Las 32 familias desalojadas en Canillejas se trasladan a una iglesia

Las 32 familias que hace varios días habían ocupado los locales comerciales del poblado de la UVA de Canillejas fueron desalojadas por la policía ayer, poco después del mediodía, tras un largo forcejeo. Todos ellos se trasladaron inmediatamente después a una iglesia próxima, de la que es posible que sean desalojados hoy mismo por orden del Arzobispado. Los locales, una vez vacíos, empezaron a ser demolidos.

Por la mañana, un coche de la Policía Nacional se presentó con la orden de desalojo en la mano. Sin embargo, hasta pasadas las tres de la tarde el desalojo no llegó a efectuarse. Ant...

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Las 32 familias que hace varios días habían ocupado los locales comerciales del poblado de la UVA de Canillejas fueron desalojadas por la policía ayer, poco después del mediodía, tras un largo forcejeo. Todos ellos se trasladaron inmediatamente después a una iglesia próxima, de la que es posible que sean desalojados hoy mismo por orden del Arzobispado. Los locales, una vez vacíos, empezaron a ser demolidos.

Por la mañana, un coche de la Policía Nacional se presentó con la orden de desalojo en la mano. Sin embargo, hasta pasadas las tres de la tarde el desalojo no llegó a efectuarse. Ante la resistencia de los ocupantes, algunos policías llegaron a introducirse en los locales y arrojar a la calle los enseres de los chabolistas. Más amenazas. Gritos, insultos. Al final, empezaron a salir algunas mujeres y niños. Después, todos los demás.Ayer, a mediodía, las viviendas, el solar contiguo y el descampado que hay más allá de la calle parecían el lugar convenido para un enfrentamiento bélico. A un lado, las dotaciones de los coches Z de la Policía Nacional, los furgones, las palas excavadoras y las ambulancias; al otro, una fogata alimentada con papeles, tubos de goma pasada, piezas de tela procedentes de algún abrigo centenario y casi cincuenta vecinos que no quieren irse porque, para ellos, la varicela es menos cruel que el frío. «Nosotros, mire usted, hemos venido del poblado de chabolas de la carretera de Hortaleza. Allí vivimos sobre un colector de aguas residuales, o sea que los microbios de aquí no son peores que aquéllos, pero aquí hay ladrillo donde allí hay cartón piedra. Nos quedamos.»

Alguien, detrás de una fina mesa de despacho, estará, dicen ellos, cavilando si debe o no debe dar una orden de ataque a los guardias, y los guardias miran con gesto cansado, como un pequeño ejército forzado al tedio de la espera.

Sin embargo, nadie parece encontrar una salida mejor que las estacas, las porras y las ambulancias. Los dos bloques de chamizos que motivan la discordia han sido primero desalojados voluntariamente por sus dueños y luego ocupados por dos veces, la última hace unos diez días. La llegada de nuevos colonos se produjo de repente, gracias a un proceso natural de comunicación, sólo posible en las ciudades suburbiales: la miseria es un lugar ideal para la difusión de las esperanzas; alguien recorrió los arrabales de San Fernando de Henares, luego pasó por las estribaciones de cartón de la colonia Fin de Semana, y por varios otros pueblos que le salen como ampollas a Madrid. Y treinta familias se pusieron en la calle, provistas de trapos, furia y desempleo.

Cuando llegaron a la UVA de Canillejas se encontraron con los despojos de vivienda que recibían de los vecinos antecedentes. Ni uno sólo de ellos, dicen, les ha cobrado nada por la noticia, ni tampoco han aparecido los piratas que ocupan tres y venden dos. «Incluso, mire usted, los que estaban hace un par de semanas han roto cristales y derribado tabiques, para que fuese imposible una nueva ocupación. Afortunadamente se han olvidado de los techos.» Los niños mayores se aventuraron a pintar paredes, sólo reservaron los restos de esmalte sintético para escribir, como una rúbrica, «Queremos vivienda digna», o bien «Rosón: más viviendas y menos presión», o bien «Basta de promesas», porque ellos sólo entienden de pan y de ladrillos. «Los locales tienen apenas doce metros cuadrados de superficie, y las viviendas adheridas, veintidós o veinticuatro; cada familia ocupa un local. Ya sabemos que en el mejor de los casos nuestra vida tiene que ser muy precaria, pero ¿cuál es nuestra otra alternativa?»

El concejal de distrito, Mariano López ha estado todos estos días entre dos fuegos. Pidiendo treguas a Rosón cuando ya había conseguido la calma de los vecinos. «Sabemos, por dictamen facultativo, que en la semana pasada se han detectado dos casos de varicela; se nos ha dicho que esa dolencia es muy grave para las embarazadas, y que hay peligro de contagio epidémico. Las condiciones de insalubridad de los bloques son evidentes; no obstante, los vecinos no admiten otra solución que una casa, todo lo modesta que se quiera. El delegado de la Vivienda, al que he llevado el problema, me ha dicho que no dispone de medios para proporcionarla; asegura que no dispone de casas en otro sitio y que aquí hay que construir. Estas familias deberán incorporarse a una lista de necesitados, y esperar turno.» Anteayer murió un niño de diez meses, cuyo cadáver estuvo un día, aguardando turno, por cierto, en el consultorio de la Seguridad Social de García Noblejas, «hasta que el forense decidió que los trasladaran al depósito. No; este niño no murió de varicela; los médicos habían dicho que lo suyo no tenía importancia, y ayer se murió: quién sabe de qué moriría».

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«¿Y cómo dicen ustedes que se ganan la vida?» Y responde un hombre: «Somos obreros de la construcción.» Construyen casas.

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