Tribuna:

La tercera edad

En un ensayo resonante, Marañón asignó a cada una de las cuatro edades principales un deber básico: a la infancia, la obediencia, a la juventud, la rebeldía, a la madurez, la austeridad, a la senectud, la adaptación. Diez años más tarde, como ahondando en el tema, escribirá el gran médico: «Vivir es ofrecer la vida para algo», sentencia que impone una considerable ampliación de la anterior, al menos; en lo tocante a la edad que hoy llaman «tercera». Porque, ¿sólo adaptación es lo que esa edad debe ofrecer a las otras dos? En modo alguno. Pienso, en efecto, que, aparte lo que por sí mismos pued...

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En un ensayo resonante, Marañón asignó a cada una de las cuatro edades principales un deber básico: a la infancia, la obediencia, a la juventud, la rebeldía, a la madurez, la austeridad, a la senectud, la adaptación. Diez años más tarde, como ahondando en el tema, escribirá el gran médico: «Vivir es ofrecer la vida para algo», sentencia que impone una considerable ampliación de la anterior, al menos; en lo tocante a la edad que hoy llaman «tercera». Porque, ¿sólo adaptación es lo que esa edad debe ofrecer a las otras dos? En modo alguno. Pienso, en efecto, que, aparte lo que por sí mismos puedan crear los senectos todavía capaces de creación -el Kant de las dos Críticas, el Goya de La lechera de Burdeos, el Menéndez Pidal de La chanson de Roland el deber común de todos ellos consiste en la salvación del pasado próximo.Necesito explicarme. He de subrayar, ante todo, que él pasado a que yo me refiero no es el remoto. La salvación de éste no es misión del viejo como tal viejo, sino del historiador. Tengo que evitar, además, que algún lector apresurado lea «panegírico» donde yo he dicho «salvación». A diferencia del panegírico, la salvación supone la existencia de un juicio previo, esencialmente reducible al recto, implacable discernimiento entre lo salvable y lo condenable. Sin una firme voluntad de decir «Esto, no» a lo que en el pasado debe condenarse, sean éticas. intelectuales o estéticas las razones que a ello obliguen, la actualización de lo que pasó convertiría al «tercer etáneo», si se me admite el voquible, en mero ensalzador del tiempo pretérito oficio que ya los antiguos tenían por despreciable. Pasado próximo. pues, y firmeza en la discriminación de aquello frente a lo cual haya que saber decir «Esto, no». Con la tranquilidad moral que me da el haber dedicado no pocas horas a tal faena, prosigo.

¿Qué parte de nuestro pasado debemos salvar con nuestra conducta quienes hoy formamos en las filas de la tercera edad? Con entera certidumbre de no ser jactancioso, con honda seguridad de ser más bien humilde, responderé: debemos salvar, por lo pronto, el nervio de lo que un día nos hizo ser jóvenes, y por consiguiente el fundamento de lo que todos seguimos llamando nuestra actualidad. Porque para todos los hombres de hoy, jóvenes o viejos, la actualidad comenzó cuando nosotros éramos jóvenes.

No es esto jactancia presenil, sí no aserto demostrable. Veamos. La arquitectura actual -la de la Park Avenue, la de Brasilia- comenzó en la Bauhaus de Weimar y Dessau, y luego con la obra conjunta de Gropius, Le Corbusier. Mies van der Rohe y Frank Lloyd Wright. La pintura actual, con la madurez de Picasso y con la vigencia universal de Kandinsky y Mondrian. La física actual, con la universal difusión de la teoría de los quanta y la de la relatividad y con las vicisitudes de la idea del átomo ulteriores al modelo de Bohr. La literatura actual, con la súbita explosión de los ismos literarios y su varia consecuencia. La política y la economía actuales, con la cambiante dialéctica -teórica y real- que en todos los países determinó la aparición del socialismo como hecho históricamente irrevocable. La filosofía actual, con la fenomenología y sus secuelas (Husserl, Heidegger, Sartre), el neopositivismo (Carnap, Schlick, Wittgenstein) y el auge planeta río del marxismo subsiguiente a la Revolución de Octubre y a la segunda guerra mundial. La técnica actual, con la utilización de la energía atómica ulterior a las novedades físicas antes mencionadas y con la planificación científica de los vuelos espaciales (iniciada va antes de 1930, léase en un número de 1935 de la Revista de Occidente el artículo «¿Se puede volar por el espacio cósmico?», de Hans Tirring). El estilo general de la vida -usos, modales, diversiones. etcétera- se hizo actualmente actual, valga la redundancia, cuando las artificiosas convenciones sociales de la belle époque fueron rápidamente sustituidas por la deportividad y la juvenilización del vivir. «¡Camaradería. Abajo las convenciones!», gritaban hacia 1920, por los bosques de su país, los jóvenes tudescos del «Movimiento juvenil» o Jugendbewegung. Esta conclusión se impone: nuestra cultura comenzó a ser actual en el decenio subsiguiente a la primera guerra mundial: por tanto, cuando los que hoy andamos por la tercera edad éramos jóvenes o empezábamos a serlo. Lo cual no es, por nuestra parte, necia jactancia, sino humildad, pura humildad, porque todo lo dicho presupone que el arranque de la actual actualidad, sin mengua de las grandiosas novedades que desde entonces han surgido, fue inventado por nuestros padres.

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Hay que preguntarse ahora si todas esas mutaciones brotaron de una raíz común. Para mí, sin duda. Y si alguien me pidiese una fórmula capaz de expresar concisamente la esencia de ella, diría que nuestra actualidad, la de todos, comenzó cuando en las almas se hizo patente el ansia de una vida histórica a la vez justa y solidaria, y por igual basada en la libertad y en la inteligencia, dicho de otro modo, cuando empezó a cobrar plena vigencia mental y social la crisis de la cultura burguesa. Toda una gavilla de textos del Scheler y el Ortega de 1914 a 1928 -para no citar sino a dos autores como signo fehaciente de aquellos tiempos- mostraría con claridad la verdad de mi aserto. Porque la intención radical de uno y otro, sólo de su intención es de lo que ahora hablo, sigue viva y punzante dentro de todos.

La primera guerra mundial y sus consecuencias próximas o rernotas -entre ellas, ahí es nada, la guerra mundial que llamamos segunda- dieron estremecedora, sangrienta patencia a una crisis histórica de la cual todavía no hemos salido: crisis cuya almendra es la búsqueda de un vivir en que satisfactoriamente -cuidado: no digo definitivamente- la justicia y la solidaridad broten de la libertad y la inteligencia. Aunque algunos se obstinen en proclamarse a sí mismos hombres al cabo de la calle, dígaseme si no es así.

Amigos de la tercera edad: recordar con la conducta todo esto, ofrecer día a día la vida para que esto sea posible, ser fieles, en suma, a la actualidad que nosotros iniciamos -y serlo no sólo copiando, también creando, si a tanto llegan nuestras fuerzas-, ¿no es cierto que redondea y perfecciona nuestro indudable deber de adaptarnos a lo que, sin contar con nosotros, ha ocurrido en el mundo?

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