Tribuna:

Noticias de la nueva democracia

En el reino de la política, cuando faltan las ideas, se inventan palabras; cuando faltan las novedades, se anuncian los manejos de una nueva secta. Hay quien vive de las sectas, quien es sectario por naturaleza y vocación: no entiende ni tolera que alguien no pertenezca a una secta, no es capaz de pensar sin agremiarse en alguna masonería y cree que todo el mundo comparte tan peculiar insuficiencia. Para el sectario, si una persona es capaz de mantener un discurso propio o una postura diferenciada y razonada ante lo social que no coincida claramente con lo estatuido por las más influyen...

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En el reino de la política, cuando faltan las ideas, se inventan palabras; cuando faltan las novedades, se anuncian los manejos de una nueva secta. Hay quien vive de las sectas, quien es sectario por naturaleza y vocación: no entiende ni tolera que alguien no pertenezca a una secta, no es capaz de pensar sin agremiarse en alguna masonería y cree que todo el mundo comparte tan peculiar insuficiencia. Para el sectario, si una persona es capaz de mantener un discurso propio o una postura diferenciada y razonada ante lo social que no coincida claramente con lo estatuido por las más influyentes sectas dominantes, eso no puede deberse más que a la pertenencia a otra secta, a una nueva secta. Naturalmente, el sectario sabe que esa nueva secta que acaba de proyectar sobre la cabeza del otro no tiene más miembro que el otro mismo o ni aun eso; pero es una nueva secta y eso basta, porque el sectario no podría discutir ni reclamar nada frente a una persona, un individuo en su singularidad libre de tal, pero en cambio se las arreglará bien frente a una secta -son su especialidad, su caldo de cultivo, su posibilidad intelectual-, sobre todo si es una secta nueva. Nada más fácil de zarandear, en efecto, que una nueva secta: en cuanto secta, se le pueden inventar los debidos atributos que condenen su presente, y en cuanto nueva, nada más fácil que mostrar cómo traiciona a un pasado más digno. Frente a este espantajo hecho a su medida y su estatura, el sectario se siente seguro, incisivo, hasta ocurrente: ante las sectas segrega juicos -tal es su forma de pensar- como los perros segregan saliva al oír el timbrazo pauloviano. Veamos de más cerca uno de estos inventos sectarios, la llamada «nueva acracia».La nueva acracia vive feliz en su castillo de plata, según nos cuenta rabiosamente el sectario. Predica contra el todo desde su nada, hace aposento del vacío, es abstencionista, hipercrítica, consumista, hedonista: no se compromete. ¡Ahí es nada, no querer comprometerse! No vivir comprometido hasta el cuello, eso es algo que el virtuoso sectaio no puede perdonar. El nuevo ácrata quiere encima darse aires de pureza, frente a lo cual el secretario ha convertido la suciedad en su uniforme de gala. La realidad mancha; apesta, luego soy real: tal es el razonamiento del sectario. ¿Y lo del todo? ¡Qué perra sectaria con lo del todo! Entre atacar al todo, al proceso institucional totalizador, y atacarlo todo, el sectario no logra ver diferencia alguna, quizá porque, a diferencia del Teste de Válery, la betise est son fort. Inventada la nueva acracia, hay que confrontar sus vicios con las virtudes del viejo anarquismo. El sectario hace un emocionado canto a los anarquistas pretéritos, víctimas de todos los regímenes políticos, es decir, de todos los Estados; los nuevos ácratas, en cambio, se resisten a dejarse fusilar. ¡Traición! Para el sectario, el anarquista debe ser mártir o impostor: el caso es librarse de él cuanto antes, sea por la eliminación física o el descalificamiento moral. Los anarquistas históricos, es decir, los «fusilables», eran condenados por fanáticos, ingenuos, vegetarianos, puritanos, violentos, obcecados, indisciplinados, visionarios y colaboradores objetivos con la reacción; los nuevos ácratas (cuya filiación anarquista, repitámoslo, ha sido establecida unilateralmente por el sectario sin escuchar la confesión del reo) son condenables por hipócritas, relapsos y relajados, bon vivants, inmovilistas, insolidarios, confusionistas y colaboradores objetivos con la reacción. En una palabra y ésta evangélica: «Vino Juan, que no comía, y dijisteis que tenía demonio; vengo yo, que como, y decís que soy un glotón.» Perdurables juegos de la mala fe. Aquellos anarquistas históricos, rememora el nostálgico sectario, eran al menos utopistas y creían en la perfectibilidad del mundo; los nuevos ácratas opinan que el mal es irremediable. ¡Y eso lo dice tranquilamente el sectario, la encarnación misma de eseprincipio de realidad estatal de cuya recusación ciertamente coinciden viejos anarquistas, nuevos ácratas y hombres de buena voluntad en general! El mundo no sólo es transformable, sino que es transformación en su entraña misma:de ahí la lucha contra lo que superpone el estar al ser y hace de la estructuración de lo idéntico principio eterno de la sociedad. Y no se preocupe el sectario, que los conversos a esta nueva religión no tenemos prisa en convertirnos en eremitas ni en mártires (tampoco en víctimas propiciatorias ... ).

Pero la más enérgica acusación contra la nueva acracia es la de «inacción». ¿Captan ustedes la ironía del asunto? ¡El sectario acusando de no actuar a alguien, él, que no reconocería la acción ni aunque la viera cruzar la calle vestida de torero! Hay que actuar: tal es la consigna del sectario; la acción es su obsesión, ya que no su vicio. Porque vamos a ver: ¿qué es actuar? ¿Algo de lo que es capaz un gobernador civil o un guardia municipal, pero no Hólderlin o Nietzsche? Por ejemplo: ¿cómo actúa el sectario? Antes era muy fácil actuar, antes, cuando dictaba Franco: bastaba con ser antifranquista en lo más hondo del corazón y luego deslizar alguna insinuación discretamente subversiva en un artículo de crítica literaria. Pero ahora la cosa se ha complicado mucho: si uno se pica de ser Intelectual, por poner un mal ejemplo, habría que ser capaz de decir algo, de mantener alguna opinión que no fuera simple eco del sentido común doctrinario o el cinismo oportunista; algo que saliera de uno, no que resonara en el hueco de uno. Desdichadamente, este tipo de acción no está al alcance del sectario, intelectual sin creaciones y sólo apto para juegos florales varios. Habrá que elegir una vía de acción más enérgica: pero resulta que el sectario no es Alejandro Magno ni tampoco Durruti. Quedan a su alcance unos pocos servicios auxiliares, votar cuando Dios disponga, sacarse un carnet de algo, ganar plaza en la burocracia neodemocrática... Sin duda, estas son «acciones» y como tales se cotizan en la bolsa del Estado, pero no parecen dignas tampoco de ponerlas en un marco. Es cierto que la nueva acracia se siente bastante incapaz de llevar a cabo estos modestos ejercicios, aunque quizá por exceso de actividad, no por falta de ella. ¿O es que no va a haber otras formas de acción más que aquellas que las leyes de la producción y la reproducción del Estado han decidido considerar tales? Pero de estas «rebeldías» no es al sectario a quien el nuevo ácrata debe dar cuentas, mientras pueda entrevistarse personal mente con instancias superiores...

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