Reportaje:

"No se respetan los derechos psicológicos de los niños"

Hace menos de doscientos años, en pleno desarrollo de la gran era industrial en Inglaterra, muchos niños se veían obligados a ganarse su vida y a llevar dinero a sus casas trabajando exhaustivas jornadas en fábricas donde a veces reinaba una temperatura de 75 u 85 grados centígrados, y en ocasiones atados a las máquinas. Naturalmente, la mayoría de aquellos niños no llegaron nunca a viejos.Hoy, doscientos años después, las cosas han cambiado algo para los niños, sobre todo a nivel formal, pero no tanto a nivel real. «Una primera aproximación a la legislación protectora de la infancia -afirma e...

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Hace menos de doscientos años, en pleno desarrollo de la gran era industrial en Inglaterra, muchos niños se veían obligados a ganarse su vida y a llevar dinero a sus casas trabajando exhaustivas jornadas en fábricas donde a veces reinaba una temperatura de 75 u 85 grados centígrados, y en ocasiones atados a las máquinas. Naturalmente, la mayoría de aquellos niños no llegaron nunca a viejos.Hoy, doscientos años después, las cosas han cambiado algo para los niños, sobre todo a nivel formal, pero no tanto a nivel real. «Una primera aproximación a la legislación protectora de la infancia -afirma el doctor Cobo- tendría que reconocer que las nuevas declaraciones son letra muerta si no se, encarnan en órganos representativos, en servicios oficiales de protección a la infancia, que en España no existen. Las primeras leyes de que tenemos noticia a favor del niño las encontramos en las asambleas revolucionarias francesas de los años 1790-1800 para abordar el problema de los niños de la calle. En realidad no se trataba sino de una descarga por parte del Estado del problema echándolos a los hospicios.»

Aquel panorama de los inicios de la revolución industrial, con unos niños abandonados y maltratados, tan emotivamente descritos en personajes como el Oliver Twist o el David Corpefield de Charles Dickens, fue parcialmente superado por el progresivo reconocimiento de unos derechos, los del niño, que aún no han llegado, sin embargo, según aseguran los especialistas, a sus más profundas consecuencias.

No se pregunta a los niños

¿Por qué no se ha llegado hasta el fondo en el reconocimiento de los derechos del niño? El doctor Cobo lo explica así: «Las leyes de educación de los últimos siglos son las que han liberado al niño del trabajo al obligar su escolarización..., pero estas leyes no eran tan altruistas, ya que en principio lo que se pretendía era formar una mano de obra más cualificada. Un segundo impulso de la acción protectora en favor del niño surge tras la primera guerra mundial a través de la Cruz Roja Internacional con el apoyo de la Iglesia. Era la época en la que por lo menos la mitad de los niños morían de enfermedad y de hambre. »Con posterioridad a ese hecho la Sociedad de Naciones adoptó la llamada Declaración de Ginebra en el año 1924, formulando cinco puntos en favor de la infancia. Al terminar la segunda guerra mundial se vio la necesidad de concebir otra Carta de los Derechos del Niño, que tardó más de diez años en materializarse hasta que por fin fue adoptada y proclamada por la Asamblea de las Naciones Unidas en 1959. De este documento opina el doctor Cobo que «a muchos nos parece desfasado porque desconoce hechos y peligros recientes para el niño. Y, sin embargo, no parece que el secretario general de la ONU esté dispuesto a perder el tiempo en la redacción de un nuevo instrumento internacional de trabajo».

Sin embargo, no sólo son peligros nuevos, nuevas amenazas a la infancia los que no se toman en cuenta. La cuestión es más vieja y más profunda. «Que yo sepa, nadie se ha preocupado todavía de preguntar verdaderamente a los niños lo que ellos piensan libremente -prosigue el doctor Cobo-. Sería muy escandaloso promover una. convocatoria infantil de opinión pública no necesariamente manipulada. Y quiero insistir sobre el hecho, sobre la opinión de que el verdadero proletario de hoy es el niño. La revolución que está sin duda por hacer, la revolución del niño, probablemente será una revolución que no se dará nunca en la medida en que el niño es un sujeto sin palabra y sin términos propios. Además, los adultos se consideran capaces de interpretar las necesidades infantiles.»

