Un ex delincuente se suicida en la Dirección General de Seguridad

José Merillas Hernández, un ex delincuente común de veinte años, que se había presentado a la policía después de haber sido sucesivamente secuestrado y torturado por unos desconocidos, se ahorcó a primeras horas de la tarde del lunes en un calabozo de la Dirección General de Seguridad, con ayuda de un cordel fabricado con tiras de su propia camisa. La policía estima que José Merillas tenía el proyecto de regenerarse y que se suicidó por temor a que se le internase en la cárcel de Carabanchel, donde temía ser asesinado por algunos reclusos, no identificados hasta el momento.

La familia M...

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José Merillas Hernández, un ex delincuente común de veinte años, que se había presentado a la policía después de haber sido sucesivamente secuestrado y torturado por unos desconocidos, se ahorcó a primeras horas de la tarde del lunes en un calabozo de la Dirección General de Seguridad, con ayuda de un cordel fabricado con tiras de su propia camisa. La policía estima que José Merillas tenía el proyecto de regenerarse y que se suicidó por temor a que se le internase en la cárcel de Carabanchel, donde temía ser asesinado por algunos reclusos, no identificados hasta el momento.

La familia Merillas, un matrimonio con dos hijos varones, se había trasladado desde un pueblo de la provincia de Zamora a Madrid hace doce años, forzada por las dificultades de supervivencia en las pequeñas poblaciones rurales. José Merillas Pérez era cerrajero. Su mujer, Julia Hernández, y él pensaron más o menos que el cielo empezaba en Madrid y se pusieron en camino con José, el hijo mayor, y con el pequeño, que entonces acababa de nacer. Aquel era un buen momento para los cambios.Con el tiempo, la familia logró instalarse en la avenida de Oporto y vivir de los trabajos de José Merillas, padre, que consiguió establecerse con varios compañeros más «en una pequeña empresa», que dice Julia. Nadie sabe por qué, el chico mayor tuvo varios importantes deslices, de los que la policía conserva una abundante carpeta en sus archivos. «Cosas de chicos», diría la madre; «antecedentes por diversos hechos delictivos», dice la policía.

Hace tres años, José Merillas, hijo, decidió casarse. Tal vez había dejado alguna cuenta pendiente en su etapa anterior: es difícil conformar a todo un grupo en cualquier reparto o tener la boca cerrada siempre; en ciertos ambientes nunca se perdona lo que se entiende por una indiscreción o un error de cálculo.

El asunto es que Julia Fernández creyó, o quiso creer, hace tres años, que el chico iba a regenerarse. La boda y la supuesta paternidad posterior «prometían ser una buena razón para que se reformase». El chico podría establecerse como cerrajero con ayuda de su padre. «Desde entonces ha sido muy ordenado y hogareño. Después de su jornada de trabajo venía a casa a buscar a su mujer, porque ellos siempre han vivido con nosotros, y los dos salían a dar una vuelta por ahí hasta las diez de la noche. Nunca le he visto amenazado, ni le recuerdo últimamente malas compañías. Además, proyectaba regresar al pueblo para desempeñar allí el oficio que había aprendido de su padre».

Hace sólo unos días, José Merillas, hijo, pareció decidirse por fin. Aprovechó un permiso y, con ayuda de su mujer, comenzó a trasladar al pueblo los escasos enseres que había logrado reunir en casa de sus padres. Poco después volvía a buscar los restantes para formalizar el traslado.

Pero ya era tarde. Anteayer, lunes, al mediodía, marchaba en su catorce treinta por Aluche o por Campamento, «que no se sabe muy bien». Súbitamente, uno de los ocupantes de un mini lo tiroteó. Luego, el pistolero y su acompañante, que esgrimía una navaja, le cerraron y lo redujeron, se lo llevaron a un local indefinido, y lo sometieron a tortura «para conseguir que les entregase una pistola que, al parecer, tenía y alguna cantidad de dinero que les adeudaba», dice la policía.

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No debieron de conseguir sus propósitos, porque a continuación trataron de conducirle hasta su casa, quizá para presionarle con el argumento de las represalias contra sus familiares. En el último momento José consiguió escapar. Fue a contárselo todo a la policía.

La única razón para retener a José era acusarle de tenencia ilícita de armas, aunque no llevaba encima ninguna. Los funcionarios le tomaron declaración y lo trasladaron a un calabozo de la dirección general.

Poco después, alguno de los vigilantes lo sorprendió colgado de varios jirones de camisa anudados. «Aún vivía, pero murió durante el traslado a un centro médico», dice la policía.

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