Tribuna:

No estornudes en el control

Cuando con la brocha al hombro regreses cualquier noche de pegar carteles en favor de los derechos humanos, canturreando un fragmento de Antígona, y de repente te encuentres metido en el embudo de un control y la policía te palpe« la dignidad del bazo, toque el xilofón en tus costillas o te pida la fe de bautismo, pon cara de felicidad patriótica. En este caso, los patriotas siempre sonríen; les gusta que la policía les haga cosquillas. Tú además eres un buen demócrata y este festival del orden público con sirenas y metralletas se ha montado en tu honor. Mientras los guardias te pasen p...

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Cuando con la brocha al hombro regreses cualquier noche de pegar carteles en favor de los derechos humanos, canturreando un fragmento de Antígona, y de repente te encuentres metido en el embudo de un control y la policía te palpe« la dignidad del bazo, toque el xilofón en tus costillas o te pida la fe de bautismo, pon cara de felicidad patriótica. En este caso, los patriotas siempre sonríen; les gusta que la policía les haga cosquillas. Tú además eres un buen demócrata y este festival del orden público con sirenas y metralletas se ha montado en tu honor. Mientras los guardias te pasen por el filtro, levanta los brazos y míralos con humildad de alcohólico regenerado, aunque no estará de más que vigiles de reojo la armónica tartamuda que esos ángeles llevan en la cadera, y, sobre todo, en el momento sublime de esta historia no estornudes, porque podrías convertirte en un demócrata definitivamente estabilizado, tendido en la calzada con un hule encima.En este tiempo ya no se sabe si el pesimismo de la derecha es una forma de subversión o si el optimismo de la izquierda es una refinada provocación, una clase de crueldad mental con que se tortura a los que no han podido llevarse el dinero a Suiza. Pero, si al regresar de un mitin o al salir de una pastelería te encuentras con un guardia con metralleta, sonríe tenuemente, mitad y mitad, ambiguamente, como la Gioconda; un leve pliegue en la pata de gallo y un hoyuelo difuminado en la comisura, de modo que nadie sepa si el instrumento que el ángel de la guarda te dirige al hipocondrio te produce un evanescente gozo, una esfumada tristeza o una tuberculosa melancolía pensando en aquella inocencia preternatural franquista cuando el árbol de la ciencia sólo daba pelotas de goma. Después ve a lo tuyo. Sigue pegando carteles electorales. Esta-es-una-democracia-que-debe-ser-defendida.

La política se ha convertido en una pequeña pasión en tomo a una IBM, un baile guerrero contratado por Samuel Broston que da vueltas atraído por el magnetismo de la olla. Tam, tam, tam. Apacheteeee. La nuestra es ya una democracia inexorable con tarjeta perforada, una unidad de destino en lo universal cibernético; aunque eso no te impida seguir pegando carteles, porque las noches son hermosas y el perfume del pegamín sobre los rostros de los líderes que exigen que seas libre es muy afrodisiaco. Imagínate una función griega en que los deseos del coro fueran recitados por Sofemasa o el misterio contra el que se estrella el héroe lo descifrara de antemano Icsa-Gallup. No importa. En las noches electorales, las bacantes saltan del friso y cogen la brocha y el cubo; los angeles músicos escapan de las viñetas miniadas del texto constitucional y se hacen con un manojo de posters; las sibilas abandonan las garras de la esfinge y comienzan a echar serpentinas sobre el gran IBM. Las paredes se empapelan de promesas, deseos, sonrisas, sueños eróticos: una cabaretera muerdee a bota de un militar; un capitalista con calzón de satén, la peluca empolvada y el antifaz negro besa el zapato de la criada.

Aunque la IBM siga trabajando bajo las serpentinas de la fiesta y la geopolítica esté dirigida desde la carlinga de la metrópoli norteamericana con el piloto automático, estas noches electorales en que haces el amor con el cubo la brocha bajo la casiopea son inolvidables. Pero vas caturreando un fragmento de Antígona y al fondo de la calle divisas la luz cobalto que centellea e ilumina de una escena de cuarzo llena de metralletas. Tú eres un buen demócrata y este festival se ha montado en tu honor. Cuando te veas metido en el embudo de un control de policía levanta los brazos con el reflejo condicionado del rojo. Pon la cara de felicidad patriótica. Sonríe cuando te palpen el bazo. Pero no estornudes. En este momento sublime, un estornudo a destiempo y ya tenemos un demócrata menos.

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