Tribuna:TRIBUNA LIBRE

Reparto de papeles

Una vez más parece como si España, los españoles, fuéramos a perder una nueva ocasión para organizar nuestra convivencia sobre las pautas vigentes en los países de nuestro entorno, al menos geográfico (personalmente creo que también histórico, cultural y vocacional), que son, precisamente, los que han alcanzado mayor desarrollo, material y espiritual, para el mayor número de hombres y mujeres.Y, una vez más, la mayor responsabilidad en el nuevo fracaso parece que puede atribuirse a las clases y grupos dirigentes y, muy en especial, a quienes están dedicados a la política o más directamente rel...

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Una vez más parece como si España, los españoles, fuéramos a perder una nueva ocasión para organizar nuestra convivencia sobre las pautas vigentes en los países de nuestro entorno, al menos geográfico (personalmente creo que también histórico, cultural y vocacional), que son, precisamente, los que han alcanzado mayor desarrollo, material y espiritual, para el mayor número de hombres y mujeres.Y, una vez más, la mayor responsabilidad en el nuevo fracaso parece que puede atribuirse a las clases y grupos dirigentes y, muy en especial, a quienes están dedicados a la política o más directamente relacionados con ella.

Porque el pueblo español, ahora no sólo tácitamente, sino, además, de manera expresa e inequívoca, respondiendo a unas consultas electorales cuya limpieza nadie ha puesto en duda, ha. ido (después de la muerte de Franco) formulando claramente, en cada momento, su mandato. Treinta y seis millones de hombres y mujeres sólo pueden gobernarse democráticamente a través de representantes. Y la democracia representativa tiene sus reglas, derivadas de la propia naturaleza del vínculo establecido entre representantes y representados, cuyo cumplimiento es no sólo exigible, sino absolutamente inexcus able para que el sistema funcione. Son obligaciones y «caja negra» del sistema.

Ayudar a los lectores a utilizarlas en estas segunda función es el propósito de este artículo, para que, como mandantes, puedan, en su momento, pedir las responsabilidades oportunas.

Al desoír las llamadas -poco sentidas por sus propios voceros a las huelgas y a la insurrección, primero, y, sobre todo, al aprobar la ley de reforma política, después, en contra de las recomendaciones expresas de buena parte de las fuer zas que luego se acogerían, sin complejos ni recelos, a sus preceptos, los españoles eligieron la vía de la reforma frente a la de la ruptura.

De la reforma sin traumas sociales, pero !para establecer un régimen, la democracia, basado en principios completamente distintos de los que inspiraban el anterior y necesitado, por tanto, de mecanismos y actitudes absolutamente opuestos a los precedentes. Reforma como vía, podíamos decir, y ruptura como resultado.

En las elecciones de junio de 1977 el pueblo español volvió a expresar claramente su voluntad, votando mayoritariamente a quienes le prometian -con distintas siglas-, cuando hablaban a todo el país y no a sus militantes, moderación y cambio, y dejando en minoría o, incluso, sin escaños a quienes adoptaron posturas extre mas, utópicas o testimoniales.

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Una Constitución para todos

El resultado fueron unas Cortes capaces de elaborar una Constitución que no es un programa de gobierno de un grupo coyunturalmente dominador, sino un común denominador, de los deseos de la mayoría de los españoles, que permite y encauza las naturales, inevitables y fecundas discrepancias, estableciendo las reglas y los mecanismos necesarios para la gestión, en circunstancias variables, de los asuntos del país.

Y el pueblo, con gran sentido de responsabilidad histórica, aceptó que durante este período la atención de los políticos estuviera prioritariamente fijada en esta previa e ineludible tarea.

En marzo de 1979 el pueblo volvió a acudir a las urnas para elegir a quienes, en el marco de la Constitución, tenían que ocuparse de la gestión de los asuntos de la comunidad. La mayoría volvió a otorgar su confianza a quienes ofrecían cambio, moderación, democracia, libertad, eficacia en un modelo concreto: el existente en los países del Occidente. Insisto en,que esta oferta era hecha por los diversos partidos políticos, como en 1977, cuando se dirigían a todo el país, a través de la televisión, no a sus militantes en mítines cerrados.

Como consecuencia de esta elección, Unión de Centro Democrático recibió, de los españoles el encargo de gobernar, y el Partido Socialista Obrero Español, como segundo partido nacional, el de asumir una postura de oposición responsable y de alternativa de gobierno.

