Tribuna

El PSOE, en la encrucijada

Miembro (suplente) del comité federal del PSOEEl PSOE se encuentra, tras los dos procesos electorales recientes, en una nueva y delicada coyuntura de su larga y gloriosa historia. Los resultados de los comicios, hasta cierto punto contradictorios, podrían aportar una mayor dosis de desconcierto a sus afiliados y simpatizantes. La decepción del l-M le arrincona en lo que puede ser un largo cuatrienio de oposición en el gobierno del Estado y seguramente también de la mayoría de los entes preautonómicos. Por otro lado, el éxito desigual de las elecciones municipales le lleva a conse...

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Miembro (suplente) del comité federal del PSOEEl PSOE se encuentra, tras los dos procesos electorales recientes, en una nueva y delicada coyuntura de su larga y gloriosa historia. Los resultados de los comicios, hasta cierto punto contradictorios, podrían aportar una mayor dosis de desconcierto a sus afiliados y simpatizantes. La decepción del l-M le arrincona en lo que puede ser un largo cuatrienio de oposición en el gobierno del Estado y seguramente también de la mayoría de los entes preautonómicos. Por otro lado, el éxito desigual de las elecciones municipales le lleva a conseguir, con el PCE y otras fuerzas progresistas, la administración comunal de dos terceras partes de la población, y en todo caso de su sector más joven y dinámico.

El PSOE se encuentra, pues, ante un doble reto: cómo llevar a cabo una oposición parlamentaria enérgica y, al mismo tiempo, responsable y constructiva; y cómo ejercer los gobiernos municipales con eficacia y espíritu innovador que pongan fin al caos y al empantanamiento en que se encuentran la inmensa mayoría de los ayuntamientos.

Pasadas ya las pruebas electorales, uno puede ya declarar que no creía que el PSOE hubiera estado en disposición de ejercer, ni aun en coalición, el gobierno del Estado, principalmente por las dificultades que hubiera encontrado entre las organizaciones sindicales, a quienes les era, y aún hoy les es, difícil asimilar que nuestro país, más todavía que el resto de los europeos, tiene que entrar por un período de austeridad

Peligro de radicalización

Un partido que debido a su crecimiento vertiginoso no ha hallado todavía su punto interno de equilibrio ideológico ni de solidez organizativa, es lógico que se encuentre perplejo ante la complejidad de la labor política a realizar. Como partido de oposición puede tender a radicalizarse y a volcarse sobre sí mismo, enfrascándose en un debate ideológico que pudiera hacer predominar actitudes demagógicas, creadoras de ensueños y de rencores, sobre los que podría ser muy difícil construir una alternativa política seria. Una escalada en este sentido haría más penosa la relación con el partido de los pequeños empresarios, de los trabajadores autónomos, de los cuadros profesionales y funcionariales, que ya hoy día nadie puede decir que tengan la vida fácil en una organización entre cuyas bases prevalece con excesiva frecuencia el verbalismo pseudoizquierdista, y cuyas cúpulas flotan en la indefinición ideológica.

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Va a ser arduo para el PSOE atraer hacia sí a los sectores intermedios de la compleja sociedad española actual, que no se consideran obreros, bien por su empleo como cuadros en el creciente sector de servicios públicos o privados, bien por ser propietarios de sus modestos medios de producción. Tenemos que ser capaces en el PSOE de analizar con profundidad y realismo la estructura social y económica de nuestro país, sometido a uno de los desarrollos más desiguales y brutales, por un capitalismo financiero que ha actuado sin bridas ni contrapesos por parte de una administración pública que hasta la muerte del dictador estaba enteramente a su servicio.

