de los niveles de vida más altos de Occidente gracias a su poderosa industria de transformación. Su moneda resistía todos los embates desde septiembre de 1949, récord sin precedentes; sus prestaciones sociales y salarios eran los más avanzados.

Un país, en resumen, próspero, cuyas principales dificultades derivaba...

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Bélgica ha sido durante décadas un ejemplo para Europa. El milagro belga merecía pasar, más aún que el alemán, a los libros de historia: un pequeño país (nueve millones de habitantes) sin materias primas y sin una gran agricultura exportadora había conseguido, sin embargo, uno de los niveles de vida más altos de Occidente gracias a su poderosa industria de transformación. Su moneda resistía todos los embates desde septiembre de 1949, récord sin precedentes; sus prestaciones sociales y salarios eran los más avanzados.

Un país, en resumen, próspero, cuyas principales dificultades derivaban de su división en dos comunidades lingüísticas (francófonos y flamencos) y en una marcada inestabilidad gubernamental provocada por tres partidos condenados, alternativamente, a entenderse y a hacerse la guerra: democristianos, socialistas y liberales. La crisis del petróleo, en 1973, dicen los expertos, les cogió desprevenidos y han tardado años en reaccionar. Casi de repente los belgas se han encontrado con la catástrofe: el índice de paro más alto de la Comunidad Económica Europea (CEE), casi el 12%; déficit de la balanza de pagos, endeudamiento público. A grandes males, grandes remedios aunque sea tarde, ha decidido el último Gobierno, una coalición de centro derecha (democristianos y liberales): devaluación de la moneda en un 8,5% (por primera vez en 33 años); recortes de caballo en los presupuestos estatales, reestructuración industrial... La respuesta ha llegado rápidamente: huelgas cotidianas, manifestaciones que terminan a veces, como el pasado día 16, con dos centenares de heridos, algunos graves.¿Qué ha pasado?, parecen preguntarse los ciudadanos belgas. ¿Qué ha pasado para que el Gobierno pretenda reducir en más de 50.000 millones de pesetas el presupuesto de educación, para que haya que cerrar diez embajadas, para que disminuya el alcance del seguro de desempleo, para que se recorten las ayudas financieras y se exijan economías radicales a los ministerios sociales y a la Seguridad Social? ¿Qué ha pasado para que el orgullo de Bélgica, su siderurgia, la industria aristócrata del país, eche a la calle a 14.000 trabajadores y pretenda aún dejar sin empleo a otros 5.000 o 6.000?

Desconcierto irresistible

Sea como sea, sucede que Bélgica ha pasado de tener el índice más alto de aumento de PIB de los diez (2,4% en 1980) al más bajo (0,4% en 1982); que el paro llegará a finales de año al 13,3% (más que en Italia, el Reino Unido o Italia); que el déficit presupuestario es ya tres veces mayor, por ejemplo, que el francés; que la deuda estatal es tan elevada que podría decirse que cada niño belga nace ya con un préstamo de medio millón de pesetas; que las inversiones han decaído en un 7%...Para atajar estos problemas, el Gobierno -con los socialistas en la oposición- ha decidido dotarse de poderes especiales que le permitan legislar en materia económica durante un año mediante decreto ley. La misma decisión que adoptó en 1960 para hacer frente a una crisis menos profunda y que le costó una huelga general de cinco semanas y una agitación social que recordaba la de antes de la guerra. Los dos poderosos sindicatos -socialistas y cristianos- no pudieron controlar el movimiento social, como algunos piensan que volverá a ocurrir esta vez.

Pero en esta ocasión las circunstancias son algo diferentes. La crisis golpea sobre todo en la región francófona (18% de paro, contra el 11,6% de media nacional) y el enfrentamiento social ha encontrado un sector clave: la siderurgia. Flandes -comunidad a la que pertenecen todos los primeros ministros belgas desde hace años, con control democristiano- resiste mejor, tal vez porque: emprendió antes las imprescindibles reformas y porque no cuenta con acerías. La industria del acero belga se concentra, en efecto, en Lieja y Charleroi, dos ciudades valonas separadas por cincuenta kilómetros.

Ahí se producen los doce millones de toneladas anuales de acero, casi tanto como en el Reino Unido. Las distintas empresas fueron agrupadas el año pasado en el grupo Cockerill Sambre, con un 80% de capital estatal. 25.000 personas viven directamente de estas acerías, y otros 75.000 hogares de la región dependen de ellas.

La crisis de la siderurgia

Desde que empezó la crisis económica mundial se predijo la crisis de la siderurgia europea, con costes más altos que las cada vez más desarrolladas acerías de países terceros. La República Federal de Alemania emprendió inmediatamente la reestructuración, y poco después le siguieron el Reino Unido y Francia. En Bélgica todo quedó para más tarde. Ahora los belgas se encuentran con que la RFA, harta de ver cómo su acero rentable entra en competencia con el acero belga, subvencionado, ha impuesto en la CEE un programa que supone la desaparición de las subvenciones en 1985. Hasta entonces, la Comisión Europea será la única que podrá autorizar inversiones, y siempre que se destinen a reducir costes y a mantener o disminuir (nunca aumentar) la capacidad de producción.Consecuencia: los planes del Gobierno belga de invertir más de 70.000 millones de pesetas en la reestructuración, lo que acarrearía una pérdida de 5.000 puestos de trabajo, son insuficientes. La Comisión, de acuerdo con el informe elaborado por la empresa de consulta norteamericana McKensie, no autoriza unas nuevas instalaciones, que, a su parecer, continuarían siendo deficitarias en 1985: 3.000 empleos más deben desaparecer. La cólera de los trabajadores valones de la siderurgia ha estallado: huelga permanente desde hace semanas en los dos centros (Lieja y Charleroi, pese a que la mayoría sindical es distinta en una y otra: socialistas, en Lieja, y democristianos, en Charleroi; huelga general convocada por los socialistas en toda la región para finales de mes; asalto pacífico a la Comisión Europea (curiosamente, el comisario encargado de la siderurgia es un belga, el vizconde Etienne Davignon, que ha visto así arruinada su carrera política en su propio país); manifestaciones violentas en Bruselas, marchas sobre la capital... Cada día, los representantes sindicales se reúnen para preparar las acciones siguientes. Por el momento, socialistas y democristianos marchan más o menos juntos, pese a que los democristianos deberían apoyar a un Gobierno en el que su partido es mayoría. No faltan quienes predicen que la unidad sindical se romperá en pedazos en cuanto el Gobierno apoye algo más a Charleroi en detrimento de Lieja la roja.

Se rompa o no el frente común, lo que ha quedado ya claro es que se profundiza la desconfianza entre francófonos y flamencos: varios partidos políticos han pedido ya la federalización del país, y el propio Gobierno habla de regionalizar los sectores nacionales: siderurgia, textil, naval... Eso supondría una regionalización fiscal, escribe el diario conservador La Libre Belgique, y el fin de Bélgica como un único Estado. Las aguas no llegarán hasta ahí, estiman los expertos de la comunidad, que contemplan un poco asombrados cómo Bélgica, el país elegido en su día por los padres de Europa como sede de las instituciones europeas (CEE y OTAN), la estable y tranquila Bélgica, ha entrado en una crisis modelo.

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