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La gran ciudad como problema

La gran ciudad es un fenómeno de nuestra época. El hombre, como tantas veces, ha creado algo que, siendo bueno en su origen y en su concepción, se le ha ido de las manos. Y se encuentra ahora con que las grandes ciudades presentan en todo el mundo graves dificultades.Los recursos municipales no bastan para satisfacer las necesidades o demandas de sus habitantes. La Administración se convierte en un aparato extraordinariamente complicado, servido por miles de funcionarios y por una normativa que en su intento de asegurar el control y la vigilancia retrasan y dificultan la ejecución...

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La gran ciudad es un fenómeno de nuestra época. El hombre, como tantas veces, ha creado algo que, siendo bueno en su origen y en su concepción, se le ha ido de las manos. Y se encuentra ahora con que las grandes ciudades presentan en todo el mundo graves dificultades.Los recursos municipales no bastan para satisfacer las necesidades o demandas de sus habitantes. La Administración se convierte en un aparato extraordinariamente complicado, servido por miles de funcionarios y por una normativa que en su intento de asegurar el control y la vigilancia retrasan y dificultan la ejecución de las soluciones. Los centros de decisión se alejan de los lugares donde se producen los problemas y las necesidades, con el consiguiente riesgo de incomunicación y malentendimiento recíproco. El control social que se produce espontáneamente por el conocimiento de los que viven en el mismo lugar, disminuye hasta desaparecer en algunos casos con el consiguiente aumento de la criminalidad y de la inseguridad, sin que la respuesta puramente coercitiva de la actuación policial sea suficiente. Y sobre todo, el inmenso tamaño en extensión y en habitantes de las grandes urbes lleva a la deshumanización de la vida en ellas, a la pérdida de la personalidad y de los valores culturales propios, y a un estado de ansiedad y descontento a gran parte de sus habitantes.

Ante una actuación de este tipo es preciso afrontar el problema en las dos vertientes que presenta: en la necesidad de evitar la creación de macro-urbes y en encontrar respuesta, en las que ya existen, a los problemas que tienen.

En el primer aspecto, sabemos de la incapcidad de los municipios para hacer frente al tema. Es sólo una política de Estado y, por tanto, de los Gobiernos, la que puede responder a esa situación. El fenómeno de la urbanización, es decir, de la conversión de una gran parte de la población de rústica en urbana es no sólo evidente, sino beneficioso.

El progreso y desarrollo de la vida, la satisfacción de las necesidades y el disfrute de unos servicios comunes de todo tipo parece que se alcanzan mejor y más. rápidamente, para la mayoría, en un medio urbano que en otro propiamente rústico.

Pero parece también que, pasados unos ciertos límites cuantitativos. que no son en todos los sitios los mismos, pero que desde luego se hallan bastante por debajo del millón de habitantes, los inconvenientes empiezan a aumentar, los gastos a multiplicarse, y los riesgos de la vida en esa ciudad: tráfico, contaminación, inseguridad, deshumanización, etcétera, superan a las ventajas que la vida urbana supone.

Ante ello, se debería propugnar una política que, defendiendo la urbanización y el paso de parte de la población del sector primario a los sectores secundario y terciario, que es un fenómeno típico y progresivo en los países desarrollados, protegiera un progreso armonioso de su población, de forma espontánea, en núcleos o ciudades que por su tamaño pudieran estar dotados de todos los medios culturales. sanitarios. mercantiles y de otro tipo. necesarios hoy para un desarrollo humano completo. Es decir, que recondujera a la poblacion esparcida en una zona a su conveniencia, con una solución urbanística u otra. de acuerdo con la geografía. la peculiar cultura y la economía propia, en municipios que tuvieran unos límites en que no se perdiera el contacto de los hombres con la naturaleza y con sus vecinos.

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En España sólo Madrid y Barcelona han superado esos límites y alguna aglomeración más en el Norte y en el Sur -los conjuntos bilbaínos o sevillanos- están a punto de sobrepasarlos. En cambio, es muy abundante el número de ciudades, naturales, con larga historia y atractivo suficiente, a las que había que apoyar y defender para evitar la concentración de la población española en unos pocos focos que, concentrando el poder económico y político, dificultarían un desenvolvimiento homogéneo de la nación y empeorarían la calidad de vida de todos los españoles

El segundo aspecto parece más difícil de resolver. ¿Qué hacemos con las ciudades que ya han alcanzado esos niveles de millones de habitantes?

