La rebelión bella e inútil de Kylian Mbappé
El francés marca un triplete e iguala dos veces un partido perdido, pero se le escapa el premio de un segundo Mundial
Cuando todo hubo terminado, cuando comprobó que marcar un triplete en la final del Mundial no bastaba para ganarla, Kylian Mbappé se quedó clavado sobre la hierba del estadio de Lusail, encorvado, con las manos apoyadas en las rodillas. Allí fue recibiendo un cariño de Varane, otro de Griezmann, otro de Rabiot. Era el viudo temprano en plena ronda de pésames, recién llegado al tanatorio. Quizá el futbolista que más había perdido, porque era el que más alto se había elevado.
Antes de eso, antes de la tanda de penaltis, el francés había sembrado el partido de registros impensados, incluso...
Cuando todo hubo terminado, cuando comprobó que marcar un triplete en la final del Mundial no bastaba para ganarla, Kylian Mbappé se quedó clavado sobre la hierba del estadio de Lusail, encorvado, con las manos apoyadas en las rodillas. Allí fue recibiendo un cariño de Varane, otro de Griezmann, otro de Rabiot. Era el viudo temprano en plena ronda de pésames, recién llegado al tanatorio. Quizá el futbolista que más había perdido, porque era el que más alto se había elevado.
Antes de eso, antes de la tanda de penaltis, el francés había sembrado el partido de registros impensados, incluso si no se alude a la precocidad de sus 23 años. El doblete más rápido de una final, el primer triplete desde el de Geoff Hurst contra Alemania en la de 1966, el más joven de la historia en marcar en dos finales, el jugador de cualquier edad que más ha marcado en estos partidos (4), el más joven en anotar diez veces en los Mundiales, donde ya acumula 12 dianas. Un atracón superlativo del pichichi en Qatar, con ocho bingos. Para nada.
Salvo para los libros de contabilidad y para fijar la constatación planetaria de que se trata de un futbolista capital, sin fisuras, dispuesto para el momento más límite en el escenario más grande. Ni siquiera se aprecian en él cicatrices de golpetazos como el penalti que falló en la tanda de octavos contra Suiza en la última Eurocopa en Bucarest. Sommer adivinó, Francia se quedó fuera y Mbappé salió en la foto de la desolación. Pero ni un atisbo de aquello. En Lusail le marcó tres penaltis al Dibu Martínez, el hechicero mayor de los once metros. Para nada.
Después de la primera ración de final, antes de que empezara la prórroga, tres masajistas se arrodillaron al lado de Mbappé, que yacía tumbado sobre la hierba. Dos se empleaban con energía y aceite, cada uno con un muslo, mientras a un par de metros Deschamps arengaba al equipo en el centro de un corro. En otro receso de la final de Rusia en 2018, entre el primer y el segundo tiempo, el seleccionador les había recordado que el atacante del PSG jugaba con ellos: “En cuanto podáis, pasádsela a Kylian”, les dijo entonces.
Cuatro años y medio más tarde, en el otoño catarí, volvía a hablar a su tropa mientras tres tipos se ocupaban del futbolista, que acababa de devolverles al partido con el arreón más fulgurante de una final de la Copa del Mundo: dos goles en dos minutos para empatar un partido que se les escapaba. Como señaló el estadístico Alexis Martín (Mr. Chip), nadie había anotado nunca un doblete en tan poco tiempo. Como siguiente más veloz queda ahora Ronaldo Nazario, con sus dos a Alemania en la final de 2002. Aunque lo del brasileño fue con 0-0.
Los dos minutos de Mbappé resultaron prodigiosos, no solo para que el partido desembocara en la prórroga cuando Francia apenas había emitido señales de haber comparecido. También fueron dos parpadeos con huella histórica para un chico que se presentaba en Qatar a discutirle a Pelé los pósteres de los Mundiales. Antes de Mbappé solo cuatro futbolistas habían marcado en dos finales de la Copa del Mundo: Vavá (1958 y 1962), Pelé (1958 y 1970), Breitner (1974 y 1982) y Zinedine Zidane (1998 y 2006). Ninguno tan joven. Ninguno con una vida por delante.
Pero el peso del prodigio reside sobre todo en las circunstancias en las que lo ejecutó. “Durante una hora no estuvimos en el partido”, explicó Varane. “No conseguíamos aplicar el plan que teníamos. Las cosas no salían bien. No sé si por algo físico, o psicológico”.
Deschamps dejó flotando una duda aún mayor: “Es duro porque por diferentes razones no estábamos en el plano colectivo ni en el individual. Ya entraremos en las explicaciones”.
Ni siquiera Mbappé era reconocible. Después del primer cuarto de hora, había tenido más contactos con De Paul que con la pelota. El argentino era el jefe del partido: marcaba el tono, decidía cuándo se sacaba de banda y se encargó de recibir al francés por su zona, pese a que no iba a encargarse de él personalmente. Pero ahí estaba De Paul, para darle los primeros empujones de la noche.
Errático Dembélé
Aunque quien le puso más cuesta arriba la final fue su compañero del otro costado. Di María volaba y Dembélé lo miraba desorientado, como si no entendiera qué sucedía ni dónde se encontraba. En la jugada que terminó de enterrar al futbolista del Barcelona, Di María alcanzó la línea de fondo mientras Dembélé lo seguía al trote. El argentino recortó y el francés se comió el amago con tal desgana que cualquiera diría que pensaba que ya para qué. Lo que sucedió después en el área fue aún más desconcertante. Di María ya se le había escapado, pero Dembélé alargó el brazo, se tropezó con un pie y lo tiró.
Deschamps lo retiró antes del descanso para que no hiciera más daño, después de siete pérdidas, cinco duelos todos perdidos, dos regates y el penalti con el que empezaron a ahogarse. Entró por él Randal Kolo Muani, otro chico de Bondy, como el 10, y empezó a fraguarse la rebelión que encabezaron a partir del minuto 80. En ese momento se escapó el delantero del Eintracht y Otamendi lo derribó en el área. El Dibu Martínez acertó que Mbappé había elegido su palo derecho, pero no alcanzó el tiro. Francia seguía allí, y el 10 los había sostenido desde el punto desde el que no había podido aguantarlos en la Eurocopa. La llama estaba prendida. Un minuto después enganchó una volea cuando estaba a punto de caer al suelo y empató la final. “Lo teníamos controlado y con dos tiros de mierda nos empatan el partido”, resumió el Dibu Martínez.
Pero era mucho más. Mbappé había entrado en combustión. De repente encontró la pelota, que le había sido esquiva, y la compañía de Kolo Muani y Thuram. De ahí al final de la prórroga acumuló todos sus tiros, incluido uno que tropezó con el codo de Montiel y del que sacó el segundo penalti que le marcó al Dibu, también el segundo empate. De nuevo cuando Francia estaba perdida. Aunque no fue suficiente. Una de las mayores exhibiciones de las finales de los Mundiales fue a morir en la tanda de desempate. Y en los libros de récords.
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