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A partir de los cuarenta todos parecemos ciudades devastadas

En 1991, Juan Carlos Ferrero perdió el campeonato de la Comunidad Valenciana alevín de tenis por 6-1 y 6-0 frente a Luis Torres de la Osa. Meses después, en Gran Canaria, De la Osa le arreó un bofetón a Ferrero del que no recuerda el motivo

En 1991, Juan Carlos Ferrero perdió el campeonato de la Comunidad Valenciana alevín de tenis por 6-1 y 6-0 frente a Luis Torres de la Osa. Meses después, en Gran Canaria, De la Osa le arreó un bofetón a Ferrero del que no recuerda el motivo, sólo una tensa discusión en el club de tenis, la mirada triste de Ferrero y el silencio alrededor. Tres o cuatro años después, y tras no volar nunca tan alto como en aquel campeonato, De la Osa jugó un challenger ATP en el Real Club de Tenis Coruña. Había sido eliminado: ...

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En 1991, Juan Carlos Ferrero perdió el campeonato de la Comunidad Valenciana alevín de tenis por 6-1 y 6-0 frente a Luis Torres de la Osa. Meses después, en Gran Canaria, De la Osa le arreó un bofetón a Ferrero del que no recuerda el motivo, sólo una tensa discusión en el club de tenis, la mirada triste de Ferrero y el silencio alrededor. Tres o cuatro años después, y tras no volar nunca tan alto como en aquel campeonato, De la Osa jugó un challenger ATP en el Real Club de Tenis Coruña. Había sido eliminado: se declaraba “harto del tenis, de la vida, de que las chicas acodadas en las vallas miraran siempre a mis rivales”. Así que hizo algo aún peor que pegarle a Ferrero, que si ya tiene cara angelical ahora, qué cara de santo no tendría a los 12 años: apedrear a un cisne. “Quizá no lo maté, pero de lo que estoy seguro es de que le lancé una piedra pesada, desde lejos, y de que la piedra le impactó en la cabeza o en el cuello”. El ave salió corriendo con la cabeza del revés.

Torres de la Osa cuenta esto en Nocturno de tenis (Libros del KO, 2024), un volumen prodigioso que utiliza obsesivamente el tenis y los escritores de tenis (Nabokov sobre todo) para hacer asomar una extraña belleza que tiene, al fin y al cabo, una función discreta pero perceptible: la de biografiar la vida que no fue, el tenista que no llegó (ni tenía claro a dónde quería llegar). “Se escribe mejor con un poco de tristeza en la sangre que con un poco de alcohol”, dice este hoy ingeniero que un día se dedicó a buscar por redes sociales a sus antiguos rivales. “A partir de los cuarenta todos parecemos ciudades devastadas”, aclara. En LinkedIn halló la “devastación”: managing director, responsable de oficina, marketing assistant, consultor. “Parecen gatos sorprendidos en un callejón de mala muerte, congelados en un respingo, los ojos muy abiertos, desamparados”, dice. “Ninguno de esos niños tenistas que pueblan mi imaginación existe ya. Todos murieron y quedaron abandonados en aquellas cunetas hermosas de las autopistas mediterráneas, cuajadas de venenosas adelfas, de los años ochenta y noventa”.

Tengo la impresión de que Nocturno de tenis gira —hermosa, deliciosamente— en torno a una reflexión del propio niño tenista que fue Luis Torres de la Osa: hay algo “perverso e incómodo” en niños dotados de forma extraordinaria para algo se vean, por tanto, esclavizados y lanzados a competiciones similares a las adultas, o directamente adultas. “¿Quién con diez años querría dedicarse únicamente al tenis? ¿Quién con doce años querría dedicarse en exclusiva al ajedrez? ¿Quién con dieciséis tiene disciplina suficiente para renunciar al torrente voluptuoso de la vida?”

Juan Carlos Ferrero renunció, y hoy entrena a otro que renuncia, mal que bien, Carlos Alcaraz. La última y dolorosa derrota de Alcaraz, por inesperada, fue hace tres días contra David Goffin. Goffin sale inopinadamente en las páginas del libro de Torre de la Osa, que cree que a través del tenis se observa el carácter: frío, introvertido, metódico, trabajador, ligeramente aburrido.

Yo no fui campeón de España ni de Galicia, ni se me esperaba, pero jugué al tenis hasta los 18 años y andaba por ahí perdido en el ránking, jugador siempre de cuartos de final. Sirva como consuelo para Torres de la Osa, que dejó el tenis apedreando a un cisne: lo dejé después de morder la cara a un niño al que daba clases (mordedura de pura rabia pero controlada, no le arranqué el moflete) y que me había tirado antes una piedra a la cabeza (¿sería yo su cisne?). En cuanto a mis adversarios, nunca los busqué por internet pero sí recuerdo sus apellidos: son los que uso en los personajes de mis novelas. Hay algo en lo que dejamos de hacer de golpe que se queda con nosotros para siempre.

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