José Luis de Vilallonga: "La nostalgia es un error"

José Luis de Vilallonga, noble catalán, del que circula una imagen de play-boy frívolo, que él desmiente preguntándose qué es la frivolidad, acaba de publicar un nuevo libro cuyo título, La nostalgia es un error, refleja la filosofía de su vida.

Para el señor De Vilallonga, que desde hace dos años -desde que se promulgó la amnistía, justamente- vive en Madrid, después de un largo exilio intercontinental, «el pasado no existe; siento un gran interés por el momento presente y contemplo el futuro con superstición». Cuando escribe la dedicatoria de su libro, editado por Planeta, ejecuta la ...

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José Luis de Vilallonga, noble catalán, del que circula una imagen de play-boy frívolo, que él desmiente preguntándose qué es la frivolidad, acaba de publicar un nuevo libro cuyo título, La nostalgia es un error, refleja la filosofía de su vida.

Para el señor De Vilallonga, que desde hace dos años -desde que se promulgó la amnistía, justamente- vive en Madrid, después de un largo exilio intercontinental, «el pasado no existe; siento un gran interés por el momento presente y contemplo el futuro con superstición». Cuando escribe la dedicatoria de su libro, editado por Planeta, ejecuta la radiografía de esas actitudes: comienza el trazo con seguridad, esta sensación desciende luego y culmina su breve escrito con un tembloroso Barcelona 1980. (Eso escribió en su casa de Madrid.)No es un libro de memorias ni es tampoco, repite el señor De Vilallonga, «un ejercicio nostálgico. La nostalgia es la manera más rápida y más eficaz de envejecer. No hay nada tan deprimente como decir "en mi tiempo, en mi época, antes". Un hombre que habla del pasado, y no hablemos ya del pasado político, habla de su propia muerte».

A los veintidós años de edad, José Luis de Vilallonga dijo, según él, «el primer adiós al pasado». Su padre, un catalán que jamás dejó que su hijo le viera en calcetines, le quería ver diplomático o militar. A él le horrorizó imaginarse en el futuro, dejó a la familia y, ya en el mundo de la posguerra, se convirtió en actor, novelista y vitalista que aún sigue en ejercicio. «Algo ha cambiado ahora, porque a los sesenta años tengo que estar seguro de lo que va a pasar, aunque ya no me preocupe».

A la edad en que abandonó España, el señor De Vilallonga dejaba atrás una biografía dramática, de la que él habla con distanciamiento: la de miembro de un pelotón de fusilamiento del Ejército de Franco, al que se incorporó cuando sólo tenía dieciséis años. «Mi padre no sabía qué hacer conmigo y entonces habló con un coronel para sugerirle que me metiera en un pelotón de ejecución». El cree que su padre actuaba de buena fe y cuenta el episodio con un cierto desenfado, como si no le hubiera ocurrido a él. «No, no es desenfado; lo que ocurre es que yo no soy una persona solemne. Por eso hoy me resulta difícil explicar en un contexto como el actual un suceso como aquél, que ocurría en un mundo en que nadie actuaba de un modo normal».

El melancólico José Luis de Vilallonga -él acepta que es melancólico- publicó en 1971 la historia de su pertenencia al pelotón de fusilamiento. Por eso y por otros textos suyos, el régimen anterior le planteó una querella, de la que le salvó el exilio. Cuando la amnistía fue promulgada se sintió seguro para volver y recorrió de nuevo las Ramblas de Barcelona, a las que había dedicado un libro durante la dictadura.

«En aquel libro yo trataba de explicar hechos, facts. Al hacerlo así, el resultado es más tremendo todavía, porque la frialdad le da aún más dramatismo a lo que cuentas». ¿No será eso cinismo? «No la gente que me conoce sabe que eso no es cinismo; lo que ocurre es que la mía no ha sido una educación española, sino parcialmente anglosajona. No grito, no parezco apasionado. Es una manera de expresarse que puede llevar a conclusiones equivocadas sobre mi carácter».

En La nostalgia es un error, José Luis de Vilallonga, que dictó el libro en conversaciones con Enrique Menese, levanta acta de su vida: narra sus encuentros con personajes famosos, desde Indira Gandhi y De Gaulle hasta Jeanne Moreau y Brigitte Bardot; pasa por encima, como de puntillas, por la querella que le enfrentó al marqués de Villaverde, y se detiene con más apasionamiento en la historia que tuvo como respuesta una querella de Ramón Serrano Suñer. El propósito final del libro, dice el señor De Vilallonga, es demostrar que pueden contarse solemnemente las cosas ligeras y con ligereza las cosas graves, como hacían los hombres del siglo XVIII, «cuando la frivolidad era considerada virtud ». En ese sentido, José Luis de Vilallonga se considera un virtuoso.

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