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El caso "Madrid": los otros damnificados

El señor Sánchez Bella, ex ministro de Información y dedicado hoy a tareas bancarias, considera que el Tribunal Supremo ha cometido un grave, error al no confirmar con su autoridad la suspensión y cierre del diario Madrid que él promovió. El señor Sánchez Bella se indigna porque este enojoso asunto haya salido a la superficie y considera que su evocación demostrará que nuestro país «ha perdido el pulso». Para el señor Sánchez Bella la suspensión del diario Madrid no fue, naturalmente, un gesto político, como tampoco tiene nada de político ser presidente del Banco Hipotecario.Le g...

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El señor Sánchez Bella, ex ministro de Información y dedicado hoy a tareas bancarias, considera que el Tribunal Supremo ha cometido un grave, error al no confirmar con su autoridad la suspensión y cierre del diario Madrid que él promovió. El señor Sánchez Bella se indigna porque este enojoso asunto haya salido a la superficie y considera que su evocación demostrará que nuestro país «ha perdido el pulso». Para el señor Sánchez Bella la suspensión del diario Madrid no fue, naturalmente, un gesto político, como tampoco tiene nada de político ser presidente del Banco Hipotecario.Le guste o no al señor Sánchez Bella, el caso Madrid tendrá que ser evocado de ahora en adelante más de una vez. Y es inevitable que quien tan gallardamente reivindica ahora aquel gesto, asuma también sus consecuencias.

El asunto Madrid ha servido para salvaguardar la trayectoria personal y política del señor Calvo Serer, que días antes de la suspensión se exilió en París y que más tarde sufriría todas las consecuencias de aquel gesto, dentro y fuera de España. Ahora, el presidente de Madrid ha declarado que desea reeditar el periódico y que para ello espera contar con la redacción del periódico. Es un gesto que conviene apreciar y valorar convenientemente porque además del propietario, Madrid pertenecía también a su redacción, que sufrió más que nadie los efectos del cierre y que debió aguantar a pie firme un exilio interior nada grato, por cierto. Redactores y trabajadores de talleres y administración se quedaron en la calle cuando el diario desapareció. Fueron víctimas de una arbitrariedad que ahora se repara judicialmente, pero que habrá que compensar también en otros terrenos.

Madrid fue una escuela de periodismo y de ciudadanía. Allí escribieron personalidades de todos los colores, sin distinciones ni discriminaciones, cuando este talante era casi desconocido en nuestro país. En Madrid prestaron sus servicios periodistas que hoy honran a nuestra profesión como Antonio Fontán, Miguel Angel Gozalo, Miguel Angel Aguilar, José Oneto, José Vicente de Juan, Antonio Sánchez Gijón, Román Orozco, Juby Bustamante, José María, Ballester, Jesús Picatoste, Jesús Carnicero y tantos otros.

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Los redactores de Madrid intentaron llevar a cabo un experimento nuevo en la prensa española: crear una sociedad de redactores. El proyecto estaba bastante avanzado cuando se produjo el cierre. Incluso la empresa veía con relativa esperanza el proyecto, consciente de la complicada situación jurídica en que se encontraba y también porque deseaba seguramente la participación real de los trabajadores en la línea editorial del periódico. Pero pronto se presentaron dificultades de tipo legal para constituir la sociedad. Desde el Ministerio de Información y otros organismos próximos se procuró que estas dificultades fuesen insuperables. Pese a ello ahí está, todavía vivo, el embrión de aquella sociedad. Su presidente, José Vicente de Juan, acaba de declarar al diario Le Monde, de París, que «la mayor parte de los trabajadores, periodistas y tipógrafos hemos quedado ligados a la sociedad editora del periódico a través de una aportación económica simbólica que cada uno de nosotros efectuó tras el cierre del periódico. Pensamos pedir ahora que se respeten los compromisos adquiridos en relación con nuestra participación en la propiedad del título y nuestra representación en el seno del consejo de administración ».

Ignoro hasta qué punto, desde el punto de vista de la actual legislación, semejante pretensión es viable. Pero eso tiene poca importancia si, de verdad, la propiedad del diario Madrid, ahora resarcida moralmente por el Tribunal Supremo con su sentencia, quiere confirmar con hechos lo que en muchas ocasiones aseguró con palabras, esto es, que el periódico era el producto de un esfuerzo conjunto de los trabajadores manuales e intelectuales, y que el éxito logrado durante más de seis años de línea renovada se debió esencialmente a una redacción joven, entusiasta, y... mal pagada, así como al equipo editorial.

Esta cuestión merecerá sin duda más comentarios porque no es marginal ni insignificante. El caso Madrid podría muy bien poner sobre el tapete de la actualidad un debate sobre la participación de los trabajadores de la información en la dirección y gestión de las empresas periodísticas. Y sobre el papel que el «capital» debe jugar en todas estas cuestiones.

Claro que no se trata de una «cuestión política», ni significará que el pulso del país cambie, cuestión que tanto preocupa al señor Sánchez Bella.

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