Es imposible, lo sabemos por experiencia, reducir su tamaño y ni siquiera impedir eficaz y radicalmente su crecimiento. Probablemente el camino mejor para mantener la ciudad millonaria en niveles humanos de convivencia es su descentralización interior, el robustecimiento de sus partes integrantes también naturales, de sus barrios. La revitalización de los barrios de la ciudad puede ser el camino para lograr, dentro de la gran urbe, superar parte de los inconvenientes y dificultades que ella presenta. Al menos esto nos parece claro en las ciudades históricas que han surgido a lo largo de siglos cuyos barrios tienen una población no segregada por clases, y en las que, incluso, muchas veces, esos barrios tienen su origen en pequeños pueblos cercanos a la ciudad que han sido absorbidos por ella en su crecimiento.

Esta política de defensa y revitalización de los barrios debe implicar al menos cuatro campos de actuación:

1º. Una mayor descentralización y por consiguiente autonomía, competencia y capacidad económica de los órganos municipales de barrio que, aunque dependientes de la autoridad central del municipio y aun de las autoridades de ámbito territorial superior, deben tener unas facultades perfectamente determinadas con una acentuada colaboración y participación de los vecinos, agrupados por barrios, zonas y calles.

2.º Una defensa y mantenimiento de la población propia del distrito sobre todo en las zonas centrales, en los cascos históricos y en los barrios antiguos de las ciudades que son los más amenazados. Los barrios antiguos o históricos tienen una población pluralista desde un punto de vista económico y social en la que se mezclan diversos grupos humanos. Al crecer la ciudad se producen uno de estos dos fenómenos: o se intenta expulsar a esa población por el superior valor de¡ terreno por razones comerciales o residenciales. o se degrada la vida en esa zona al desplazarse del centro a una zona nueva. En ambos casos la población termina sufriendo un ataque a su forma de vida. O porque es expulsada por la especulación del suelo y por la conversión de los usos de esa zona, o porque el nivel de servicios baja notablemente con la degradación de ese barrio. Esta situación debe evitarse protegiendo con flexibilidad el derecho de esa población a seguir asentada en su barrio, con lo que se logra el mantenimiento de unas relaciones humanas mejores y se evita el dividir la ciudad en una serie de compartimentos-estancos o de sectores clasistas que se desconocen recíprocamente. El barrio plural con habitantes de diversas ocupaciones, edades y problemas facilita el factor de entendimiento dentro de la sociedad y disminuye los enfrentamientos. Crea, en una palabra, una comunidad de vida más humana en la que los defectos de la gran ciudad se diluyen un poco.

3.º Una defensa de la personalidad arquitectónica y urbanística de los barrios. Para ello, es preciso elaborar una legislación que facilite el mantenimiento, la edificación y reforma internas, de acuerdo con las exigencias de la vida de hoy, de los antiguos edificios. Es preciso ir a la protección de éstos, evitando su ruina: sancionar el abandono dirigido a la destrucción del edificio y a su revalorización por conversión en solar con el consiguiente aumento de volumen y densidad y cambio de uso. Así se pueden conseguir simultáneamente tres objetivos: la conservación del carácter y personalidad de la ciudad y del barrio, lo que fija a sus habitanes y evita el desarraigo; la protección del carácter histórico de la ciudad con la consiguiente ventaja de mantenimiento del patrimonio cultural; y el beneficio económico y urbanístico de evitar el derribo y nueva construcción, sustituyéndolo por el mantenimiento y conservación, y de no incrementar la densidad de zonas normalmente ya muy saturadas.

4º. Una protección de las actividades comunitarias y culturales, en el más amplio sentido de la palabra, del barrio. En este sentido, todo lo que conduzca a la creación de centros cívicos, culturales, deportivos, sanitarios, y a la promoción de las fiestas y actividades de barrio con participación y a iniciativa de los vecinos, es fundamental. Para ello es preciso abandonar la política de grandes y aparatosas obras y promover en cambio pequeños parques, centros sanitarios o culturales, bibliotecas, zonas deportivas, en las que convivan las personas del barrio, en la que se inserten los jóvenes y los viejos, que eviten el desarraigo y la despersonalización de la vida ciudadana. Sin olvidar, como es natural, los grandes parques, teatros, centros cívicos y culturales que una gran ciudad debe tener, pero sin agotar en ello la actividad municipal.

Una política de revitalización de barrios periféricos y centrales, nuevos y viejos, puede crear nuevos lazos que superen la frialdad y la deshumanización de la gran urbe, y que hagan menos impersonal, más efectiva y más humana la vida de sus habitantes con todo lo que de equilibrio psicológico y de calidad de vida lleva esto consigo.

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