Alcaraz no muerde el polvo, lo levanta
Nadal hizo de lo extraordinario rutina y corremos el riesgo de que con Alcaraz consideremos naturales por herencias ciertas cosas
Carlos Alcaraz ganó y perdió Roland Garros varias veces en una final apoteósica, durísima; cuando ganó, lo hizo con unos golpes clamorosos que cosecharon puntos y más puntos en situaciones delicadas que se almacenarán en los highlights recurrentes de las redes sociales, esos que no nos dejan olvidar un segundo a Roger Federer o al mejor Rafa Nadal. La derecha cruzada, liftada, que hizo volar la bola a un lateral de la pista con la que c...
Carlos Alcaraz ganó y perdió Roland Garros varias veces en una final apoteósica, durísima; cuando ganó, lo hizo con unos golpes clamorosos que cosecharon puntos y más puntos en situaciones delicadas que se almacenarán en los highlights recurrentes de las redes sociales, esos que no nos dejan olvidar un segundo a Roger Federer o al mejor Rafa Nadal. La derecha cruzada, liftada, que hizo volar la bola a un lateral de la pista con la que clausuró el primer set dejando al bellísimo gigante alemán con una rodilla en la tierra. Varias dejadas diabólicas contra las que Alexander Zverev intentó luchar casi siempre en vano; una en concreto después de un aluvión de palos de Sasha en un juego larguísimo, casi diez minutos, que parecía sentenciar el tercer set, el más duro de todos, a favor del español: una dejada tan difícil y en un momento tan inoportuno que hasta Juan Carlos Ferrero bufó de alivio tras comprobar que el envite de Alcaraz, puerta grande o enfermería, terminaba con el español a hombros. El portazo que atizó Zverev lo aprovechó Alcaraz para clavar la bola con efecto al lado de la red.
Hablemos del tercer set. El más importante a priori del partido. Alcaraz dominó la primera manga y Zverev le comió el cerebro en la segunda, elevándose varios centímetros por encima del murciano, subiéndose a la ola que los surfistas adivinan buena: un ritmo de pegada y de piernas que, como las termitas, se empezaron a comer a Alcaraz por los pies. Así que con el 1-1 tocaba saber quién estaba en la orilla buena, si el Carlitos del primer set o el Sasha del segundo. Fueron los dos mejores enfrentados en su mejor momento del partido. Y el pulso lo empezó a ganar Alcaraz. A base de la tenacidad anunciada en la Philippe-Chatrier, la tenacidad que acompaña a los ganadores, el español rompió el servicio de Zverev y se puso con 5-2. El tenis, es sabido, es un arte mayor de la psicología. Y Zverev, que lleva un año primoroso, remontó hasta llegar a tener varias bolas de set. No lo tuvo, sin embargo, fácil: no fue un partido en el que los finalistas se beneficiasen de apagones puntuales de su rival; cuando uno fue superior, lo fue porque superó a otro que estaba dando lo mejor de sí. Y así se encontraron Alcaraz y Zverev en el 5-5 y en el 6-5, donde el español llegó a pelear contra un punto de set liftando hasta globear, causando el desconcierto del alemán (que perdió el punto; Corretja, oportuno, recordó el saque de cuchara de Michael Chang en la histórica final del 89 contra Lendl). Pero no había tregua en la cabeza sorprendentemente amueblada de Zverev, elástico, formidable en el cuerpo a cuerpo incluso a pesar de las clásica y agrias discusiones con su padre, sentado tenebrosamente en la grada.
Y sin embargo, Alcaraz. El español está hecho de un material inflamable, sutil, permeable, esquivo: es el rey del truco, sí, del juego, pero sobre todo es un tenista hecho de tantos y tan buenos tenistas anteriores que resulta intraducible en todas sus versiones salvo en una: pierde cuando él decide bajar los brazos, y eso es casi nunca, por eso gana tanto. Compitió el tercero hasta el final, no mordió el polvo por más que Zverev se mostró intratable, y esas sensaciones suyas, las de un tenista que no se va del partido por duras que sean las circunstancias (y las circunstancias median 1,98 y tenían los brazos sueltos, en estado de gracia). Alcaraz sin emociones, Alcaraz subido al grito de “vamos” mientras colocaba industrialmente bolas en las esquinas y combinaba dejadas asesinas y derechas pesadas como elefantes fumó lentamente el cuarto set y quebró al alemán en el quinto, quebró a un rival inmenso y lo hizo tras ir perdiendo contra él 2-1 en una final de Roland Garros. Nadal hizo de lo extraordinario rutina y corremos el riesgo de que con Alcaraz, primer triunfo en París, consideremos naturales por herencias ciertas cosas. Tiene 21 años y ha ganado en Londres, París y Nueva York. Y aún algo más: nadie puede definir un juego que crece a peldaños y que ha conseguido afinar el show, un espectáculo para los aficionados, hasta hacerlo imprescindible para la victoria. Un show necesario para él y para nosotros, un show bendito, implacable y divertido: gana él, nosotros lo pasamos bien.
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