De este juego dialéctico esperaban los votantes que surgieran las soluciones o, al menos, los intentos de respuesta a los problemas concretos que España y, por tanto, los españoles teníamosplanteados.

Confiaban en que UCD, a través de su Gobierno, planteara los problemas y propusiera las soluciones, y el PSOE (y en proporción a su representatividad los demás partidos de la oposición) criticara estos planteamientos y objetara a las soluciones, de manera que, en definitiva, las decisiones que fueran adoptándose contaran con el mayor número de posibilidades de acierto, y con la opción de cambio de rumbo que la democracia deja siempre abierta para las nuevas elecciones.

El esquema parece demasiado simplista, pero no puede negarse que no sólo responde a los mecanismos de la democracia representativa, sino que refleja lo que los españoles podían esperar, una vez cumplido su deber y ejercido su derecho de acudir a las urnas.

Claro es que los problemas con que hoy nos vemos enfrentados son complejos, tienen, en ocasiones, su origen en errores del pasado, sus causas se sitúan fuera del ámbito nacional o su solución excede de nuestras posibilidades, pero, en ningúnicaso, puede haber excusas para no plantearlos honestamente, con claridad y veracidad con lealtad y sinceridad, de manera que todos los ciudadanos puedan conocer, en cada momento, la realidad de la situación y el alcance de lo que de ellos se pide.

Podría conseguirse así la incorporación consciente al esfuerzo común de todos y cada uno de los ciudadanos, que han ido sintiéndose marginados por no comprender las querellas, frecuentemente nominalistas y escolásticas, con que se tiende a sustituir el enfrentamiento serio con los hechos que preocupan hoy a los españoles.

La misión de la oposición

En este proceder esotérico radica el evidente proceso de alejamiento creciente entre representados y representantes que está empezando a cavar, de nuevo, el viejo y nefasto foso entre la España oficial y la España real, en el que han terminado siempre por verse enterradas ambas.

A este diagnóstico corresponde una forzosa terapéutica: olvídense los golpes de efecto, el sacar conejos de la chistera o cartas de las bocamangas, preparar trampas al adversario o tratar de distraerle con añagazas. Al Gobierno -que debe ser ejercido por el partido al que el pueblo se le confió hasta que expire el mandato fijado- corresponde explicar con absoluta claridad a los ciudadanos -que en la democracia son siempre mayores de edad- la naturaleza y alcance de los problemas, las medidas propuestas para resolverlos y los éxitos o fracasos que éstas vayan obteniendo. A la oposición toca ejercer la misión crítica, de manera razonada y no arbitraria o rutinaria. Los españoles podrán así juzgar cómo unos y otros han desempeñado sus respectivas tareas y, llegado el momento de la nueva elección, proceder en consecuencia.

Este reparto de papeles es el que hace posible el funcionamiento del régimen democrático. Confundirlos es renunciar a las ventajas que la confrontación tiene, no sólo para aumentar las posibilidades de acierto y disminuir las de error, sino, además, para ofrecer a los ciudadanos mayor número de opciones con las que identificarse, evitando marginaciones, siempre peligrosas, y abusos de las mayorías, y es, en el fondo, traición de un subconsciente demasiado habituado a un sisternía anterior, en el que «el contraste de pareceres» fue el último reducto en el que quiso refugiarse la negativa a admitir las inevitables y beneficiosas diferencias de opinión, que dan a la minofía de hoy la posibilidad de convertirse en la mayoría de mañana.

A mayor gravedad de la situación, a mayor importancia de los problemas, debe responder mayor profundizaciór. en las características de la democracia, si creemos en ella, no sucumbir a la tentación de volver a buscar unanimidades forzadas. La oposición, manteniendo vivo su limpio espíritu crítico, contribuye al progreso del país de manera más eficaz que desapareciendo en «uniones sagradas». Ejercer el poder supone reflexión sería anes e ecí ir, y en es a e apa es importante contar con la colaboración crítica de la oposición-, pero la acción decidida ha de realizarse, convertirse en realidad sin vacilaciones. «Planear con duda, ejecutar con fe», decía Oliveira Salazar. Pero su fallo consistió, precisamente, en que era siempre él, o sus prolongaciones o reflejos, quien asumía, en solitario, todos los momentos del proceso. En la democr%ia, Gobierno y oposición tienen la misma finalidad: la buena gestión de los asuntos públicos; y a su realización contribuyen desde él papel diferente que en cada momento les han asignado los ciudadanos.

Eloy Ibáñez fue subsecretario de Sanidad hasta la última remodelación ministerial.

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