Tribuna:

Cuando la suerte de varas es un suceso sanguinario

No hay momento más desagradable en la lida, incluso es difícil encontrarlo tan repulsivo en otro espectáculo, que cuando el picador hace mal la suerte de varas -de cualquier forma, hasta con que modifique, arbitrariamente, la posición del caballo-, y nodigamos si acumula tropelías como pueden ser tapar la salida, buscar el agujero que hizo en los bajos en el puyazo anterior, barrenar.Vomitan extranjeros de ambos sexos, les dan desmayos, vuelven la cara horrorizados; hasta llorar les hemos visto. Y los nacionales lo mismo, sobre todo si no están habituados a ir á los toros y la suerte -i...

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No hay momento más desagradable en la lida, incluso es difícil encontrarlo tan repulsivo en otro espectáculo, que cuando el picador hace mal la suerte de varas -de cualquier forma, hasta con que modifique, arbitrariamente, la posición del caballo-, y nodigamos si acumula tropelías como pueden ser tapar la salida, buscar el agujero que hizo en los bajos en el puyazo anterior, barrenar.Vomitan extranjeros de ambos sexos, les dan desmayos, vuelven la cara horrorizados; hasta llorar les hemos visto. Y los nacionales lo mismo, sobre todo si no están habituados a ir á los toros y la suerte -ivaya suertecita!- ocurre cerca de su localidad. Lo que es uno de los momentos más bellos de la lidia -diríamos más: compendio de toda ella-, y por supuesto su eje, se convierte en un suceso sanguinario muy difícil de asimilar, y salvo aficionados natos, muy difícil también de perdonar.

Por el contrario, cuando el picador hace la suerte por derecho y según los famosos cánones, más .aún, si el toro es bravo, se produce la reacción contraria, hay en el tendido una respuesta inmediata de emoción, vibra el público. Recordamos hace años en una de las típicas corridas veraniegas -mucho turista,-mucho toro, muy fiero toro-, la lidia de una res encastada a cargo de Ricardo de Fabra y su picador Manos Duras, con el auxilio de los fenómenos Capilla y Honrubia, honra y prez del censo de subalternos. Fabra colocaba al toro de largo, en los medios, y éste -que en puridad no fue bravo- se arrancaba con alegría; Manos Duras, que lo esperaba al borde de la raya concéntrica, por derecho, picaba en lo alto, detenía la acometida, daba la salida natural a la fiera, la cual se embebía, sin solución de continuidad, en los vuelos del quite, etcétera

Nadie vomitaba, a nadie le paralizaba el corazón los horroes, nadie lloraba: antes bien, nacionales y extranjeros, prendidos en la emoción y belleza de la suerte, estaban en pie, aplaudían, aclamaban. Pero no son sólo -ni principales- razones estéticas las que exigen que la suerte de varas se haga por derecho, con perfecta colocación de toreros y monosabios, en equilibrio el castigo con la bravura y pujanza del toro, sino las garantías que precisa el buen desarrollo de los tercios posteriores, todos los cuales están en íntima dependencia de¡ de varas, y la plenitud del espectáculo, que lo es desde que suena el clarín y no únicamente para la faena de muleta, a lo que propenden los malos toreros y los malos aficionados.

Este año estamos viendo en Las Ventas que se pica peor que nunca. Esa corruptela de clavar trasero y taparle la salida, ya es vicio, pese a la prohibición expresa del artículo 94 del vigente reglamento, el cual enumera sanciones concretas, que pueden llegar a la inhabilitación del picador reincidente. Pero es de suponer que si la presidencia, en el ejercicio de su autoridad, interviniera en cada caso, se atajarían estos atropellos. La lidia, si cruenta, elimina todo castigo innecesano; resalta la bravura del toro, reserva para él ventajas de acometida y defensa, que se compensan con la utilización mesurada de los recursos con que cuenta el torero. Toda la lida es prueba de la embestida del toro, corrección de defectos que la misma pueda tener; es parar y ahormar fuerza y engallamiento de la,res, para que el objetivo final, la estocada, pueda consumarse de una vez y con gallardía.

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