Según el entender de numerosos militantes del partido, de algunos que lo declaran y de muchos más que no osan manifestarlo ante las intemperancias de otros, dedicados a ponerse más a la izquierda que nadie -una vez muerto el dictador, ello es verdad-, la terminología y los métodos marxistas, en sus múltiples interpretaciones, no agotan los instrumentos de análisis político y económico. Son precisas nuevas formulaciones más áctuales y conceptualmente más rigurosas e imaginativas, para encontrar las fórmulas superadoras de la crisis en que se encuentran todas las sociedades, occidentales o comunistas, ricas o subdesarrolladas, sometidas a la penuria energética y de materias primas, al desequilibrio demográfico y a un desempleo creciente.

Se echa de menos no sólo en los programas electorales de la izquierda, sino en las elaboraciones a medio plazo, audacia e imaginación a la vez. No basta con las fórmulas hechas de «profundización de la democracia» y de «cambiar la vida». Hay que adentrarse por estos caminos y reconocer francamente la necesidad de una revolución de las mentes, de una revolución cultural que haga posible la práctica de nuevos valores de solidaridad, de trabajo voluntario en servicio de la comunidad, de una sensibilidad y crítica cultural al margen del consumismo. Pero mal podrá el PSOE propugnar estos nuevos valores y módulos de conducta a la sociedad si antes o coetáneamente no consigue que sean difundidos y practicados dentro de sus propias organizaciones. Una cosa es predicar y otra dar trigo, dice el refrán. Como socialistas debemos empezar por ser capaces de autocriticarnos y de considerar desapasionadamente nuestras propias estructuras.

El crecimiento espectacular de las organizaciones socialistas y su enorme apoyo popular requiere que respondan a estas expectativas de renovación y de apertura que las gentes esperan de ellas. Para los que nos hemos dedicado prioritariamente a la labor organizativa es muy patente que el esfuerzo realizado en ese sentido ha sido francamente insuficiente. No hemos sido capaces de integrar y de educar políticamente a muchas decenas de miles de ciudadanos idealistas que se aproximaron a nosotros tras el 15 de junio de 1977. Y ello constituye el principal reproche a un partido que ha dedicado especial atención al juego paraparlamentario y al consensus constitucional, produciendo una real defraudación a muchos ilusionados ciudadanos que ven en él el mejor instrumento de cambio social y económico. Dentro del partido es un lugar común la conciencia generalizada de la insuficiente formación de los afiliados, de las carencias de la prensa socialista, de la desproporcionadamente baja incidencia del partido en los medios de comunicación social y, sobre todo, de que el partido no ha sabido insertarse en las diversas comunidades donde, paradójicamente, sigue teniendo una fuerte incidencia electoral.

Estratégicamente, nunca quedó ,bien claro si había, de parte de la dirección del PSOE, una auténtica voluntad de salir de ser una organización de cuadros para constituirnos como una organización de masas, capaz de proyectarse y diversificarse en los múltiples aspectos de la vida de una comunidad tan compleja como la española actual. Para muchos ha prevalecido la impresión de que la dirección del partido ha visto éste, sobre todo, como un simple aparato electoral, y nunca como una organización de masas, donde los afiliados participan continuamente en todas sus instancias. Los hechos están ahí: conflictos constantes de competencias entre los órganos comarcales, regionales y provinciales; inexistente debate político en el seno de las organizaciones, sustituido por enfrentamientos de grupos y clanes; casas del pueblo que en demasiados casos no han sabido injertarse a la comunidad a la que debían servir.

Pero la mayor disfuncionalidad del PSOE como organismo democrático la ha constituido el insuficiente flujo de información entre sus diversas instancias. La opacidad de la organización, de la que han dado ejemplo los más destacados órganos, como la comisión ejecutiva federal y el comité federal. No voy a extenderme ahora en explicar el sentimiento de frustración extendido entre la simple «base parlamentaria» de las Cortes Constituyentes ante los acuerdos consensuados por las cúpulas de los partidos, que hacían de los parlamentarios meros figurantes en los plenos del Congreso. En nuestro partido hay una excesiva tendencia a reservarse todo tipo de información relevante, conscientes las diversas instancias de que información es poder. Las bases, parlamentarias o no, desinformadas no están en medida de realizar una evaluación seria y objetiva y continuada de la labor política de sus dirigentes.

