Entrevista:

Manuel García regresa a España después de cuarenta años en la URSS

Cuando el vuelo 901 de Iberia procedente de Moscú, vía Viena, llegó a Barcelona a últimas horas del sábado 12 de agosto, numerosos pasajeros contemplaron atónitos cómo uno de los viajeros que había embarcado en la capital soviética, se echaba repentinamente al suelo y besaba la tierra. «Quince minutos antes de aterrizar -señala Manuel García- ya me temblaban las piernas. No podía creer que abandonaba la Unión Soviética y que regresaba definitivamente a mi patria.»«Tengo una vaga idea de mi estancia en España, ya que cuando salí tenía sólo seis años. Recuerdo, eso sí, los bombardeos y cuando mi...

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Cuando el vuelo 901 de Iberia procedente de Moscú, vía Viena, llegó a Barcelona a últimas horas del sábado 12 de agosto, numerosos pasajeros contemplaron atónitos cómo uno de los viajeros que había embarcado en la capital soviética, se echaba repentinamente al suelo y besaba la tierra. «Quince minutos antes de aterrizar -señala Manuel García- ya me temblaban las piernas. No podía creer que abandonaba la Unión Soviética y que regresaba definitivamente a mi patria.»«Tengo una vaga idea de mi estancia en España, ya que cuando salí tenía sólo seis años. Recuerdo, eso sí, los bombardeos y cuando mi padre fue herido en 1937. El era republicano, luchaba contra el ejército franquista y había sido minero, allá en Asturias. Me acuerdo que fuimos a verle a Gijón y que poco después murió. Luego, vino un tío mío de Argentina que era millonario y quiso llevarnos allá. Mi madre, sin embargo, le dijo que estábamos apuntados, mis hermanas y yo, para ir a la Unión Soviética.»

Pese a la corta edad que tenía cuando salió de España, recuerda que les trasladaron a Londres, y de allí a Leningrado a bordo de un buque llamado «Félix Dsersinski». «Los rusos -dice- chillaban mucho y yo no comprendía si nos felicitaban o nos reñían. Nos llevaron a un baño y nos despojaron de nuestras ropas, quitándonos las medallas y escapularios que algunos de nosotros llevábamos al cuello. Todos fuimos vestidos igual, de marinos.»

De allí pasó a diversos internados, en la región del Volga, para luego, ante el avance alemán sobre la capital soviética, ser trasladado a las afueras de Moscú. Allí encontró a sus hermanas, las cuales habían sido trasladadas igualmente a Rusia.

De las tres, dos residen aún en la Unión Soviética: Paz y Luisa. La tercera, María, volvió en 1956 y vive en Barcelona; está casada con un hermano de Alberto Royuela, el conocido ultraderechista. «A Alberto Royuela yo no le conozco. Sólo supe de él, allá en Rusia, por referencias. Dijeron que era de Falange o algo así. Mi cuñado, es decir el hermano de Alberto, es del Partido Comunista, o al menos simpatizante.»

No quiere oír hablar de política. «¿Que si soy de derechas o de izquierdas? No. Yo no soy ni facha ni comunista. Quiero vivir en España, trabajar y disfrutar de la vida, de la poca vida que me queda, unos diez o quince anos, no sé. »

Habla como si fuera una persona muy mayor. Apesadumbrado a veces, arranca con firmeza a hablar de sus proyectos inmediatos: «Pienso llevar una vida honrada. Sólo honrada. Trabajar y disfrutar. El resto de mi vida quiero pasarlo bien. A mí me decían en la Unión Soviética que si no me daba pena salir, que si no iba a encontrar trabajo... Yo les decía, y lo sigo pensando, que Europa es grande y que puedes circular por ella, y si no me voy a Latinoamérica.»

José Manuel García nunca pensó en quedarse en la URSS. Hasta un total de doce veces solicitó permiso para regresar. Siempre se lo denegaron. «Iba a la milicia. Hacía mi solicitud y me era devuelta dos días después denegada. Siempre pregunté la causa y la respuesta era siempre la misma: no lo autorizaban desde arriba...»

Sólo una vez, recuerda, estuvo tentado de quedarse en Rusia. Fue en la ciudad de Minsk, en Bielorrusia. Encontré una mujer que me comprendía y queríamos casarnos. Los rusos, sin embargo, no me dejaron residir allí y tuve que dejarla.»

