Cartas al director

Por la vía del diálogo

En EL PAIS de 24 de septiembre surge a la luz pública la lucha de dos posturas encontradas entre la abogada Cristina Alberdi y la Iglesia. Enterado de los motivos de la controversia, deseo expresar mi simpatía por la postura de la abogada y declarar que, como hombre libre que lucha por una sociedad libre, estoy de parte de toda persona que defiende su derecho inalienable a la libre expresión de sus ideas, sea cual sea la consecuencia, y lucha contra la imposición de cualquier manera de pensar determinada.La Iglesia, más que ninguna otra institución, debería defender la libertad de expresión de...

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En EL PAIS de 24 de septiembre surge a la luz pública la lucha de dos posturas encontradas entre la abogada Cristina Alberdi y la Iglesia. Enterado de los motivos de la controversia, deseo expresar mi simpatía por la postura de la abogada y declarar que, como hombre libre que lucha por una sociedad libre, estoy de parte de toda persona que defiende su derecho inalienable a la libre expresión de sus ideas, sea cual sea la consecuencia, y lucha contra la imposición de cualquier manera de pensar determinada.La Iglesia, más que ninguna otra institución, debería defender la libertad de expresión de los seres humanos, sea cual fuere su ideología religiosa o política, aunque ello perjudicara los intereses terrenales y de partido, siguiendo el ejemplo de Cristo, que habló con gentes de distinto nivel social y afiliaciones políticas, exponiéndose flisicarnente a las iras.

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La Iglesia, cuyo mejor ejemplo es Cristo, no da muestras de caridad cristiana amenazando y tomando represalias contra las personas por la libre expresión de sus opiniones, aunque éstas vayan contra los dogmas. Pero es comprensible la actuación de ciertos vicarios, acostumbrados a imponerse e imponer su doctrina por la fuerza, aprovechando unas leyes y coyunturas políticas favorables, gracias a lo cual ven aumentado el número de creyentes. Pero es ya hora de que la Iglesia reconozca que debe ganarse las almas por la vía del diálogo, la comprensión, la caridad y el ejemplo de vida cristiana, y no por-la ley del terror, favorecida por la ignorancia y la incultura. Cristo no impuso nada, no amenazó a nadie, no obligó a nada. Quizá la Iglesia se ha olvidado de que existió./

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