Tribuna:

Franquistas para el centro democrático

La clase política franquista, generacionalmente todavía joven y medianamente modernizada en lo ideológico, busca su sitio en el espectro político del futuro de España. El itinerario, para estos hombres procedentes del Frente de Juventudes y de las filas del SEU o que llegaron a la política de la mano del Opus Dei, y que, en todo caso, colaboraron incondicionalmente en las últimas etapas del régimen, ofrece en ocasiones caracteres dramáticos.La izquierda no les quiere. Emana de ellos un cierto aroma fascista, aunque, en ocasiones, se trate de personas situadas menos a la derecha que otros hombr...

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La clase política franquista, generacionalmente todavía joven y medianamente modernizada en lo ideológico, busca su sitio en el espectro político del futuro de España. El itinerario, para estos hombres procedentes del Frente de Juventudes y de las filas del SEU o que llegaron a la política de la mano del Opus Dei, y que, en todo caso, colaboraron incondicionalmente en las últimas etapas del régimen, ofrece en ocasiones caracteres dramáticos.La izquierda no les quiere. Emana de ellos un cierto aroma fascista, aunque, en ocasiones, se trate de personas situadas menos a la derecha que otros hombres públicos con quienes la oposición no tiene inconveniente en dialogar. Son hombres dispuestos a partir de cero y deseosos de participar en un futuro democrático. Cuentan incluso con la formación teórica necesaria. Lo único que no les acompaña es la biografía.

En el momento político presente, la izquierda democrática que ha conocido las cárceles, la represión, la soledad, la incomprensión, la impotencia política, está ofreciendo un ejemplo de liberalidad. Es una izquierda con numerosas imperfecciones, excepto, quizás, la del revanchismo. Pero esto no obsta para que, aunque sólo sea por higiene Social, la izquierda no se encuentre dispuesta a engrosar sus filas con quienes hicieren carrera en el franquismo.

Porque lo curioso es que muchos de los que, con buenas intenciones, se muestran propicios a saltar, desde su posición franquista de siempre, hacia una opción de izquierdas, son personas incrustadas hasta los tuétanos en las estructuras del régimen. Conversan izquierdosamente con los amigos y con algún periódico off the record -que queda muy elegante-, pero luego, en los cargos que ocupan, siguen siendo los de siempre. Ex gobernadores civiles, ex delegados de esto y de lo otro, ex directores generales, de lo de más allá. ex subsecretarios algunos hasta ex ministros, conservan todavía alguna parcela de poder, y la ejercen, aunque se digar decididos, al margen del cargo que ocupan, a incorporarse a una posición de izquierdas, o simplemente democrática.

Porque esa es otra. No les quieren los de izquierdas, pero tampoco desean caminarjunto a ellos los sinceramente demócratas, aunque sean de derechas.

De ahí que su sola presencia en una coalición pretendidamente de centro, auspiciada por algunos miembros del propio Gobierno Suárez, haya espantado a más de un demócrata centrista o derechista. En la etapa democrática que, salvo imprevistos, se nos aproxima, es lógico que los demócratas, también los del centro y la derecha, se muestren escrupulosos a la hora de elegir los compañeros de viaje.

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Quienes, durante largos años, y al margen de las tertulias privadas, no hicieron un solo gesto público. en favor de la democracia, ni siquiera el de dimitir en ocasiones pintiparadas -mientras que, en cambio, encarnaron todos y cada uno de los condicionamientos del franquismo-, no tienen títulos legítimos para ofrecer ahora credibilidad democrática.a quienes desde siempre, o al menos desde mucho antes de que muriera Franco, venían creyendo -y obrando en consecuencia- en la soberanía del pueblo. Resulta más coherente con la propia biografía la actitud de un Blas Pifiar que la de tantos nuevos demócratas que quieren sustituir, sin solución de continuidad, la designación digital disfrutada durante años por la moda, a la que se le vaticina futuro, del respaldo popular.

No me refiero precisamente a la coalición de derechas autodenominada Alianza Popular. Desde el momento en que los miembros de Alianza Popular- admitieron honrosamente, en el acto de su presentación oficial ante la opinión pública, la calificación de franquistas, nos encontramos ante un espectáculo conocido y de alguna forma lógico, ante el que no hay que rasgarse demasiado las vestiduras. Los franquistas -y por tanto, no hay dudas, no demócratas-, desean seguir en el poder, y para ello concurren a los procedimientos democráticos que irreversiblemente -como constató Fernández de la Mora e¡¡ el Consejo Nacional- se les van a exigir para acceder a ese poder. (Que previamente a la iniciación del juego democrático, utilicen su actual peso numérico en las instituciones franquistas, especialmente en las Cortes, para intentar transferir a las nuevas cámaras la mayoría con que cuentan en las actuales, resulta políticamente lógico).

A quienes me refiero es a los franquistas que dejaron de serlo al día siguiente de la muerte de Franco, y que confían en protagonizar opciones políticas democráticas, haciendo borrón y cuenta nueva con su franquismo.

Se trata de quienes -con un sentido del ridículo alejado de la realidad- no aceptan integrarse en Alianza Popular, por considerarla vinculada al franquismo sociológico. En ella serían bien recibidos, y podrían aportarle sus aspiraciones democráticas, sus nuevas ideas.

Pretender integrarse, como desean, en un centro que corresponde a los demócratas liberales, socialdemócratas, cristiano-demócratas -que corresponde en la España predemocrática, porque estos sectores políticos son, en cualquier parte del mundo democrático, pura derecha-, es tanto como condenarse al ridículo. Si quieren convertirse en demócratas auténticos, que al menos no aspiren a liderazgos y acepten arrancar desde abajo, por duro que les resulte.

Y no vale acusar a la prensa de haber desinflado un propósito político viable. Sería tanto como confesar la propia fragilidad del intento.

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