Cartas al director

"Pólitica", "desencanto" y "compromiso

El último artículo de Francisco Férnández Santos ha despertado en mí una serie de reflexiones. Cuando distinguimos entre vida cotidiana y vida política caemos en un maniqueísmo que no hace más que consolidar el status de privilegio de esa que llaman «clase política». No hay políticos y apolíticos. Más aún, los apolíticos practican la política de la apoliticidad, si se me permite el juego verbal (pienso ahora en el clamoroso ejemplo que nos proporciona Saporta en EL PAIS SEMANAL). Tenemos que darle al término «polítíca» un sentido más amplio y valioso que el que hoy impera: el que la identifica...

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El último artículo de Francisco Férnández Santos ha despertado en mí una serie de reflexiones. Cuando distinguimos entre vida cotidiana y vida política caemos en un maniqueísmo que no hace más que consolidar el status de privilegio de esa que llaman «clase política». No hay políticos y apolíticos. Más aún, los apolíticos practican la política de la apoliticidad, si se me permite el juego verbal (pienso ahora en el clamoroso ejemplo que nos proporciona Saporta en EL PAIS SEMANAL). Tenemos que darle al término «polítíca» un sentido más amplio y valioso que el que hoy impera: el que la identifica con partidos, consensos, pasillos, tú me das y yo te doy...Es cierto que la realidad nos confirma esa impresión, pero también es cierto que esconde nuestra inercia bajo capa de eticismo trasnochado que adopta la pose de la protesta pasiva, y, al tiempo, deja expedito el camino a los de las cenas «políticas» y el comercio de subsecretarías.

Por eso no toda la culpa del «desencanto» democrático corresponde a los llamados «políticos»; los demás, los que ejercemos la profesión de la protesta incontaminada, los que pasamos de esas cosas, estamos siendo responsables de haber desertado de ese espacio que media entre la inercia, y la política de opereta, responsables de haber delegado demasiadas prerrogativas en los aprisionados por el poder, los compromisos, pactos, disciplinas...

Es hora de «ensuciarnos las manos», no en el poder, sino en el riesgo de la equivocación, de la resistencia activa; hora de crear espacios marginales auténticaniente políticos que no pasen por los parlamentos si no queremos vernos en una democracia europea «a la inglesa». No es desprestigiar la democracia parlamentaria, es asumir las limitaciones que tiene (y las que impone a sus servidores), propiciando una práctica cotidiana más libre y auténtica.

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