Tribuna:

Saber perder

El domingo fue un día de fiesta para el deporte español, y no sólo por el nuevo triunfo de Ballesteros, en Nueva Zelanda, que ya se toma como normal. En esta ocasión el festejo fue por el éxito del mismo deporte, que en la rivalidad otras veces desbordada, antirreglamentaria y absurda, encontró un bello ejemplo.Tanto en el pabellón de Badalona, como en el Camp Nou, pero especialmente en este último, por fin se vio baloncesto y fútbol, sin más que leves roces extradeportivos. El Real Madrid dio por la mañana, ante el Juventud, una lección de saber perder, y el Barcelona, incluido su público...

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El domingo fue un día de fiesta para el deporte español, y no sólo por el nuevo triunfo de Ballesteros, en Nueva Zelanda, que ya se toma como normal. En esta ocasión el festejo fue por el éxito del mismo deporte, que en la rivalidad otras veces desbordada, antirreglamentaria y absurda, encontró un bello ejemplo.Tanto en el pabellón de Badalona, como en el Camp Nou, pero especialmente en este último, por fin se vio baloncesto y fútbol, sin más que leves roces extradeportivos. El Real Madrid dio por la mañana, ante el Juventud, una lección de saber perder, y el Barcelona, incluido su público, por la tarde, también, algo casi olvidado en estos tiempos. De acuerdo en que no hubo, sobre todo en el fútbol, jugadas conflictivas y que el árbitro estuvo magníficamente, pero después de lo ocurrido en Belgrado nadie sabe lo que puede deparar el fenómeno fútbol.Y dos datos importantes más a reseñar con respecto al ejemplar Barcelona- Madrid. Primero, que dos equipos -aun con sus defectos técnicos o tácticos, esta vez casi todos del lado azulgrana- dedicados a ganar jugando al ataque y con deportividad, elevan el fútbol a la máxima categoría de belleza en el deporte. Segundo, y quizá lo más importante, por lo olvidado que está, el gran valor de la camaradería creada por Kubala en la selección española y que sirvió, por ejemplo el domingo, para que los internacionales de ambos equipos supieran «aceptar» una entrada dura como normales gajes del oficio.

La belleza del fútbol y el que los abrazos entre profesionales hagan olvidar los malos modos son precios que merece la pena pagar. Botellazos como el del juez de línea de Murcia, aparte.

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