Editorial:

El cartero siempire llamado siempre llama dos veces

BUENA PARTE de las polémicas que precedieron al II Congreso de UCD y que contribuyeron a la todavía inexplicada dimisión de Adolfo Suárez como presidente de Gobierno giraron en torno a la democratización interna y a la vigorización organizativa del partido centrista. De creer a algunos sedicentes representantes del sector crítico, la defenestración de Suárez y la voladura controlada de su programa de gobierno no guardaba apenas relación con cuestiones de línea política o con la estrategia de alianzas del centrismo, sino que era un reverdecimiento de esa pasión por el debat...

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BUENA PARTE de las polémicas que precedieron al II Congreso de UCD y que contribuyeron a la todavía inexplicada dimisión de Adolfo Suárez como presidente de Gobierno giraron en torno a la democratización interna y a la vigorización organizativa del partido centrista. De creer a algunos sedicentes representantes del sector crítico, la defenestración de Suárez y la voladura controlada de su programa de gobierno no guardaba apenas relación con cuestiones de línea política o con la estrategia de alianzas del centrismo, sino que era un reverdecimiento de esa pasión por el debate interno al que tan poco aficionado era el aprendiz de mago de Cebreros.Cuatro meses más tarde de la dimisión de Adolfo Suárez y tres meses después del golpe de Estado frustrado del 23 de febrero, las cosas están más claras. Algunos antiguos entusiastas de la democratización interna de UCD, de la dirección colegiada, del funcionamiento de los órganos colectivos, de la revolución permanente de las bases y de la representación proporcional en las instancias dirigentes han pasado de ese análisis a proponer, lisa y llanamente, la disolución del centrismo verdinaranja y a sugerir que el presidente del Gobierno, utilizando los recursos del poder, cree un partido de nuevo cuño manejado con disciplina de hierro, animado por su carisma personal y fletado para ganar las próximas elecciones, es decir, para que Leopoldo Calvo Sotelo -que es todavía un personaje inédito en los mítines y con hartas dificultades para asumir cualquier carisma político- haga en su propio provecho, en el verano de 1981, la misma operación que realizó durante la primavera de 1977 en beneficio de Adolfo Suárez.

Hay quien pensará que para este viaje no se precisaban alforjas. Sin embargo, la semejanza de ambas operaciones -construir desde el poder un partido al servicio del presidente del Gobierno con el propósito de ganar las elecciones- no puede ocultar las diferencias políticas entre la primera versión protagonizada por Adolfo Suárez y este remake, tan digno de ser analizado como el del cartero que llama dos veces. Pues el segundo timbrazo puede ser de efectos desconocidos y aun preocupantes para aquel que se atreva a abrir la puerta.

Así, mientras la UCD de Adolfo Suárez buscaba, al menos nominalmente, un espacio electoral intermedio entre la derecha conservadora de Manuel Fraga, en ocasiones tentada Je convertirse e'n derecha autoritaria y antidemocrática, y el electorado del PSOE, esa e ventual formación política capitaneada por Leopoldo Calvo-Sotelo, quien todavía no se ha pronunciado ni a favor ni en contra de la iniciativa, sería la representación parlamentaria de la gran derecha. Como claramente ha dicho Miguel Herrero, apoloalsta sonrojante de la ley de fugas, a propósito del asalto al Banco Central de Barcelona, para que no nos quede duda del valor que le concede a la vida humana el democristiano portavoz de UCD, el sector democristiano de UCD vería con buenos ojos esa operación, que incluiría en su ámbito no sólo a Alianza Popular, sino también a una serie de políticos en expectativa de destino, como Antonio Garrigues. Los próximos meses se encargarán de despejar las incógnitas y de mostrar los papeles de unos y de otros en esta recomposición de fuerzas.

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En realidad, si bien se mira, la novedad de esta gran derecha no sería tan grande frente a la derecha empequeñecida y vergonzante que siempre ha resultado ser el partido del Gobierno. Sólo una mínima parte de diputados centristas pueden asumir sin rubor semejante apelativo. Pero también es cierto que cientos de miles de votantes de UCD que no estén ya desencantados por. las actitudes de un partido tan fiel a las tradiciones del poder de la dictadura, de cuya herencia es albacea y beneficiario, pueden desistir definitivamente de apoyar la formación del donut -como popularmente se la llama- en los próximos comielos.

La operación plantea algunos problemas añadidos. El primero es la oportunidad de persistir en estos momentos en la quiebra interna de un partido que ostenta con fragilidad e ineptitud probadas las responsabilidades del Gobierno. El segundo, el reconocimiento de que, pese a todos los pesares, UCD ha sido una formación que ha cumplido un papel esencial en el proceso político de los últimos cinco años y una radicalización, aun formal, de la derecha en momentos de graves amenazas involucionistas puede contribuir a fracturar aúrirnás el cuerpo social y a aumentar la crispación del electorado. Esta gran derecha recuerda demasiado al experimento gilroblista de la, CEDA, que contribuyó con donaire a la formación de la izquierda unida. Tanto aquella lección histórica como la que se desprende de la victoria de Mitterrand en Francia nos deben servir para aprender dos cosas: que es en la potenciación del centro electoral, y no de sus extremos. donde se puede encontrar una alternativa válida de poder en los países industriales que han abdicado del ideal clásico de revolución. Y que para la potenciación del centro es preciso mantener una cierta fragmentación de las opciones electorales del arco parlamentario. Los promotores de la gran derecha no deben olvidar que los partidos de izquierda -¿la gran izquierda?- sumaron más votos populares que la UCD y sus congéneres en las últimas elecciones. Y que, a la postre, al partido del Gobierno no hace falta cambiarle más que el nombre para definir su condición irrevocable e irremediable de representante de la gran masa derechista de este país. Sus incapacidades no necesitan por eso una alternativa desde la derecha del electorado, sino desde el socialismo y las opciones de progreso. Y pretender perpetuar su poder a base de hacerlo más reaccionario es definirse contra el futuro de tolerancia, solidaridad y paz de los españoles.

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