Cartas al director

Las tribulaciones de un viajero

El día 23 de los corrientes acompañé a un familiar para tomar el tren expreso de Algeciras que parte de la estación de Atocha a las 8.10 de la tarde. A las ocho todavía no estaba colocado en la vía, con lo que la aglomeración en el andén era considerable. Una vez colocado, al ir a situarnos en el asiento correspondiente, reservado, éste estaba ocupado por otra persona (árabe, en particular), y en el mismo caso se encontraban algunas personas más. Ante la negativa de este señor a desocuparle, fui en busca del acomodador del vagón, que ni estaba en su lugar, ni en parte alguna.Pregunté a otros d...

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El día 23 de los corrientes acompañé a un familiar para tomar el tren expreso de Algeciras que parte de la estación de Atocha a las 8.10 de la tarde. A las ocho todavía no estaba colocado en la vía, con lo que la aglomeración en el andén era considerable. Una vez colocado, al ir a situarnos en el asiento correspondiente, reservado, éste estaba ocupado por otra persona (árabe, en particular), y en el mismo caso se encontraban algunas personas más. Ante la negativa de este señor a desocuparle, fui en busca del acomodador del vagón, que ni estaba en su lugar, ni en parte alguna.Pregunté a otros dos empleados, que «no sabían nada». Me dirigí al jefe de estación, quien, amablemente, recordó que los acomodadores debían estar en sus sitios. Al insistirle que no era así, me acompañó hasta el tope de vía, señalando el lugar donde efectivamente debían estar. Recorrí el tren nuevamente sin encontrarlos. Insistí a un acomodador de coches-cama, que me recordó que no era asunto suyo. Otra vez hablé con el jefe de estación, y éste a su vez con otro empleado, que decía «que los del tren de Algeciras estaban ahí arriba» (refiriéndose al edificio de la estación). El jefe de la misma me remitió al interventor del tren. Fui en su busca y enérgicamente me contestó que su función comenzaba en el momento en que partiera el tren y no antes, volviendo a repetirme que los acomodadores tenían que estar cada uno a la puerta de su vagón.

Harto de tanto paseo inútil decidí esperar junto a otros acompañantes en el mismo caso junto al vagón correspondiente por si «aparecía» el empleado correspondiente, pero naturalmente esto no sucedió. El tren salió exactamente a las 8.55 de la noche, abarrotado de viajeros.

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