No se trata de aprender

Parece evidente que el niño tiene necesidades y características propias, pero este no es un hecho al que esté habituado el comportamiento adulto. «Hay una especie de desfase dramático, que muchos adultos no entienden, entre el mundo del niño y el del adulto. La infancia no es un fenómeno de aprendizaje hacia la adultez, sino que es una etapa con una consistencia y coherencia internas, con una justificación de sí misma y con unos valores propios que, hasta ahora. por lo menos en la civilización occidental, nunca han sido socialmente admitidos o socialmente válidos, sino que tales valores son los de los adultos. Es decir, la civilización se ha hecho a costa de la r epresión de las pulsiones del mundo infantil.»¿Qué pulsiones son esas que la infancia ve permanentemente reprimidas? ¿Cuál es ese mundo interior que los niños no pueden expresar en sociedades donde se re prime profundamente a la infancia? «A los niños se les niega el sexo como a los ángeles y el conocimiento y la inteligencia como a los animales -afirma el doctor Cobo- Es decir, los derechos básicos del niño son reconocerles su propia sexualidad y su propio conocimiento, su razonamiento, su propia inteligencia. La gente con frecuencia dice del niño de una manera coloquial, "este niño es muy pequeño para darse cuenta de nada", o "no hay que decirle tal cosa a este niño porque no lo va a comprender". Esto es una forma asequible e inconsciente de negarle al niño su propia capacidad de entender.»

Sólo comer

El adulto proyecta sus propios valores ideales de dominación en los niños imponiéndole lo que él cree que debe ser su placer máximo: «La sexualidad del niño es la capacidad de obtener placer de su propio cuerpo -prosigue el doctor Cobo-, placer que se puede obtener a través de comer o del no comer. Sin embargo, en nuestro país y en los países con una gran tradición de represión sexual más madura, asistimos al investimiento, al sobreinvestimiento de la comida como fuente de placer compensadora. A los padres y las madres les preocupa mucho que el niño coma o no coma. Pero nosotros sabemos que hay niños que desde que nacen se preocupan mucho más por otras cosas que por la comida, como, por ejemplo, por otra especie de conocimientos de tipo receptivo: los que entran a través de la vista, los oídos. Niños así resultan incómodos, porque un niño cómodo es para el adulto el niño tipo, angelito de Rubens, bien provisto y bien alimentado.»A veces, sin embargo, paradójicamente, la sexualidad del niño le es reconocida aparentemente en una forma más de explotación. Periódicos norteamericanos denunciaban recientemente el empleo de niños pequeños a los que «con tres dólares, un dulce y un helado, se les utiliza como modelos en filmes o novelas pornográficas. Lo que se hace de este modo es, bajo un pretexto falaz de tomar en serio la sexualidad infantil, utilizar al niño de un modo accesorio». Es decir, se trata siempre de lo mismo, de impedir que el niño perciba sus vivencias como propias: «un tipo de represión más sutil, practicada incluso en medios progresistas, consiste en racionalizar todos los intereses del niño, en hacer que no los viva, que no los experimente. »

Añádase a toda esta actitud, desconocedora, consciente o inconscientemente, de los niños y su mundo emocional, otra postura que se superpone a la anterior: la proyección sobre el niño de las expectativas del mundo adulto, la conversión del niño en un objeto de los sentimientos, aspiraciones y deseos de sus padres. «Es cierto -concluye,el doctor Cobo- que la historia de una persona no es la historia de sus deseos individuales, propios y separados, sino que es una dialéctica entre los deseos de los demás sobre ese ser, de las expectativas de los demás sobre él y de las respuestas personales de ese niño a esas expectativas. Pero es importante que, dentro de esa dialéctica, el niño no pierda, es decir, no sea agobiado, no sea aplastado, por la proyección de los deseos de los padres sin que él tenga ninguna capacidad de respuesta.»

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