Antonio Mairena: "Los años no hay quien los devuelva"

Hoy cumple setenta años Antonio Mairena, quien recibirá, el próximo viernes, en su pueblo natal de Mairena del Alcor (Sevilla), el homenaje de sus paisanos y de todo el mundo flamenco al medio siglo que ha dedicado a dignificar el cante. Un busto en bronce y una placa colocada en la puerta de la casa donde nació «el artífice genial del más puro cantejondo» perpetuarán fisicamente la celebración. José Aguilar ha entrevistado al artista.

Antonio Cruz García espera sin nervios el homenaje del viernes. Su actitud ante este acto es una mezcla de satisfacción por haber cumplido lo que conside...

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Hoy cumple setenta años Antonio Mairena, quien recibirá, el próximo viernes, en su pueblo natal de Mairena del Alcor (Sevilla), el homenaje de sus paisanos y de todo el mundo flamenco al medio siglo que ha dedicado a dignificar el cante. Un busto en bronce y una placa colocada en la puerta de la casa donde nació «el artífice genial del más puro cantejondo» perpetuarán fisicamente la celebración. José Aguilar ha entrevistado al artista.

Antonio Cruz García espera sin nervios el homenaje del viernes. Su actitud ante este acto es una mezcla de satisfacción por haber cumplido lo que consideraba un deber, y de sentimiento, «porque los años no hay quien los devuelva». Ni siquiera se consuela con su explicación de que «muchas veces, al cante flamenco le pasa como al vino: mientras más años esté en la bota, mientras más vejez tenga, más calidad adquiere». No, él quiere vivir, seguir trabajando en sus memorias y conservando su radical optimismo.Y no perdona a esa enfermedad que desde 1974 le impide dedicarse con regularidad a su profesión, en la que sigue siendo el número uno, según todos los flamencólogos, aunque él diga «que no me pertenece a mí hacer ese alarde. Creo que he cumplido con mi obligación y he hecho una labor importante». Labor que se resume en la dignificación social y mejor cotización del arte, que, «cuando yo entré como profesional, estaba envuelto en un oscurantismo tremendo. Lo que tenía de verdad valor no era considerado y el mundo intelectual veía al flamenco como algo mediocre».

Ahora los intelectuales están descubriendo el flamenco y los cantaores firman contratos con muchos ceros. Pero Mairena -que recuerda las cuarenta pesetas diarias de su primer contrato en el Kursal, en 1929- ya no actúa y apenas ha podido beneficiarse materialmente de la dignificación de su arte. «No me he hecho rico en absoluto. He podido ir viviendo, pero no tengo nada de sobra y ahora que estoy enfermo me encuentro sin protección alguna, ni siquiera pertenezco a la Seguridad Social», se queja, mirando los retratos de Manuel Torres y Juan Talega, que las pasaron en su tiempo peor que don Antonio y nos miran con semblante adusto, colgados en su casa silenciosa.

Sí, el flamenco de hoy, cuando es bueno, se muestra mucho más abierto al que lo escucha, se cuida más en sus letras y en su musicalidad, está más profesionalizado. «El duende, que es algo que no se palpa, que no se ve, que se siente, y, algunas veces, duele, está más alcance de todo el mundo», pontifica Antonio Cruz. También hay cosas negativas en el flamenco actual: «Los cantaores se preocupan sólo de ganar un puesto de primera fila con lo más comercial, dando el cante que le gusta a la mayoría, sea bueno o sea malo. Dejan que el público tire de ellos, cuando un buen profesional lo que debe hacer es tirar del público.» Lo dice considerándose un poco el árbitro por encima de los cantaores jóvenes que pugnan por el primer puesto, pero exigiéndoles también responsabilidad. Porque el panorama del flamenco es bueno, mejor que nunca, y la afición crece, si bien «hay que educarla, hay que hablarle con más verdad». Y necesita esa revolución cultural que él repite una y otra vez sin explicar en qué consiste, aunque lo sabe.

«A mí la palabra flamenco no me gusta nada. Eso es un paquete que es necesario desviarlo y ordenarlo, distinguiendo lo que es flamenco y lo que es gitano andaluz», señala Antonio Mairena, negándose a meter en el mismo saco artístico lo que hacen los gitanos y lo que hacen los payos. Incluso admite que los payos puedan conocer mejor las técnicas del cante, pero siempre cantarán de forma diferente. «Hay matices entre un cantaor gitano y otro no gitano. Yo no digo que sea mejor ni peor, sino distintos.» Y lo mismo pasa con el baile y con el toque.

Su ortodoxia no es menor cuando se refiere a las cunas del cante. Para él, el flamenco tiene una geografía muy precisa y concreta, con dos provincias como base (Sevilla y Cádiz) y varios nombres en cada una de ellas: Sevilla, Triana, Alcalá, Mairena, Utrera, Jerez, Cádiz, Los Puertos... O cuando habla de la injusta discriminación, ya en vías de ser superada, que han sufrido la guitarra y el baile en relación con el cante.

Como cabía esperar, don Antonio piensa que el flamenco no tiene relación directa con la política, lo que no le impide resaltar la existencia de letras contestatarias «a causa de la persecución y la mala vida que han llevado los gitanos», ni explicar que «hoy ningún hombre civilizado y que esté integrado en la sociedad puede escapar de la política». Lo dice sonriendo socarronamente, lo mismo que al hablar de ese otro cantaor que quiso hacer trampa cuando a Mairena le dieron la Llave de Oro del Flamenco (sólo la han conseguido Tomás Nitri y Manuel Vallejo) en Córdoba, en 1962. Y lo hará, sin duda, el viernes, en su noche grande de Mairena de Alcor.

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