A su regreso. Manuel García no entiende la espectacularidad que ha despertado su caso. Reconoce que el hecho de que le creyeran prisionero por haber participado en la División Azul le ha beneficiado. Tampoco entiende por qué el belga Antonio Pype declaró a la prensa semejante cosa. «Supongo -cuenta- que lo haría por hacer propaganda contra la URSS, o por la prensa, por dinero... A mí me hizo un favor, ya que se conoció mi estado y esto me facilitó la repatriación.»

Nunca se adaptó a la vida soviética: «He pasado veinticinco años en cárceles. Al menos, en treinta cárceles y campos de trabajo. La vida en Rusia era difícil. Quizá fuera por mi carácter, pero debo decir que a veces fui condenado porque me provocaban. Allí caes una vez y ya estás marcado. Por el trabajo, por los comunistas. Después de la guerra mundial era difícil subsistir. Robé algo de fruta y en tiempos de Stalin por robar un grano de trigo te daban diez años. La última vez que me condenaron fue en 1973. Me dieron cuatro años porque una rusa dijo que yo había intentado violarla. Luego, en el campo de trabajo, otros presos me dijeron que no era la primera vez que la rusa hacía esto y que seguramente sería una provocadora o estaría de acuerdo con la policía. »

«Nunca vi nada bueno allí -continúa-, a excepción de los tiempos en que estuve en el internado para niños refugiados. Bueno, luego pasé también tres años muy bien en Krovoi Rog, en Ucrania. Viví allí con una compañera que me ayudó mucho y que miraba que yo no volviera a caer. Fue en 1968, pero en 1971 tuve una riña, una provocación con un antiguo colaboracionista nazi. Le pegué y la policía me condenó a dos años de cárcel y todo terminó.»

Ahora, dos días después de su llegada a Barcelona, continúa pensando que su regreso a España es un sueño, que todo es fruto de su imaginación. Pregunta insistentemente si se puede fumar en todas partes, si siempre hay tanta cantidad de coches por las calles, si puede mirar a las muchachas. «Aquí todo es diferente. Me extraña -dice- que no me pidan la documentación y que pueda circular de un sitio a otro.»

Ha visitado unos grandes almacenes donde ha cambiado sus ropas rusas. Lo encuentra caro y se sorprende de la variedad de ropas. Le extraña la amabilidad de los dependientes de las tiendas y llaman poderosamente su atención las vallas publicitarias. Su estado de ánimo sólo se ve truncado por una preocupación constante: encontrar trabajo. «Me dijeron que el Gobierno ayudaba a los refugiados que volvían de la Unión Soviética. No me importa la clase de trabajo, pero necesito que me ayuden. No conozco ni las leyes ni las costumbres. Me encuentro desplazado... »

Manuel García se escapó tres veces de cárceles rusas, según ha contado al corresponsal de EL PAIS en Moscú en unas memorias que publicará EL PAIS SEMANAL el próximo 27 de agosto. «Yo me he escapado tres veces», cuenta Manuel. «Una de ellas en el Ural. Cogimos otro español y yo una camioneta Studebaker y nos lanzamos contra la valla de madera. Se estrelló y hubo un hueco por donde pudimos salir. Era todo zona pantanosa y después de andar veinticuatro horas nos cazaron. Si cuando "te largas" tardan más de tres días en encontrarte, cuando te localizan te echan otros tres años. Si tardan menos de tres días en encontrarte lo único que te pasa es que vas al calabozo. »

«Otra vez fue en Dniapetrovs. Me habían condenado y estaba en la estación esperando que viniera el tren, cuando vi que se acercaba uno que no paraba y que venía lanzado, a gran velocidad. Segundos antes de que pasara por delante. de nosotros pegué un salto. Pensaron que me había destrozado, pero yo salí con vida y me escondí en la ciudad, en casa de una puta amiga mía, hasta que alguien se chivó. Esta vez fúe un ruso.»

«También pude serrar los barrotes de una celda y bajar hasta el patio pero allí casi no pude moverme. Había perros vigilando y por poco me destrozan.»

«Me he tirado del tren en marcha cuando hacía falta, a más de cien por hora. Dicen que en España hay un preso famoso, el Lute, que hacía cosas de estas. Eso no tiene importancia. Yo he pasado desde los techos de los vagones, de un tren a otro, en marcha, muchas veces. »

Manuel García quiere ahora vivir una vida nueva y pide ayuda para que ese deseo se convierta en realidad. Tras cuarenta años de exilio forzado pretende vivir en su país sin sentirse otra vez un extraño.

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