Lo expuesto anteriormente es causa del patente desinterés de las bases del partido (simpatizantes, afiliados, cotizantes o militantes) por la vida del mismo y su muy insuficiente participación. Esta extendida sensación de alienación explica las dificultades existentes no sólo para movilizar a las bases en las campañas electorales, sino incluso para realizar el hecho más elemental de cualquier organización: el cobro de las cuotas. A unos companeros que durante excesivo tiempo se han sentido al margen de la vida política del partido, difícilmente se les puede pedir que participen entregando trabajo voluntario.

Insuficiente transparencia

La insuficiente transparencia en la vida del PSOE no se proyecta sólo en la dificultad de plantear un debate político que trascienda de las simples agrupaciones locales, sino que tiene especial relevancia, al considerar el procedimiento de selección de los candidatos a los órganos de dirección. Al elevarse el escalón organizativo, aparecen más intensas las interferencias de la comisión ejecutiva federal y de las comisiones federales de listas, que de hecho han actuado en dependencia casi absoluta de la comisión ejecutiva federal, aunque de derecho fueran una emanación del comité federal. Ello pudiera ser debido a que éste, por la insuficiente madurez política de bastantes de sus miembros, y debido al procedimiento de trabajo adoptado -no conocer con suficiente antelación los temas y la documentación a considerar-, ha actuado como una mera caja de resonancia de la comisión ejecutiva federal, algunos de cuyos más significados miembros se han mostrado muy poco receptivos y excesivamente susceptibles a la crítica que unos pocos miembros del comité federal hemos realizado en su seno.

Para que la democracia, principal timbre del orgullo del PSOE, que lo distingue de las otras grandes opciones políticas, se realice en la práctica, es urgente clarificar el procedimiento de selección de los candidatos a los diversos órganos del partido, y especialmente a los órganos decisorios federales. Para ello es indispensable que con la suficiente antelación, y no en pasilleos nocturnos, como en el XXVII Congreso, se conozcan los nombres y los programas de los diversos equipos que aspiran a dirigir el principal partido político del país.

Aquí topamos con la específica prohibición estatutaria de constituir tendencias dentro del PSOE. Pero la realidad, manifestada en la vida de los otros partidos socialistas europeos, es que, si no tendencias -que suponen la existencia de cotizaciones, locales y hasta prensa paralelos-, en todos ellos se dan corrientes o sensibilidades diferentes protagonizadas por sus propios líderes.

Cabe argüir que en un partido en vías de consolidación la aparición explícita de estas corrientes podría poner en peligro su cohesión interna e incluso su unidad. Pero muchos nos preguntamos si correr este riesgo no es mejor que la situación actual, donde la lucha por el poder tiene lugar en base a planteamientos tácticos más que ideológicos y se lleva a cabo de un modo soterrado, de, forma que donde, en definitiva, la secretaría federal de organización, colocando sus antenas y sus hombres de confianza en las federaciones clave, actúa como la única tendencia con posibilidades reales de imponerse en los Congresos.

Una clarificación táctica, ideológica y organizativa parece necesaria y urgente para quienes desde hace años propugnamos un PSOE pluralista en lo ideológico, abierto y no excluyente en lo social y transparente en lo organizativo. Si el próximo XXVIII Congreso es capaz de encararse francamente con este múltiple reto, se sentarán las bases para que los socialistas de las diversas corrientes -no tendencias-, construyamos entre todos una organización de amplio espectro social y electoral, capaz de protagonizar la transformación de las injustas y anquilosadas estructuras económicas y sociales de nuestro país, y ponerlo al nivel de otras sociedades europeas occidentales, donde la socialdemocracia constituye la fuerza política determinante de todo progreso.

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