Tribuna:

Urge revisar el reglamento de sanciones

Después de ver, semana tras semana, los gravísimos incidentes ocurridos en los campos de fútbol, resulta bien descorazonador comprobar las tímidas sanciones del Comité de Competición. Al margen de decisiones «diplomáticas», como la del caso Rubén Cano-Juanito, no cabe duda que parece ya ridículo clausurar sólo por un partido y multar con cantidades que no llegan a los 20.000 duros situaciones que cualquier día pueden acabar en tragedia. De hecho, un espectador ya falleció hace una semana en Las Palmas herido de bala. Se impone una urgente revisión del reglamento de sanciones deportivas, unida ...

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Después de ver, semana tras semana, los gravísimos incidentes ocurridos en los campos de fútbol, resulta bien descorazonador comprobar las tímidas sanciones del Comité de Competición. Al margen de decisiones «diplomáticas», como la del caso Rubén Cano-Juanito, no cabe duda que parece ya ridículo clausurar sólo por un partido y multar con cantidades que no llegan a los 20.000 duros situaciones que cualquier día pueden acabar en tragedia. De hecho, un espectador ya falleció hace una semana en Las Palmas herido de bala. Se impone una urgente revisión del reglamento de sanciones deportivas, unida a la actuación policial, para ejercer de una vez las medidas de máxima dureza que se exigen una y otra vez.Resulta ridículo que la máxima multa a un club por incidentes del público sea actualmente de 500.000 pesetas, aunque no haya límite en el tiempo de clausura de un campo, que se deja a criterio del comité. ¿Se espera a la tragedia consumada para cerrar definitivamente un campo? Si no es en el caso de economías tan agónicas como la del Málaga, al que se le intervienen las taquillas de sus encuentros por un administrador judicial a causa de sus deudas con su agencia de viajes, los demás clubs ni se inmutan. Hasta la próxima. Pero se inmutarían y buscarían al grupo de energúmenos habitual de cada campo, prohibiéndoles la entrada o educándoles, si no es ya un imposible, cuando las saciones tuvieran más rigor.

Y lo mismo ocurriría si hubiera más dureza contra los jugadores que provocan al público con gestos, acciones violentas o simulaciones de lesiones.

Ahora resultan bien ridículos castigos que pueden oscilar desde una multa de 2.500 pesetas a suspensión por cuatro partidos, cuando la mayoría de las veces se quedan en nada y los altercados tan lamentables se suceden dentro y fuera del campo. Los clubs se cuidarían mucho de enseñar a sus jugadores buenos modales.

Si la Federación o el Consejo de Deportes -antes que el Ministerio del Interior- no ponen un freno razonable a tanta pasión desbordada, cualquier día sucederá lo irremediable. Entonces no valdrán las lamentaciones.

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