Tribuna:

El Rey de España y el anarquista

El Rey de España (que Dios guarde) me ha invitado a su palacio el día 23 de abril. Cortesía inestimable que he intentado honrar. Desgraciadamente, ese día tenía que estar en Montreal para realizar mi próxima película, y no he podido cancelar esta obligación profesional.Me he dirigido inmediatamente por teléfono a su casa, he agradecido como es debido la invitación, me he excusado por no poder aceptarla. y he pedido a su jefe de Protocolo que transmita al Rey que en uno de sus viajes a París, si lo tiene a bien, puede venir a mi casa. Mis hijos, mi mujer y yo le recibiremos con sencillez, atenc...

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El Rey de España (que Dios guarde) me ha invitado a su palacio el día 23 de abril. Cortesía inestimable que he intentado honrar. Desgraciadamente, ese día tenía que estar en Montreal para realizar mi próxima película, y no he podido cancelar esta obligación profesional.Me he dirigido inmediatamente por teléfono a su casa, he agradecido como es debido la invitación, me he excusado por no poder aceptarla. y he pedido a su jefe de Protocolo que transmita al Rey que en uno de sus viajes a París, si lo tiene a bien, puede venir a mi casa. Mis hijos, mi mujer y yo le recibiremos con sencillez, atención y cariño.

Que el Rey de España invite a un anarquista a su palacio es un acto que considero ético. Para mí significa que el respeto de las diferencias, pilar de la tolerancia, se puede aplicar siempre. Como huyo del proselitismo como de la peste, practico a mi aire y en la medida que puedo esta regla moral que es la anarquía, y que permite a cada uno oponerse -sin violencia-, pero con firmeza, a los profesionales de la política. «Mi reino no es de este mundo», proclamaría yo con Jesús. Razón de más para valorar el gesto civil y deferente de un hombre -el Rey y heterodoxos como el «nuestro». «No sólo de pan vive el hombre».

La sociedad de un pluralismo organizado que idolatra la eficacia considera a los anarquistas con conmiseración. En los universos totalitarios (comunistas o fascistas) les encarcelan o les asesinan. Y para colmo existen «revolucionarios» que, blasfemando, se bautizan «anarquistas», cuando en realidad pisotean los dos principíos esenciales de la moral libertaria: «No matarás» y «Ama al prójimo como a ti mismo». El Rey de España, invitándome a su palacio, hace un acto de educación ejemplar..., sentando a su mesa a un hombre que, como yo, admira lo que, a través de Samuel, dijo Dios: «Al daros un rey me rechazasteis».

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Mucho he aprendido hablando con las criaturas que Dios ha colocado en mi camino, de las que siempre he recibido más de lo que yo he podido darles. Esto me hubiera sucedido si hubiera conversado con el Rey de España, si, como es de suponer (como ellas), me hubiera hablado al dictado de su corazón. Pues, como dice el adagio chino: «Incluso si aquel que hiciera dentro de sí la luz está solo, si pensara con justicia y verdad..., será oído a mil leguas».

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