La sangría del señor alcalde

El pasado domingo, día 9, sobre las ocho u ocho y media de la tarde, me senté con la familia, en uno de esos quioscos que hay en la Casa de Campo, concretamente en el Batán, con idea de tomar unas cervezas y refrescos para mitigar el calor. Acomodados, pues, alrededor de una de las mesas, llamé al camarero y le pedí los refrigerios: «Lo siento, señor», me dijo, «pero tenemos órdenes de no servir a nadie. » «iCómo!», exclamé yo, algo desconcertado. «Y eso... ¿por qué motivo?» «Ordenes del Ayuntamiento; es que está aquí el alcalde, el señor Tierno Galván (¡Oh!, el viejo profesor, pensé yo), que ...

El pasado domingo, día 9, sobre las ocho u ocho y media de la tarde, me senté con la familia, en uno de esos quioscos que hay en la Casa de Campo, concretamente en el Batán, con idea de tomar unas cervezas y refrescos para mitigar el calor. Acomodados, pues, alrededor de una de las mesas, llamé al camarero y le pedí los refrigerios: «Lo siento, señor», me dijo, «pero tenemos órdenes de no servir a nadie. » «iCómo!», exclamé yo, algo desconcertado. «Y eso... ¿por qué motivo?» «Ordenes del Ayuntamiento; es que está aquí el alcalde, el señor Tierno Galván (¡Oh!, el viejo profesor, pensé yo), que va a hablar sobre no sé qué... Pero si quieren pueden tomar una sangría gratis que ofrece el señor alcalde...» «Hum... ¡bien!, ¡de acuerdo!; tráiganos, entonces, un vaso de sangría.» «No, no se puede traer, tienen ustedes que coger un vaso y ponerse en aquella cola...»Naturalmente, nos marchamos. Yo sólo deseaba sentarme en una terraza pública, tranquila y libremente, a tomar un refresco; pero tuve mala suerte. Aquel quiosco había sido acaparado por el viejo profesor socialista para echar uno de sus recatados y deliciosos discursos, mientras, con majestuoso y litúrgico paternalismo, repartía vasos de sangría entre su pueblo...